La inoportuna resurrección de la solución de dos Estados
El plan del presidente estadounidense Joe Biden para la paz en Medio Oriente –que supuestamente conlleva el retorno a una solución de dos Estados y la completa normalización de las relaciones entre Israel y el mundo árabe–, ofrece a los israelíes y palestinos la oportunidad de rescatar sus respectivos proyectos nacionales del desastre causado por las políticas contraproducentes que ellos mismos implementaron.
Biden reconoce que, históricamente, los avances para la paz entre árabes e israelíes tuvieron lugar después de grandes guerras y cambios estratégicos; parece creer que la misma lógica podría aplicarse a la guerra actual de Gaza, la más devastadora en la región desde la de 1948. Pero la perspectiva de una solución diplomática aún parece remota, dadas la preocupación israelí por la seguridad y sus ambiciones territoriales, sumadas a las demandas de los palestinos, que los israelíes consideran inflexibles.
Aunque el exprimer ministro israelí Ehud Barak expresó su apoyo al plan de Biden, con varias salvedades que pueden ser difíciles de aceptar para Estados Unidos, la propuesta podría implicar desafíos políticos aún mayores para los palestinos.
En diciembre de 2000, Marwan Barghouti, el líder de Fatah –que está preso y a quien muchos consideran el Nelson Mandela palestino– rechazó categóricamente los parámetros de paz propuestos por Bill Clinton. Esos parámetros –a los que el propio Clinton se refirió en 2016 como el momento en que “se suicidó” para ofrecer un Estado a los palestinos– incluían el desmantelamiento de la mayoría de los asentamientos israelíes y el establecimiento de un Estado palestino que abarcara toda la Franja de Gaza y el 97% de Cisjordania. En la actualidad es inconcebible que un gobierno israelí esté dispuesto a ofrecer más que eso.
En ese momento, Barghouti se opuso con vehemencia a las propuestas de Clinton y pidió “que alguien me muestre a un palestino que se atreva a aceptar estas ideas estadounidenses, o incluso a considerarlas”. ¿Estaría Barghouti más dispuesto ahora a aceptar términos menos favorables, dado que el apoyo israelí a la propuesta de Clinton es prácticamente inexistente? Si EE.UU. decide imponer un plan de paz a través de una resolución vinculante del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es probable que ese marco no satisfaga las expectativas de Barghouti... ni hablar de las de Hamas.
Barghouti explicó a grandes rasgos, desde prisión, sus condiciones para la paz. En 2006 diseñó el Documento Nacional de Conciliación de los Prisioneros, mediante el que los representantes de todas las principales facciones palestinas –entre ellas, Fatah, Hamas y la Yihad Islámica– solicitaron la creación de un Estado palestino independiente que abarcara todos los territorios ocupados por Israel en 1967, además del “derecho de los refugiados a regresar a sus hogares y a la propiedades de las que fueron echados”, además de indemnizaciones financieras. Pero cuando el presidente palestino Mahmoud Abás propuso un referendo sobre el documento, tanto Hamás como la Yihad Islámica retiraron su apoyo.
Para Hamas, el problema iba más allá de las especificidades del acuerdo, que implicaban el tabú de reconocer a Israel y dividir lo que consideraban como tierra sagrada palestina: la organización aspiraba además a convertirse en la fuerza dominante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que consolidaría a todas las diversas facciones. Ahora que el concepto de un movimiento palestino unificado está nuevamente sobre la mesa, Hamas –que resistió con las armas contra Israel mientras Abás cooperaba con las autoridades israelíes– está preparado para desempeñar un papel fundamental en su implementación.
Paradójicamente, en vez de la OLP de Abás, fue Hamas quien propuso a Biden un plan regional de paz que dependía de la creación de un Estado palestino, una idea que se creía completamente descartada. Pero la noción de que Hamas simplemente se desvanecerá y permitirá que una nueva autoridad Palestina asuma el control de Gaza no es para nada realista. Sencillamente, no hay manera de que Abás y sus aliados puedan respaldar un acuerdo de paz si Hamas o Barghouti lo rechazan.
Además, es improbable que los palestinos acepten el Estado palestino reducido que supuestamente propondría Biden –una entidad desarmada y similar a Costa Rica, sin control de su espacio aéreo y espectro electromagnético– independientemente de la postura de Hamas. Dado que Israel ya controla la seguridad desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, ¿por qué habrían los palestinos de aceptar ese acuerdo como algo alineado con la idea de una Palestina soberana?
A los israelíes –que ahora enfrentan la perspectiva de “recompensar” a los palestinos con la categoría de Estado después de la masacre que Hamas llevó a cabo el 7 de octubre– aún los atormentan las memorias de las anteriores retiradas del Líbano y Gaza. En ambos casos, después de las retiradas israelíes surgieron conflictos militares que apuntalaron Hezbolá y Hamas, respectivamente. En esos eventos traumáticos se apoya la actual oposición israelí a la solución de dos Estados.
Establecer un Estado palestino suficientemente fuerte como para manejar el disenso interno sin que implique una amenaza para Israel es un complicado acto de equilibrio (resultó imposible durante las negociaciones de buena fe en la década de 1990 y principios de la década de 2000, y sería aún más esquivo tras la guerra actual de Gaza y los combates en curso entre las fuerzas israelíes y los militantes de Hezbolá en la frontera norte).
De manera similar, satisfacer a los 400 mil habitantes de Cisjordania ya era un desafío significativo durante las negociaciones de paz anteriores y, desde entonces, la tarea se ha tornado cada vez más compleja. Es posible que con el plan de dos Estados propuesto por Biden hubiera que reubicar a las 500 mil personas que actualmente viven en casi 300 asentamientos y puestos de avanzada ilegales. Otros 220 mil israelíes (“colonos”, para los palestinos) viven en Jerusalén Este. Además, el público israelí –que ya había elegido al gobierno más anexionista de su historia antes de la guerra de Gaza– se muestra ahora aún más escéptico frente a la idea de un Estado palestino a pocos kilómetros de Tel Aviv.
Cabe destacar que antes de la guerra de Gaza solo el 35% de los israelíes apoyaba la solución de dos Estados. Después de la masacre del 7 de octubre, esa proporción cayó al 28,6 , incluso considerando las garantías estadounidenses y un acuerdo de normalización con Arabia Saudita. En febrero, 99 de los 120 miembros de la Knéset votaron contra el reconocimiento unilateral del Estado palestino, lo que puso de relieve el arraigado escepticismo existente frente a la propia idea de la condición de Estado de Palestina.
Algo fundamental es que antes de que cualquier solución diplomática pueda ganar impulso los israelíes deben sacar del gobierno a la coalición más peligrosa de la historia del país. Pero, para evitar una elección anticipada, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu busca cínicamente una imposible “victoria total” en Gaza.
El avecinamiento de las elecciones presidenciales estadounidenses agrega otra capa de incertidumbre. La prioridad ahora debiera ser poner fin a la carnicería y estabilizar la región, pero al vincular el cese del fuego con la idea cada vez más remota de una solución de dos Estados, los diplomáticos estadounidenses se arriesgan a prolongar el conflicto y permitir que Netanyahu logre unir al país y encolumnarlo tras su desacreditado liderazgo, salvando así su carrera política.