El mantra de que los derechos de las mujeres son humanos
El estatus de lo humano es fundamental para el pensamiento feminista, antirracista, descolonial e indígena, y pone en primer plano esta cuestión controvertida: ¿cuán inclusiva y representativa es la idea de lo humano implícita en la idea humanista supuestamente universal de “Hombre”?
¿Puedo, como mujer, persona negra, indígena, LGBTQ+, optar por esa idea e ideal humanista? ¿Por qué los otros sexualizados y racializados fueron excluidos desde un principio? ¿Y cómo se me puede incluir en la medida en que mi exclusión se justificó en términos de mis supuestas deficiencias y defectos en relación con el ideal masculino blanco? Si mi exclusión es instrumental para la definición de esa posición de sujeto privilegiado y yo soy el exterior constitutivo de “Hombre”, ¿cómo puedo esperar mi inclusión? Si los otros excluidos, descalificados y deseleccionados quieren su inclusión, la imagen dominante del “Hombre” debe cambiar desde dentro. Igualdad no es semejanza. Y ser diferente no tiene por qué significar tener menos valor.
Las críticas feministas y antirracistas a la idea de una humanidad común indiferenciada y la reivindicación del universalismo humanista surgieron a partir del siglo XVIII, por ejemplo, por Olympe de Gouges (1791) en nombre de las mujeres, y por Toussaint Louverture (2011) en nombre de los pueblos esclavizados y colonizados. Ambos reaccionaron contra la flagrante violación de los derechos humanos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos firmada en París en 1789. Criticaron respectivamente la exclusión de las mujeres de los derechos cívicos y políticos y la violencia inhumana de la esclavitud y del despojo colonial. Todas las pretensiones de universalismo pierden credibilidad cuando se enfrentan a tales abusos de poder. Tanto de Gouges como Louverture pagaron un alto precio por su osadía: Olympe no tardó en ser enviada a la guillotina, mientras que Toussaint fue depuesto por el ejército imperial francés. Esto en cuanto a la fraternidad universal –de la sororidad no se hablará hasta dentro de unos siglos (Morgan, 1970)–.
El motivo humanista de que la liberación de la mujer es la liberación humana, y que los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ+ son derechos humanos, es un mantra humanista empoderador con un atractivo emocional e intelectual instantáneo. El mismo mensaje, “los derechos de la mujer son derechos humanos”, fue proclamado por Hillary Clinton en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer: Acción para la Igualdad, el Desarrollo y la Paz de las Naciones Unidas en Beijing, China, en 1995, y fue reiterado durante su fallida campaña presidencial. Son repetidos a escala planetaria por multitud de mujeres y personas LGBTQ+, personas racializadas deshumanizadas y otras colonizadas, cuya humanidad históricamente no fue concedida. Y, sin embargo, continuaron y construyeron sus mundos. Desde Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, hasta ¿No soy yo también una mujer?, de Sojourner Truth, de las Riot Girls a las Pussy Riot, pasando por las Guerrilla Girls y las ciberfeministas, las xenofeministas, las ecofeministas de Gaia y muchas otras, la aspiración humanista a la dignidad y la inclusión resulta inspiradora.
Las feministas liberales confían en los poderes liberadores de la economía de mercado capitalista para lograr estos objetivos, pero también están impulsadas por una conciencia social y un sentido de responsabilidad, como argumentó una de sus figuras históricas, Betty Friedan, en 1963. La política feminista, desde este punto de vista, se basa en organización y estrategias para corregir un sistema social y económico flexible y mejorable. Un optimismo subyacente respalda el gradualismo político de la rama liberal del movimiento feminista: vendrán cambios igualitarios y en algún momento se logrará la igualdad si mujeres y hombres trabajan por este objetivo. El poder patriarcal no es una noción estructural para el feminismo liberal; su enfoque se centra en la distribución injusta de las posiciones de poder y las relaciones entre hombres y mujeres individualizados. El énfasis recae en el individualismo y el empoderamiento personal.
Muchas feministas del siglo XX adoptaron una posición más radical y se mostraron escépticas ante los elevados ideales liberales humanistas, ya que se implementaron de forma desigual a lo largo de la historia mundial. Esto resultó en la exclusión sistémica de quienes no se ajustaban a esa norma dominante. La injusticia de estas exclusiones violentas llevó a los otros descalificados a cuestionar la norma y rechazar las prácticas discriminatorias a partir de su experiencia vivida. Llamaron al humanismo a rendir cuentas una y otra vez. Sus rebeliones expresaron las demandas concretas y la urgencia política de referentes empíricos concretos como las mujeres, personas LGBTQ+, personas latinas, negras y otras racializadas, descoloniales e indígenas. (…)
Las críticas feministas a las posturas patriarcales fueron formuladas, a raíz de Beauvoir, por filósofas clave como Alison Jaggar (1983), Genevieve Lloyd (1984), Jean Grimshaw (1986), Sandra Harding (1986, 1991), Hill Collins (1991), Jaggar y Young (1998) y muchas más. El ideal supuestamente abstracto del “Hombre” como símbolo de la humanidad clásica fue bajado a tierra y se reveló como lo que era: un macho de la especie. (…)
El feminismo, en su primera, segunda y múltiples oleadas sucesivas, tuvo un éxito relativo en sus luchas por la igualdad. Considerando las expectativas básicas de emancipación, el feminismo hizo maravillas en algunos sectores y trabajó para asegurar que algunas mujeres adquieran el estatus de ciudadanía plena. Los requisitos básicos de un programa feminista de emancipación social, formulado en la década de 1970 en términos de igualdad de remuneración, oportunidades educativas, guarderías financiadas por el Estado, acceso a métodos anticonceptivos y aborto se aceptaron parcialmente cuando no se cumplieron plenamente. La búsqueda de la igualdad se puede documentar con datos contrastables.
La sociometría proporciona ejemplos que vale la pena conocer. La igualdad salarial ni siquiera se logró en las democracias liberales avanzadas, a pesar de un aumento cuantitativo de la presencia de la mujer en el mercado laboral. Las tasas de disparidad siguen siendo elevadas: el promedio de la brecha salarial de género en la UE es del 16,2%, mientras que si se consideran las ganancias totales, esa brecha asciende a un abrumador 39,6%. (…)
Actualmente, en toda la UE, el 26,8% de los ministros y el 27,7% de los miembros del Parlamento son mujeres, y en todo el mundo, en media, el 18% de los ministros y el 24% de los parlamentarios son mujeres. En el momento de redactar este informe, las presidentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo son mujeres (respectivamente, Kristalina Georgieva y Christine Lagarde), al igual que la presidenta de la Unión Europea (Ursula von der Leyen). De Alemania a Nepal y de Serbia a Nueva Zelanda, muchos países tienen a día de hoy mujeres presidentas o primeras ministras (respectivamente, Angela Merkel, Bidya Devi Bhandari, Ana Brnabi y Jacinda Ardern), algunas de las cuales tienen un control considerable sobre su imagen en los medios y en Instagram. La joven primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, es la hija, feliz y heterosexual, de una pareja de lesbianas. Con Nancy Pelosi como presidenta del Congreso estadounidense y Kamala Harris, primera mujer racializada en ocupar el cargo de vicepresidenta de los Estados Unidos, las cosas en política nunca antes tuvieron tan buen aspecto para las mujeres.
Hoy en día, las mujeres pueden tener autonomía económica y poseer propiedades, aunque reúnen menos del 10% de la riqueza mundial.
El feminismo, en sus múltiples oleadas sucesivas, tuvo un éxito relativo en sus luchas por la igualdad