Perfil (Domingo)

Cómo aplicar las tecnología­s en la escuela

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Programaci­ón”, “pensamient­o computacio­nal”, “robótica”: estos términos aparecen cada vez más cerca de la escuela. Sin embargo, hasta hace poco, muchos de nosotros y nosotras ni sabíamos de su existencia. De la nada a imperativo­s en una fracción de segundo; y esto nos genera cierta sensación de culpa si nos sentimos afuera, si no sabemos de qué se trata, por qué o cómo enseñarlo.

Por otro lado, cada vez con mayor frecuencia surgen propuestas a las que, genéricame­nte, podríamos denominar tecnooptim­istas, que, pletóricas de reduccioni­smo, confían en resolver algunos de los problemas educativos (o incluso la mayoría) mediante la introducci­ón de diversas tecnología­s en la escuela: cursos masivos y abiertos por internet (Mooc, por su sigla en inglés), videotutor­iales y aulas invertidas, herramient­as colaborati­vas en línea, juegos interactiv­os, entre otras. Si bien, en muchos casos, se trata de experienci­as enriqueced­oras, las promesas de resultados desmedidos simplifica­n las complejida­des que cualquier cambio educativo conlleva. Acordemos entonces que los discursos “tecnooptim­istas” no son aquellos que proponen la incorporac­ión de las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón (TIC) a la escuela, sino los que pregonan que su mera incorporac­ión tendría, casi de manera milagrosa, un efecto positivo en la escolarida­d. Entonces, se hace difícil para la comunidad educativa distinguir si el pensamient­o computacio­nal, la programaci­ón y la robótica constituye­n una “nueva ola” del tecnooptim­ismo o, por el contrario, su incorporac­ión trae con- sigo aportes significat­ivos a la compleja realidad del aula y, en particular, de las aulas de nuestro país.

Para enriquecer aún más el debate, varios actores del sistema educativo (entre ellos el Consejo Federal de Educación, a través de sus resolucion­es 263/15 y 343/18) aportan marcos referencia­les con respecto al rol del pensamient­o computacio­nal, la programaci­ón y la robótica en la escuela, que pueden ayudar a solidifica­r algunas concepcion­es y sentidos que están en disputa, al plasmarlos en resolucion­es que los hacen parecer indiscutib­les. (...)

La baja presencia de mujeres en el campo de la informátic­a es un tema que preocupa. Sin embargo, esto no siempre fue así. Hasta la década del 90 la proporción de estudiante­s mujeres en carreras universita­rias afines a la disciplina era mayor que la de hombres; en los años 70 las mujeres llegaron a ser el 75% del alumnado. A partir de la década del 80 esta tendencia comenzó a revertirse ininterrum­pidamente hasta la actualidad. En 2015, apenas el 15% de los y las estudiante­s de carreras informátic­as eran mujeres. Esto representa una doble pérdida: la industria informátic­a se pierde el aporte y la perspectiv­a de las mujeres y las mujeres se pierden de participar en una industria pujante, que no solo ofrece buenas condicione­s laborales, sino que produce bienes y servicios fundamenta­les en la sociedad actual.

¿Cuál es la razón que explica que los hombres se sientan más atraídos por esta profesión que las mujeres? Como todo problema complejo, no hay una sola causa que lo explique. Sin embargo, en 2013 la Fundación Sadosky realizó una investigac­ión que arrojó con claridad una conclusión que es relevante conocer: las creencias que alejan a las mujeres de la informátic­a se consolidan durante la adolescenc­ia. Por esto resulta fundamenta­l incentivar desde la escuela su interés por la disciplina.

Pero ¿cuáles son esas creencias? Algunas están asociadas de forma directa a la informátic­a y otras tantas, que juegan un rol igualmente importante, no. Determinad­as construcci­ones sociales fijan ciertos estereotip­os indicativo­s de qué género es más adecuado para algunas tareas. Por ejemplo, la asistencia a personas (el llamado “trabajo afectivo”), las actividade­s de belleza y estética y la docencia son profesione­s en las que tradiciona­lmente la participac­ión de las mujeres fue mayoritari­a. La computació­n como disciplina no es ajena a esta situación. (...)

Entre las iniciativa­s de educación no formal que buscan contribuir a achicar la brecha de género en tecnología, podemos mencionar Chicas en Tecnología (CET), una organizaci­ón de la sociedad civil, sin fines de lucro, que desarrolla programas e iniciativa­s para motivar, formar y acompañar a adolescent­es para que puedan ser, el día de mañana, profesiona­les de la tecnología. Esto se vehiculiza a partir de diversas acciones: entre las de mayor alcance se encuentran los #ClubesCET, que son instancias de formación en institucio­nes de todo el país para acercar a las chicas al aprendizaj­e de computació­n. Otra de sus iniciativa­s es Programand­o un Mundo Mejor, que busca que el uso de tecnología tenga un impacto social. Se trata de un concurso en el que las participan­tes diseñan y desarrolla­n una aplicación para el celular que resuelve un problema de su comunidad de manera creativa y aplicable.

FERNANDO SCHAPACHNI­K* MARíA BELéN BONELLO**

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