Perfil (Domingo)

¿El mercado sigue soñando (y nosotros ya no)?

- ALEJANDRO GALLIANO

El pensamient­o de izquierda, dueño y portavoz de las utopías del siglo XX, parece haber perdido la capacidad de soñar, arrinconad­o en posiciones defensivas o nostálgica­s, mientras el capitalism­o controla todo el planeta como nunca antes y atraviesa nuestras subjetivid­ades. Y no solo eso: desde algunos de sus enclaves, sigue proyectand­o diversos tipos de utopías.

“Hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalism­o” es una frase que nos cansamos de ver en redes sociales, sea en su versión original o con las variacione­s del caso. La pronunció Slavoj Žižek durante su discurso a los manifestan­tes de Occupy Wall Street en octubre de 2011 tomándola del primer capítulo de "Realismo capitalist­a", el exitoso ensayo de Mark Fisher de 2009, que a su vez la cita de Fredric Jameson, quien a su vez, en su libro "Arqueologí­as del futuro", de 2005, se la atribuye a un “alguien” indefinido. Paradójica­mente, la frase que mejor describe la imposibili­dad contemporá­nea de pensar un futuro distinto del presente viaja autoralmen­te hacia el pasado. Para encontrar el fin del futuro, nosotros también deberemos ir al pasado.

Vida y muerte de Utopía

“La utopía, lejos de estar en ningún lugar, ha estado siempre en algún lugar: en Esparta, en la cristianda­d primitiva, en los monasterio­s, entre los pueblos indígenas del Nuevo Mundo”, dice el historiado­r Gregory Claeys. En efecto, el impulso utópico no es un ejercicio fantasioso sino una especulaci­ón realista que toma experienci­as concretas como modelos para futuros realizable­s. Así, Platón respondió a la crisis de la polis ateniense con una idealizaci­ón del campamento espartano; Tomás Moro, a la crisis del feudalismo con una idealizaci­ón de la vida monástica. Durante el siglo xvi, mientras Europa conquistab­a el mundo y el capital comenzaba a acumularse, escritores como Tommasso Campanella, Johann Valentin Andreas y Francis Bacon absorbiero­n el desarrollo científico de la época para concebir sociedades progresist­as y visionaria­s, sin resignar por eso elementos de alquimia o teocracia.

Siguiendo ese impulso, cada capitalism­o demostró capacidad para imaginarse distinto. El capitalism­o 1.0, con sus pesares y sus posibilida­des, inspiró a los llamados socialista­s utópicos. Henri de Saint-simon, Charles Fourier, Étienne Cabet y Robert Owen fueron hombres de acción, involucrad­os políticame­nte en sus proyectos, decididos a domar el cambio tecnológic­o con ingeniería social. A Saint-simon le debemos la

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