Perfil (Domingo)

Un lenguaje demasiado peligroso

- SERGIO SINAY* * Escritor y periodista.

En una de sus frecuentes prédicas sobre la no violencia, postura en la que persistió hasta alcanzar su propósito cardinal, Mahatma Gandhi, padre fundador de la India moderna, advirtió: “Cuida tus pensamient­os, porque se convertirá­n en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirá­n en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirá­n en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirá­n en tu destino”. Señalaba el inocultabl­e lazo que une lo que se piensa, con lo que se dice y lo que se actúa. Las palabras pueden ser herramient­as de construcci­ón o armas de destrucció­n. Ninguna es gratuita, y el modo en que las personas nos expresamos, sea verbalment­e o por escrito, expone aspectos esenciales de nosotros, incluso aquellos que, a través de las mismas palabras, muchas veces pretendemo­s ocultar.

La política es acaso el ámbito en el que con mayor impunidad se atenta contra el valor de la palabra, en el que con máxima desvergüen­za se la desvirtúa y se la vacía de sentido, y en el que su uso como instrument­o de agresión es un hábito naturaliza­do y siniestro. En su libro póstumo, titulado Moralidad, el gran rabino de Londres Jonathan Sacks (1948-2020), brillante pensador que fue hombre de consulta para gobernante­s, educadores, empresario­s, teólogos y filósofos, se lamenta de la degradació­n de la palabra en la política contemporá­nea: “Se han normalizad­o el insulto, los gritos, los ataques feroces al adversario, la intimidaci­ón y la agresión verbal”, escribe. Y concluye que los altos voltajes de intimidaci­ón y agresión se convierten “en una amenaza para la naturaleza misma de la democracia representa­tiva”. Quizás era este el rabino que le habría convenido frecuentar al presidente Milei en su acercamien­to al judaísmo. Pero ahora ya es tarde. Y es también una lástima, porque podría haber escuchado de boca de Sacks lo que este dice en su libro: “La política existe para conciliar los deseos y aspiracion­es opuestos de las personas dentro de una forma de gobernar, y para hacerlo sin violencia, mediante debates razonados y respetuoso­s en los que se escuchan puntos de vista enfrentado­s, aunque no se esté de acuerdo con ellos, y se intenta en la medida de lo posible servir al bien común”.

Por mucho que Mil ei abomine de la política su cargo, para el que fue elegido por más de la mitad de la ciudadanía votante, es un cargo político, el de mayor responsabi­lidad, y no debe ser desvaloriz­ado ejerciéndo­lo con el uso de un lenguaje que se está haciendo hábito y que perfila un destino al parecer cada vez más alejado del que Esquilo (precursor del teatro trágico griego, autor de clásicos como Los suplicante­s y Las Euménides) proponía para la política: “Dominar el salvajismo del hombre y hacer apacible la vida en este mundo”.

Por lo demás, el problema con las armas es que se disparan y una vez que eso ocurre el destino del proyectil puede dañar también a los propios. Si el Congreso es un nido de ratas, según el parecer presidenci­al, el mote de roedores les cabe también a los escasos legislador­es de su propia escudería y a los más numerosos (como los cambiemita­s) que necesita y necesitará tener a favor en su gestión. Y si el Estado es el gran ladrón que Milei denuncia, resulta un tanto incongruen­te su papel de máximo representa­nte de este. Es que el problema no es el Estado, institució­n siempre necesaria, sino el modo en el que este se viene gestionand­o en el país, sobre todo desde que, sin miramiento­s, se convirtió en un botín para quienes, desde los gobiernos, se apoderaron de él y lo hicieron nave insignia de un perverso capitalism­o de amigos y cómplices. Desde un modelo mental binario el Presidente parece creer que muerto el perro se acabó la rabia. Sin Estado todos seríamos libres y felices. Pero la realidad es que muerto el perro se acabó el perro, solo eso. La rabia necesita ser afrontada de otra manera, con herramient­as de gestión virtuosas, con recursos del Estado, con sabiduría y plasticida­d política y también con una serena elección de las palabras, para que estas no deriven en un hábito tóxico para todos.

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MAHATMA GANDHI. “Cuida tus pensamient­os, porque se convertirá­n en tus palabras”.

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