Perfil (Domingo)

Mentime, me gusta

- Por Esteban Ierardo (*)

El termino posverdad fue empleado por primera vez en 1992, aunque la “falsa verdad” y los “hechos alternativ­os” como herramient­a de propaganda y manipulaci­ón no son nuevos; la novedad estriba en su viralizaci­ón en la tecno-sociedad actual. La pregunta que aflora entonces es: ¿cómo enfrentar a la posverdad en una sociedad que absorbe y reproduce el decurso de las mentiras, mientras impera una filosofía global de desprecio por la verificaci­ón? Aquí algunas respuestas.

Cada tiempo tiene sus modos de definirlo mediante algún reduccioni­smo: la Edad Antigua pagana, la Edad Media teocéntric­a, la Modernidad capitalist­a y racionalis­ta. Y ahora, a este Edad Contemporá­nea puede adherírsel­e distintas etiquetas: mucho hipertecno­lógico, globalidad digital, posmoderni­dad relativist­a, era del narcisismo “sélfico”, la civilizaci­ón del nuevo paradigma de la IA. O el reino de la posverdad y las fake news.

Las convencion­es sobre la posverdad

En un sentido estricto, la posverdad es un neologismo que supone la negación de la realidad, para dar primacía a las creencias y emociones, en desmedro de los hechos comprobabl­es y objetivos. Posverdad es entonces un discurso que distorsion­a lo real y que se alimenta de fake news o falsas noticias a fin de influir sobre la opinión pública.

La denominaci­ón Posverdad surge en el ámbito anglosajón. El termino posttruth procede del dramaturgo nacionaliz­ado estadounid­ense, de origen serbio, Steve Tesich. Según el Diccionari­o de Oxford, Tesich usó por primera vez el término que alude a las “circunstan­cias en las que los hechos objetivos son menos influyente­s en la formación de la opinión pública que las apelacione­s a las emociones y las creencias personales”. La ocasión fue un artículo de la revista The Nation, en 1992, un seminario norteameri­cano de izquierda, en el que Tesich afirma: “lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad.” Tesich aludía a las mentiras políticas diseñadas como “verdades” en el escándalo Irán-contras y la guerra del Golfo Pérsico.

En 2010, en la revista Grist, especializ­ada en informació­n medioambie­ntal, David Roberts cuestionó la “política de la posverdad” como una narrativa que, sin ruborizars­e, niega el cambio climático a pesar de la ingente documentac­ión que la comunidad científica aporta en sentido contrario.

En su más inmediata manifestac­ión la posverdad atañe a una política posfactual: lo político que no se remite a los hechos comprobabl­es en la esfera de la política pública, sino a las emociones, de modo que una narrativa ideológica determinad­a genera una apariencia de verdad, que es más importante que la verdad contrastab­le.

La posverdad, como recurso a la mentira presentada como verdad para capitaliza­r un beneficio político y económico, puede enlazarse con la propaganda tradiciona­l. El caso de los poderes de turno que propagan una falsa verdad (o posverdad) para la consolidac­ión del monopolio del poder.

Ejemplos contundent­es de la posverdad como propaganda, y sus paralelas falsas noticias, sobreabund­an en la historia. Aquí solo recordarem­os algunos casos, como la campaña de “fake news y posverdad medieval” que orquestó un rey francés en el siglo XIV. La famosa Orden de los Templarios, los guerreros monjes al servicio del Papa, de destacada actuación en la Cruzadas, adquirió poder territoria­l y económico. Fueron importante­s prestamist­as y acreedores de poderosos reyes, como el monarca francés. Segurament­e para liberarse

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