“LA FIGURA DE Janequeo exacerba la resistencia femenina”
El actor, músico y director presenta su nuevo trabajo, una farsa que juega con una visión radical de la historia, y que se anima a una puesta diferente.
Los sábados a las 21 en el teatro El Grito (Costa Rica 5459), Juan Isola hace Janequeo, una obra escrita y dirigida por él. Actúan: Facundo Livio Mejías, Delfina Colombo, Emanuel D’aloisio, Gogo Maldino y Eugenio Tourn. El elenco encarna un argumento que trae elementos de la historia de colonización y conquista en América Latina. Sin embargo, los personajes y su representación se alejan del realismo. Su creador –quien integra el Grupo Mínimo y ha participado de éxitos como La traducción, de Matías Feldman, Las ciencias naturales, de Mariano Tenconi Blanco; La madre del desierto, de Ignacio Bartolone– brinda aquí detalles de su propuesta.
—De la figura mítica y/o histórica de Janequeo, la esposa del cacique mapuche, del siglo XVI, ¿qué tomaste para tu obra? ¿Y qué transformaciones introdujiste?
—De la figura mítica de Janequeo, tomamos que ella era una guerrera mapuche que conducía un gran ejército. Con su valentía, virilidad, bravura, defendió a su pueblo y buscó un trato digno para él. No tomamos estos elementos en sentido arqueológico, sino como disparador. Tomamos a esta heroína sobre la cual recae el peso de la conquista del hombre blanco sobre los pueblos originarios. Esto exacerba sentidos que se le puede dar a la Conquista, que fue un desguace total de la organización política, social y económica de los pueblos originarios de esta zona: la conquista del territorio, la conquista sexual, la conquista de los cuerpos, y la instauración de la vida blanca de Occidente en estas tierras. Por otro lado, la figura de Janequeo exacerba el lugar de resistencia del colectivo de mujeres hoy.
Con respecto a las transformaciones, cambiamos el lugar, no especificamos la época, no existe el hermano de Janequeo, tampoco está el marido.
—¿En qué clave de representación está planteada tu obra? ¿Qué implica que la nombres como farsa?
—Es una farsa, por la satirización de eventos trágicos, abordados con expresión desmesurada. Y la utilización del grotesco nos permite ir en profundidad hacia un patetismo sentimental y emocional, y utilizar esa forma de expresión exagerada para romper los límites de una expresión más realista. Desde la representación, llevamos al paroxismo las situaciones, las emociones,
las afecciones de los diferentes cuerpos en escena.
—Hay una presencia recurrente del guajolote. ¿Por qué incorporaron la referencia a este animal?
—El guajolote, un pavo, aparece como lo bello de la naturaleza de estas tierras, y como el testigo de la masacre, de la devastación de las tierras, de la gente. Es como si la naturaleza fuera testigo de aquella matanza. Sobre la voz del guajolote, están la poesía y la desesperación desordenada para el oído del hombre blanco que ve la obra y que no puede descubrir qué es lo que ha pasado sino a través de la afección del guajolote.
—A partir de la experiencia con Espacio Sísmico y de otros espacios escénicos independientes que conocés, ¿cómo describirías lo que es gestionar, sostener este tipo de espacios?
—El desarrollo del Espacio Sísmico fue una actividad completamente gratificante durante seis años [el cierre fue en febrero de 2021]. Es también una tarea muy cansadora. Hacerla en soledad es completamente imposible; yo la desarrollé con mi familia en primer lugar y Bernardo Fay, Lucio Marciota, Gonzalo Gamayo, Eder Sutión, Agustín Romero. La grupalidad sostenía ese tipo de trabajo, en el que los ingresos a veces no permiten margen de ganancia muy grande. Pero es algo que se hace por mantener actividades medulares para la Ciudad de Buenos Aires, para nuestra existencia y para el intercambio cultural. Es una manera de vivir en este momento de tanta angustia, de capitalismo afectivo. Rosetti, el Galpón de Guevara, el Teatro Extranjero y muchísimos teatros mantienen viva esa producción del lenguaje del teatro independiente, necesaria para abastecer de cultura al pueblo.