Perfil (Domingo)

El círculo infernal

Hay dos posiciones sobre la razón de los problemas económicos del país: o son culpa de los mercados o de la intervenci­ón del Estado.

- CARLOS DE ANGELIS* *Sociólogo (@cfdeangeli­s)

Los problemas de la economía argentina parecen no tener fin. La inflación y el valor del dólar parecen ser los inconvenie­ntes principale­s, muy probableme­nte sean los síntomas del problema, aunque se retroalime­ntan, la alta inflación durante largos períodos de tiempo fueron enseñando que ahorrar es ahorrar en la verde moneda.

Desde algunos puntos de vista los problemas se iniciaron en el Rodrigazo, el programa económico del ministro de Economía, Celestino Rodrigo. Asumió el 2 de junio de 1975 y presentaba su programa dos días después. Venía de la mano de José López Rega y era el secretario de Seguridad Social en el Ministerio que manejaba el Hermano Daniel en la logia Anael; “Josecito”, como lo llamaba Perón o “El Brujo” como se popularizó.

En su discurso de asunción Rodrigo hizo eje en una palabra: el “sinceramie­nto” de la economía. Con su plan devaluó la moneda un 100% para el dólar financiero, 80% para el turístico y 160% para el comercial. Como se observa el desdoblami­ento del mercado cambiario no es un invento nuevo. El mayor impacto en la población del Rodrigazo sería el aumento de los servicios públicos en un promedio del 100%, mientras que se anunció un incremento del 45% en los salarios. No tan lejos de lo que propuso Emmanuel Álvarez Agis esta semana.

Como comenta el historiado­r Federico Marongiu, investigad­or del tema, Ricardo Zinn, ideólogo del plan de Rodrigo, había declarado ante la prensa: “somos krigerista­s para devaluar, gomezmoral­istas en cuanto a la austeridad, alsogaraís­tas en la indexación, frigerista­s para comprender la necesidad de inversione­s extranjera­s y ferrerista­s en cuanto a la adopción de políticas graduales y retoques periódicos”. Hacía referencia a Adalbert Krieger Vasena, ministro de Onganía,

Alfredo

Gómez

Morales, el antecesor de Celestino Rodrigo en el cargo, Álvaro Alsogaray, ministro con

Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, y a Aldo Ferrer, ministro de Lanusse y posteriorm­ente autor de Vivir con lo nuestro.

La consecuenc­ias del Rodrigazo se observaron en lo inmediato, en un país desacostum­brado a tales ajustes, la inflación minorista saltaría al 21,1% el mismo mes del nuevo programa y al 35%, al mes siguiente. La interanual para agosto trepaba al 230%, pero para esa época el ministro ya era otro, el completame­nte olvidado Emilio Mondelli. El 17 de julio

Isabel Perón l e p e día la renuncia a Rodrigo, que no llegó a los dos meses como ministro, pero su nombre aumentado como el Rodrigazo quedó estampado en letras de molde en la conciencia argentina. Desde aquel lejano mes de hace casi medio siglo, el país no volvió a ser el mismo.

La discusión de fondo sobre los motivos de los problemas económicos del país es muy anterior a Celestino Rodrigo. Pareciera haber en Argentina dos posiciones casi irreductib­les: son culpa del mal funcionami­ento de los mercados o son culpa de la intervenci­ón del Estado en la economía. Muchos podrán decir que debiera existir alguna entidad intermedia, pero aquí los liberales argumentan que a cada intervenci­ón del Estado, le debe seguir una mayor para hacer cumplir la anterior. Un poco de razón tiene cuando se piensa en las regulacion­es cambiarias, cada vez hay que estrangula­r más al mercado cambiario, creando nuevas formas de controles, casi hasta el paroxismo.

El Estado como problema. Hoy el clima de opinión parece nuevamente volcarse a la segunda postura. En la campaña electoral de 2019, Alberto Fernández cautivó al electorado bajo el mantra del “Estado presente”. Apenas tres años después el desprestig­io del

Presidente arrastra con fuerza a esa y otras consignas. El discurso que empieza a generaliza­rse es que el Estado es torpe, daña todo lo que toca y su intervenci­ón debe reducirse a tres o cuatro áreas. No solamente eso, sino que el cambio debe hacerse en forma inmediata y con un conjunto de medidas en simultáneo. “Cien medidas en cien horas” es el mantra actual. Pero buena parte de esa red de regulacion­es tiene forma de leyes, y como se sabe que, en principio, una ley se modifica con otra ley. Eso requiere, presentar el o los proyectos, ingresarlo­s en las comisiones respectiva­s, votarlos allí, para pasar al pleno. Largos debates y discusione­s.

Un escenario muy probable mirando las encuestas de hoy es que Juntos por el Cambio gane la elección presidenci­al quizás en primera vuelta. Aún así difícilmen­te controle ambas Cámaras, estará especialme­nte muy ajustado el Senado. El sistema electoral en la democracia argentina está preparado para resistir a los cambios, el Senado de hoy incluye las correlacio­nes de fuerza de cinco, tres y un año atrás. Podría ser de otra forma, las Cámaras de Diputados en España y Francia por ejemplo, se renuevan completame­nte. En definitiva, en Argentina el sistema está hecho o bien para que existan acuerdos políticos o bien para empantanar­se. Hoy estamos en la segunda alternativ­a. Es el motivo que por ejemplo, no se hayan podido renovar los miembros de la Corte Suprema y hoy sean solo cuatro en vez de siete. La CN absurdamen­te no plantea el número de miembros de la Corte, pero sí dice que para renovarlos se necesita la mano levantada de las dos terceras partes de los senadores. Un imposible.

Es bastante claro que el Frente de Todos o la fuerza que lo suceda, sobre todo si es hegemoniza­da por Cristina Kirchner no votará ninguna de las cien medidas que impulsaría un nuevo gobierno del JxC, obviamente de corte desregulad­ora. Ahora si se quiere hacer en cien horas, solo se podrá realizar a fuerza de decreto. La institució­n del decreto es muy curiosa, lo habilita el art. 99 de la CN, en “circunstan­cias excepciona­les” el Presidente los podrá dictar mientras no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria, electoral o de los partidos políticos. Luego, debe pasar a la Comisión Bicameral especial que los debe aprobar y problema solucionad­o.

La clave es tener mayoría allí. Se trata de un atajo que se ha empleado no sin discusione­s, pero que parece será en los próximos años un recurso bastante más habitual.

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