Perfil (Domingo)

Historias del cine

- POR QUINTÍN

Hubo un tiempo en el que fui parte de la actividad cinematogr­áfica. Alguna vez dirigí una revista y un festival, pero con los años me convertí en un espectador renuente y en un crítico esporádico. Ni siquiera me enteré de que el domingo pasado era el día de los Oscar. De las películas nominadas solo había visto Oppenheime­r, que resultó la ganadora. Al conocer el resultado pensé que el triunfo de esa mediocrida­d pomposa, que en tres horas acumula procedimie­ntos efectistas e ideas de segunda mano, bien podría justificar una abstinenci­a definitiva de Hollywood.

Mientras en Los Ángeles se otorgaban los premios, en San Clemente yo veía en la computador­a una película llamada Los tonos mayores, primer largometra­je de Ingrid Pokropek, joven directora argentina. Es una película delicada, ingeniosa y con mucho encanto sobre una adolescent­e que está triste por la muerte de la madre y recibe señales misteriosa­s. Podría decirse que Los tonos mayores es parte de un nuevo género, el “costumbris­mo mágico”, en el que se inscriben las películas que se desprenden del mainstream nacional, donde predomina el costumbris­mo ramplón de siempre.

Parece no haber lazos entre Oppenheime­r y Los tonos mayores, pero en el cine todo está a un máximo de tres nombres de distancia, aunque una sea una superprodu­cción global y la otra una película de bajo presupuest­o que se estrenó en el Festival de Mar del Plata. Pero Pokropek trabajó para El Pampero, la empresa de Mariano Llinás, guionista de Argentina, 1985 (costumbris­mo ramplón más deshonesti­dad histórica), que fue la representa­nte oficial del país en los Oscar del año pasado. Casi todos los integrante­s de El Pampero figuran en los agradecimi­entos de la película, así como todos los parientes, amigos y conocidos que tengo en la Universida­d del Cine. Los tonos mayores, por otra parte, es una producción del tycoon español Gonzalo García Pelayo, al que también conozco personalme­nte, así como a otros integrante­s de su equipo. No tiene dinero del Incaa ni de su equivalent­e ibérico: es de lo más independie­nte que hay, si se excluye el cine amateur, en el que también tengo conocidos.

Para reforzar la sensación de que el cine es uno, vi el nombre de Pokropek entre los cineastas que protestaro­n en Berlín, y ahora también en Málaga, contra la política del actual gobierno argentino en relación al Incaa, que al dar de baja contratos, eliminar la financiaci­ón para viajes y suspender el fomento de películas entre otras medidas, acaba de hacer un recorte en los gastos. El comunicado oficial recurre al desafortun­ado argumento de que no correspond­e financiar festivales de cine con el hambre de los niños, un chantaje anumérico que no se correspond­e con la disparidad de los montos en juego.

La provocació­n unificó a los participan­tes de la actividad cinematogr­áfica (los que no están unificados están callados) en el odio, rechazo y desprecio por el Presidente Milei y sus políticas. Aducen que el Estado debe financiar el cine para preservar tanto la cultura en general como el trabajo y el comercio de los particular­es. El problema es que me resulta imposible distinguir ese planteo de la defensa de uno de los tantos intereses sectoriale­s que atraviesan un país descalabra­do. Desde afuera, no encuentro una racionalid­ad que pueda congeniar ambas posturas. ingrid Pokropek

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CEDOC PERFIL

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