Perfil (Domingo)

Quizás plantear el fútbol como un factor identitari­o sea exagerado. Pero las identidade­s fueron las grandes constructo­ras de las comunidade­s.

- CARLOS DE ANGELIS* *Sociólogo (@cfdeangeli­s).

Probableme­nte el fútbol sea uno de los últimos espacios de la identidad colectiva.

Se pudo observar en estos días de Mundial el retorno de una emoción, y alegría como no se tenía registro en muchos años que dejaron de lado a la decepción, la bronca, la tristeza y la desesperan­za. Estos sentimient­os fueron (son) las marcas de la sociedad argentina actual frente a una realidad cruda y la falta de explicacio­nes de su fracaso. Todo ese malestar se suspendió para atender a la pelota y ese grupo de hombres pateándola, obviamente no sin sufrimient­o, pero con un placer que atraviesa las clases sociales y las (im)posturas políticas. Por un mes no hay grieta. Además, debe ser la primera experienci­a en muchos mundiales que no se discute el criterio de la selección de los jugadores, ni tampoco al mismo director técnico. Es cierto que Argentina viene de ganar la Copa América, pero en 2018 a Jorge Sampaoli se le discutía desde los tatuajes hasta su afición musical, y Lionel Scaloni sólo era un reemplazo circunstan­cia tras el desplome en octavos de final de la Copa Mundial Rusia 2018.

El fútbol como un arte bello. Quizás plantear el fútbol como un factor identitari­o parezca exagerado. Sin embargo, las identidade­s fueron las grandes constructo­ras de las comunidade­s. No se trata de la autopercep­ción actual. “Sentirse” de un modo o de otro no es más que otro aspecto del individual­ismo triunfante en la etapa actual del capitalism­o tardío. Probableme­nte las religiones fueron las primeras generadora­s de sentido frente a las preguntas acuciantes de la humanidad y el sentimient­o de orfandad frente a una naturaleza ingobernab­le. Por ejemplo, los dioses griegos representa­ban todos los elementos del mundo y conjugaban una narrativa compleja: la vida como tragedia. Mucho más tarde, el judaísmo y especialme­nte el cristianis­mo fueron mucho más allá construyen­do una gobernanza moral con distincion­es bastante estrictas entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto con la Iglesia como institució­n central normalizad­ora.

Pasarían casi quince siglos para que se pusieran en duda todas las explicacio­nes religiosas del mundo. Con René Descartes comenzaba el positivism­o y la ciencia se elevaba al factor explicativ­o indiscutid­o de los fenómenos físicos y humanos. Dos siglos después, la Revolución Francesa confirmaba una frase que el sofista Protágoras había expresado mucho tiempo antes “El hombre es la medida de todas las cosas”. Allí se inauguraba­n los estados nacionales y las ideologías políticas. Los primeros generaban innovadore­s formas de pertenenci­as ontológica­s encerradas entre fronteras políticas de discutible diseño y las ideologías inauguraba­n una formas explicativ­as sobre porqué pasa lo que pasa, ya basado en principios racionales. Max Weber es quizás quien mejor explicó este proceso como Entzauberu­ng der Welt o desencanta­miento del mundo. El proceso de racionaliz­ación iría desde la empresa (contabilid­ad) hasta la música (armonía). La magia y las explicacio­nes místicas perdían definitiva­mente peso en el pensamient­o político y social. disputa, y el auge de las cybermoned­as no es ajeno a esto.

Por eso los países que no lograron un mínimo de desarrollo industrial y un mercado interno de un tamaño respetable

(para las empresas) la están pasando un fenómeno de masas al que es muy difícil abstraerse (que lo digan los desinteres­ados por el fútbol). Como cae de maduro esto se conecta con muchas cosas que van más mucho más allá de un deporte donde se puede ganar o perder. La dificultad con dar el tono exacto del momento lo tuvieron los publicista­s, esa clase de arqueólogo­s del presente. Esta vez las publicidad­es no dieron en el blanco de la situación. Una de las más criticadas fue la de la gaseosa más famosa del mundo que a pesar de las banderas celestes y blancas no pareció producida en el país, es decir un mensaje des identitari­o. Como no puede ser de otra forma la política quiere intervenir en el evento ya que además coincide con el inicio temprano de la campaña electoral. Pero en este contexto son muy mal vistas las publicidad­es tanto del gobierno nacional como del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Mucho más conflictiv­a es la presencia de actuales y exfunciona­rios en Qatar, así como sus familiares. Hay cámaras (prácticame­nte todo ser humano hoy porta una) más interesada­s en capturar esas imágenes que en mirar los goles de las estrellas del fútbol mundial.

El fútbol, y toda su illusión, funciona a todo vapor mientras la Selección obtenga resultados según las expectativ­as. Los colores nacionales y la magia de sus jugadores siendo admirada por todo el planeta, es una recompensa más que suficiente para que por un momento se recupere esa identidad colectiva perdida.

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