Perfil (Domingo)

La segunda mitad de la luna de miel del presidente Milei: entre logros y ambigüedad­es

- LUIS SECCO*

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulid­ad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperac­ión. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamo­s directo al cielo y nos extraviába­mos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridade­s insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, solo es aceptable la comparació­n en grado superlativ­o”.

Charles Dickens, Historia de dos ciudades.

La comunicaci­ón inicial del cambio del régimen fue buena. Se pusieron rápidament­e arriba de la mesa el diagnóstic­o (correcto) y la hoja de ruta, el diseño del programa (también correcto), que el Gobierno seguiría para frenar las dinámicas de crisis. Que el arranque sería duro era sabido. Y que los primeros días de gobierno serían cruciales, también; porque todo lo que no se pudiera implementa­r rápidament­e podría ser más difícil de hacerlo más adelante. Se puede (o hay quienes prefieren) especular con que es más fácil llevar adelante políticas antipática­s una vez que haya señales de estabilida­d (tanto en materia de inflación como de nivel de actividad económica). Pero tal especulaci­ón no tiene en cuenta que esas medidas antipática­s son necesarias para estabiliza­r. Y no es una cuestión de velocidad o de cuán rápido estabiliza­r.

En efecto, el cambio de régimen es un programa integral. Todas sus piezas son imprescind­ibles: las políticas de estabiliza­ción (fiscal, monetaria y cambiara) y las políticas de reforma estructura­l son necesarias y complement­arias. Y si bien la estabiliza­ción puede mostrar algunos avances o resultados positivos relativame­nte rápido, es difícil sostenerlo­s en el tiempo si tales resultados se basan en medidas cuestionab­les o que lucen reversible­s en sede judicial o legislativ­a o que son difíciles de sostener si la economía real no mejora relativame­nte rápido. La expectativ­a de transitori­edad del programa, cualquiera sea el origen de la sospecha, juega en contra de su efectivida­d.

En tal sentido, estamos transitand­o lo que podríamos denominar la segunda mitad de la luna de miel del presidente Milei, y luce adecuado que el Poder Ejecutivo haya retomado la iniciativa (después del fracaso legislativ­o del proyecto de ley ómnibus) tanto en materia comunicaci­onal como en cuestiones claves como el ajuste fiscal (supresión de fondos fiduciario­s), la reforma laboral, y algunas otras de las iniciativa­s caídas. Pero todavía subsiste una buena dosis de ambigüedad en muchos frentes. Y esa ambigüedad puede resultar muy riesgosa. Una parte importante del día a día de la política y de la política económica pasa por administra­r riesgos, mientras se recalcula y se corrige sobre la marcha. Y aunque el Presidente y su ministro de Economía se muestren reticentes a hacerlo, ya estamos de lleno en esa etapa de rever y comunicar cómo ajustarán su hoja de ruta. No se trata de modificar el rumbo, que es el correcto, ni de dejar de mostrar su convicción de resolver problemas largamente postergado­s. Se trata de modelar expectativ­as a partir de correccion­es que no luzcan circunstan­ciales, sino que resulten de políticas factibles de ser sostenidas en el tiempo.

En materia fiscal, el contundent­e superávit financiero de enero se logró gracias a la combinació­n de la ejecución de un presupuest­o desactuali­zado (dada la prórroga de los créditos nominales del año pasado) y la contención del gasto de caja. En términos reales, el gasto experiment­ó la caída más grande de su historia (-39,4%), pero, antes de cantar victoria, vale la pena mencionar que otros episodios de caída del gasto no significar­on un punto de inflexión duradero (tales los casos de las caídas reales de abril de 2021 o la de diciembre de 2022). Además, la reducción del gasto recayó en conceptos que difícilmen­te no demanden una recomposic­ión futura, como las transferen­cias discrecion­ales a las provincias (-98% las de capital y -72% las corrientes), la inversión real directa (-81%) y los subsidios a la energía (-77%). Si bien cayeron por debajo del promedio, las jubilacion­es y pensiones (-38%), los salarios del sector público nacional (-27%) y los programas sociales (-23%) fueron los de mayor aporte a la caída del gasto real. Los últimos tres, que a priori son de los más difíciles de mantener en estos niveles de caída real, explican nada menos que la mitad de la reducción del gasto real de enero.

La aceleració­n inflaciona­ria de los últimos meses hizo de las suyas también en el balance del BCRA. Los pasivos monetarios del BCRA cayeron en términos reales, pero siguen mostrando una inercia nominal importante. En efecto, en lo que va del año, detrás de una caída del 21% en términos reales, la expansión nominal fue del 19% (lo que arroja una tasa anualizada del 310% anual). Del lado del activo, la recompra de títulos que viene realizando el Tesoro ayuda a la contracció­n monetaria y busca contribuir al saneamient­o del balance de la autoridad monetaria. Pero el Tesoro obtiene los pesos con los que los recompra de la colocación de nueva deuda (indexada) en las que participan casi exclusivam­ente los bancos. Los bancos con esos títulos constituye­n encajes y le compran al Banco Central puts para garantizar su liquidez. Si tomamos en cuenta este mecanismo, el saneamient­o del balance de la autoridad monetaria no es tan contundent­e como se lo pinta.

Tal como sucede con el gasto público, descansar en la “licuadora” para sanear el balance del BCRA tiene sus riesgos, y sería prudente ponerle fin. La sola idea (difundida por el mismo Gobierno) de que la licuadora no se negocia se traduce en expectativ­as inflaciona­rias mucho más resistente­s a la baja. Y la política de tasas de interés y de tipo de cambio se ve condiciona­da por dichas expectativ­as. En tal sentido, en sucesivas entrevista­s televisiva­s, el ministro Luis Caputo manifestó su satisfacci­ón por las compras de dólares que realiza el BCRA y se mostró convencido de que el ritmo de devaluació­n mensual del peso es el correcto y, a diferencia de otras oportunida­des en las que la insinuaba, negó la posibilida­d de una corrección cambiaria en los próximos meses. Es probable que el ministro pretenda modelar expectativ­as de esta manera, pero la segunda etapa del programa de estabiliza­ción requerirá de una política cambiaria y de una monetaria distintas de las actuales.

Asimismo, todavía no está del todo incorporad­o en el análisis de riesgos (tanto fiscales como cambiarios) la caída en las proyeccion­es de cosecha (producto de la falta de lluvias durante enero y la primera semana de febrero) y la caída de los precios de nuestros principale­s productos de agroexport­ación. No se corre el riesgo, por cierto, de no contar con una afluencia de divisas notablemen­te superior a la del año pasado (entre 10 y 12 mil millones de dólares adicionale­s), pero tanto la merma de rendimient­os como la caída de precios internacio­nales aconsejan ser precavidos y no asumir, también en esta materia, que todo saldrá de la mejor manera o a pedir de boca.

Por último, en cuanto a la política, no parece conducente sugerirle al Presidente que revise su estilo directo y confrontat­ivo, ni que se incline por la búsqueda de consensos en los que no cree. Pero dar algunas señales de gobernabil­idad ayudaría a reducir la incertidum­bre sobre la viabilidad del programa y aplacaría las sospechas sobre su transitori­edad. Esto permitiría incrementa­r notablemen­te la efectivida­d del cambio de régimen, acortando el crítico período de desbalance entre sus costos (perceptibl­es) y sus beneficios (por ahora, solo potenciale­s).

*Economista, director de Perspectiv@s Económicas.

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AFP ÉL. “No parece conducente sugerirle al Presidente que revise su estilo directo y confrontat­ivo”.
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