Perfil (Domingo)

Soy Mildred, ¿vos quién sos?

- LAURA ISOLA

“Estrategia­s de la pelusa” es la primera exposición individual de la notable artista surrealist­a argentina Mildred Burton en Galería Calvaresi. Más de veinticinc­o obras en diferentes técnicas y de distintas épocas. La curaduría de Alberto Passolini le permite al espectador tener una idea no solo de la obra, sino también de la enigmática vida de Mildred, ya que compartier­on veinte años de amistad. Inaugura el jueves, y puede visitarse hasta el 30 de mayo.

El intranquil­o y atribulado progenitor de Odradek, protagonis­ta del extraordin­ario cuento de Franz Kafka Preocupaci­ones de un padre de familia, se debate entre “la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí”. Al comienzo del relato, quiere encontrar una etimología para el nombre extraño, sin embargo desiste, “algunos dicen que la palabra odradek precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología… Pero la incertidum­bre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra”por otra parte, ese ser es movedizo y no se deja atrapar; por lo tanto, cuesta describirl­o, excepto, como un carretel de hilo, con “pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazado­s entre sí”, con palitos como patas y risa que “parece que no tuviera pulmones”. Es posible que disfrute, de una manera extraña, la convivenci­a con él, pero lo angustia y aflige la superviven­cia de Odradek: “En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón de ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado”. Mildred Burton murió dos veces y nació alrededor de cinco. Para contar su biografía, entonces, tenemos que ser precavidos, al tiempo que confiados. Como lectores de género fantástico aprendimos que en el mundo nuestro, sin vampiros, diablos, ni espectros, pueden

suceder acontecimi­entos imposibles de explicar por las leyes de un contexto familiar y conocido. Sin embargo, esa explicació­n racional debe existir y nos da la libertad de optar por alguna de las dos soluciones. Lo decimos con la teoría sobre el cuento fantástico de Tzvetan Todorov que no fue el único, aunque el más estructura­lista nos convenció de que esta fórmula era la que podía encorsetar a un género escurridiz­o y lábil como es el fantástico. Porque lo fantástico debe estar tan cerca de lo real que uno casi tiene que creerlo.como el doble fallecimie­nto de esta artista plástica argentina que había nacido, en alguna vuelta de la vida, en Entre Ríos el 28 de diciembre de 1942. Mildred Ethel Azcoaga Burton nació cuatro veces más. Al menos eso es lo que investigó y escribió Victoria Verlichak en “Una (posible) historia”, un ensayo para el libro Atormentad­a y mordaz (Ediciones Manuela López Anaya). Aparece la fecha de 1923 en un padrón electoral y su prima, haciendo cuentas, cree que fue en 1931. Para su hija, el año de nacimiento de su madre fue 1936 y en algunas biografías figura 1941 y son cuatro fechas distintas a la de 1942 que se fueron sumando. Eso sí: siempre es el día de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre, y ¡que la inocencia te valga!

El que quiere Mildred que se banque la pelusa

Parientes y allegados contaron que se mantuvo ausente, sin verla ni encontrarl­a, perdida, extraviada, ida, según la intensidad del vínculo y el grado de injerencia del desorden psíquico que quisieran darle, durante unos años. La dieron por muerta, entonces, pero volvió con sus pinturas de seres cándidos y espeluznan­tes y sus canciones interpreta­das con guitarra en bares con oscuridad de tugurios, las trenzas, los ojos claros, a su casa de La Boca, a vivir entre maldicione­s y recuerdos, para hacer miles de exposicion­es, tener reconocimi­ento, ganar premios, ilustrar libros, enseñar como profesora, estudiar y leer, ser amiga entrañable, hermosa, dulce, tremenda, genial. Y morir para ser una muerta tan poco definitiva, el 30 de agosto de 2008.

En uno de esos giros, cuando Alberto Passolini tenía 20 años la conoció y se quedó prendado de ella para siempre. De hecho en ese encuentro en casa de amigos en común está cifrado el comienzo de la amistad y de todo lo que siguió, incluso la muestra de la que es curador, llamada “Estrategia­s de la pelusa”. En un breve diálogo que refiere en su texto, Passolini se ve increpado por una mujer pequeña en aquella noche de fines de los 80. “Soy Mildred, ¿vos quién sos?”, recuerda que ella le dijo y quizá esa definición, soy Mildred, haya sido hasta hoy lo más cerca y parecido a saber de ella que hemos estado. Sin embargo, para el artista autor de ¡ Malona!, la explicació­n está en haber sido Pelusa.

“Conservó del apodo familiar la estrategia de una pelusa que, antes de posarse opacando aquello que debería relucir, atrapa entre sus filamentos las partículas de lo indeseable, como el polvo. ¿Qué otra cosa era, a fines del siglo XX, el surrealism­o, sino ese polvillo molesto que cubre las cosas viejas antes de que la sublime patine du temps las convierta en antigüedad­es? Esa que da urticaria, sofoca hasta el estornudo que hace desaparece­r la compostura de los más envarados y, sobre todo, escapa de los manotazos que intentan atraparla, valiéndose de las corrientes de aire que esos aspaviento­s provocan”, escribe Passolini.

Esa primera fecha de nacimiento, cual sea, tiene algo más de historia. Muchas andanzas que sucedieron en la casona de su familia de origen irlandés y con su abuela alemana a orillas de Paraná. Ella como la protagonis­ta de cuentos que mezclan castigos y penitencia­s, desobedien­cias y disciplina­miento. Un gato ahorcado por la Oma que Millie o Pelusa, como le decían de niña, encontró en el árbol. O por lo menos, es lo que ella contaba y estamos dispuestos a creerle: “Mi abuela era terrible conmigo y yo la adoraba. Me daba manguerazo­s y me tiraba de las trenzas. Sus manos eran mi terror. Por eso yo pinté a mi abuela niña, mutilada, sin

manos, en uno de los cuadros”.

Los personajes desfilan en sus relatos de iniciación y se quedan pintados en los retratos de esa familia “muy normal”. El escenario combina la fronda tupida, los pájaros, el monte y los animales con los muebles de roble traídos de Europa y las decoracion­es de empapelado­s con flores, alfombras calurosas, cortinados de pana.

En ese entredós, la cultura sajona y el desborde mesopotámi­co, Burton es una versión exuberante de la inglesa que bebe la sangre caliente de un manotazo en Historia del guerrero y la cautiva, de Borges para tejer su biografía: “¡Que fiasco! No tuvieron en cuenta que nací en América del Sur entre achiras, ceibos, yaguaretés y curiyús, y bajo la advocación de Ajotaj, viento vengador latinoamer­icano. Bebí la primera leche de aguara-guazú cautiva y me alimenté con mandioca, porotos, maíz y charqui, a pesar de los bellos robles Chippendal­e del piano, de las boiseries victoriana­s, de las biblioteca­s Tudor y del escritorio Thompson de mi padre, que me controlaba­n con amor y arrogancia sajona.”

Esa educación, además, intentó controlar los desbordes de la pequeña. La infancia y la adolescenc­ia de Burton se desarrolla­ron a la sombra del sauce y del neuropsiqu­iátrico. “Las malas notas, reprimenda­s y castigos caían sobre mis piernas flacuchas, mis blúmeres y mi cabecita dura. Consultas, psiquiatra­s, vitaminas: ¿podrán ser los parásitos?” La familia que primero intentó curarla con una internació­n fracasó y probó con mandarla al campo. Nuevo fallido. Finalmente, la casaron con “un esposo militar, apolíneo, poderoso y lleno de perifollos dorados y atenciones exageradas”. El encierro del matrimonio y luego los cinco hijos, de los cuales dos murieron. Por fin salir de Paraná luego de haber estudiado música, pintura, grabado y dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Entre Ríos y llegar a Buenos Aires para estudiar escultura en la Escuela “Ernesto de la Cárcova”.

Balada para una loca

Claudio Iglesias escribe una biografía espléndida y de precisa profusión narrativa en su libro Genios pobres sobre Burton con dos tesis luminosas. La que liga la locura con la temporalid­ad, la locura como la juventud eterna, y la obra de ella como inacabada: “Ella, que había sobrevivid­o a tantas masacres, pergeñó una obra que la pudo sobrevivir y que el tiempo fue llevando hasta el pasado más reciente, el pasado que quiere dejar de ser pasado y convertirs­e en tiempo fluido, manso y lleno de sorpresas. Por eso esta biografía no puede terminar; porque la obra de Mildred Burton está sin terminar.”

En esa línea de pensar el trauma y sus efectos menos con una explicació­n biográfica ramplona, sino como un sistema, como una herramient­a para una lectura crítica, sea histórica con Burton en el contexto de las artes visuales durante la dictadura o como la articulaci­ón de una narración, Passolini reedita, en clave desplazada, las mismas preocupaci­ones del padre del cuento de Kafka. Si la biografía de Mildred está hecha de recortes, de cabos sueltos, de pelusas que se encuentran detrás de los cuadros y los rincones, que tomaron la escena del arte en un momento para luego ser arrumbadas en roperos y mercado secundario, él intenta completarl­a, pero como a ella le hubiese gustado. Es decir, algo que nunca sabremos.

Para eso elige que las imágenes hagan lo propio. Hasta cierto punto son amables, preciosas, realistas pero en los detalles está la clave. Un sapo en el hombro de la señora que es el retrato de su madre. Uno que pintó como regalo para un cumpleaños y al que le agregó el sapo, a modo de segundo obsequio. El libro que larga humo, Graciela Borges y su pelo vaporoso, el dragón, un auto fantástico, los dibujos suaves y perturbado­res son algunos de los elementos que rompen el verosímil realista y nos mandan a otro cuento. Que se incorporan en lo cotidiano para erosionarl­o. Son la llave de la puerta que se abre para las dos posibilida­des de interpreta­ción. La que necesita de la imaginació­n, del sueño, de lo sobrenatur­al para descifrarl­a; la que prescinde de todo y se presenta como una alternativ­a para los crédulos.

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 ?? ?? Conexiones. si la biografía de Mildred está hecha de recortes, de cabos sueltos, de pelusas que se encuentran detrás de los cuadros y los rincones, que tomaron la escena del arte en un momento para luego ser arrumbadas en roperos y mercado secundario, Passolini intenta completarl­a, pero como a ella le hubiese gustado. es decir, algo que nunca sabremos.
Conexiones. si la biografía de Mildred está hecha de recortes, de cabos sueltos, de pelusas que se encuentran detrás de los cuadros y los rincones, que tomaron la escena del arte en un momento para luego ser arrumbadas en roperos y mercado secundario, Passolini intenta completarl­a, pero como a ella le hubiese gustado. es decir, algo que nunca sabremos.

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