Mentime, me gusta
El termino posverdad fue empleado por primera vez en 1992, aunque la “falsa verdad” y los “hechos alternativos” como herramienta de propaganda y manipulación no son nuevos; la novedad estriba en su viralización en la tecno-sociedad actual. La pregunta que aflora entonces es: ¿cómo enfrentar a la posverdad en una sociedad que absorbe y reproduce el decurso de las mentiras, mientras impera una filosofía global de desprecio por la verificación? Aquí algunas respuestas.
Cada tiempo tiene sus modos de definirlo mediante algún reduccionismo: la Edad Antigua pagana, la Edad Media teocéntrica, la Modernidad capitalista y racionalista. Y ahora, a este Edad Contemporánea puede adherírsele distintas etiquetas: mucho hipertecnológico, globalidad digital, posmodernidad relativista, era del narcisismo “sélfico”, la civilización del nuevo paradigma de la IA. O el reino de la posverdad y las fake news.
Las convenciones sobre la posverdad
En un sentido estricto, la posverdad es un neologismo que supone la negación de la realidad, para dar primacía a las creencias y emociones, en desmedro de los hechos comprobables y objetivos. Posverdad es entonces un discurso que distorsiona lo real y que se alimenta de fake news o falsas noticias a fin de influir sobre la opinión pública.
La denominación Posverdad surge en el ámbito anglosajón. El termino posttruth procede del dramaturgo nacionalizado estadounidense, de origen serbio, Steve Tesich. Según el Diccionario de Oxford, Tesich usó por primera vez el término que alude a las “circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales”. La ocasión fue un artículo de la revista The Nation, en 1992, un seminario norteamericano de izquierda, en el que Tesich afirma: “lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad.” Tesich aludía a las mentiras políticas diseñadas como “verdades” en el escándalo Irán-contras y la guerra del Golfo Pérsico.
En 2010, en la revista Grist, especializada en información medioambiental, David Roberts cuestionó la “política de la posverdad” como una narrativa que, sin ruborizarse, niega el cambio climático a pesar de la ingente documentación que la comunidad científica aporta en sentido contrario.
En su más inmediata manifestación la posverdad atañe a una política posfactual: lo político que no se remite a los hechos comprobables en la esfera de la política pública, sino a las emociones, de modo que una narrativa ideológica determinada genera una apariencia de verdad, que es más importante que la verdad contrastable.
La posverdad, como recurso a la mentira presentada como verdad para capitalizar un beneficio político y económico, puede enlazarse con la propaganda tradicional. El caso de los poderes de turno que propagan una falsa verdad (o posverdad) para la consolidación del monopolio del poder.
Ejemplos contundentes de la posverdad como propaganda, y sus paralelas falsas noticias, sobreabundan en la historia. Aquí solo recordaremos algunos casos, como la campaña de “fake news y posverdad medieval” que orquestó un rey francés en el siglo XIV. La famosa Orden de los Templarios, los guerreros monjes al servicio del Papa, de destacada actuación en la Cruzadas, adquirió poder territorial y económico. Fueron importantes prestamistas y acreedores de poderosos reyes, como el monarca francés. Seguramente para liberarse