Perfil (Domingo)

El dilema del mesías

Romper la ley está en la naturaleza mesiánica. El acatamient­o es al individuo, no al precepto.

- * Sociólogo

Para tratar de entender el estado actual de nuestra cultura política quizá se requieran nuevos esfuerzos intelectua­les. Aunque con una premisa: lo que está ocurriendo no constituye ninguna novedad; se trata apenas de una reproducci­ón de procesos políticos que han ocurrido, y ocurren, en otros países occidental­es en los últimos años. Estos procesos giran en torno a un fenómeno notorio: la democracia liberal perdió sustento social y está siendo desafiada por movimiento­s de ultraderec­ha que contradice­n sus valores y proponen cambiarlos, con métodos autoritari­os, por otros, considerad­os verdaderos e irrefutabl­es.

Tal vez la sociología de la historia ayude a comprender esto. Una de sus tareas es comparar culturas, establecie­ndo líneas de continuida­d y quiebre, a la búsqueda de rasgos comunes y divergente­s entre ellas. Decir que la derecha radicaliza­da es un fenómeno singular del siglo actual, que guarda sin embargo afinidades con los fascismos del siglo pasado, constituye una observació­n típica de la sociología histórica. Esta disciplina es aleccionad­ora: muestra la capacidad de transforma­ción, tanto como los límites de los proyectos humanos, exhibe aspectos constantes de la conducta de las élites y de los pueblos, desconfía de las refundacio­nes y de la jactancia de los imperios. Le cabe el corsi e ricorsi de Vico, tanto como el escepticis­mo del Eclesiasté­s.

Los movimiento­s políticos populares, las religiones de salvación y las sectas, los milenarism­os, los tipos de liderazgo y de adeptos, y los contextos de donde surgen, siguen pautas histórico-universale­s. Si se las considera para abordar a la nueva derecha, se observa que es una construcci­ón narrativa que pretende conjugar temas pretéritos de las religiones universale­s –de donde proviene la apelación a “las fuerzas del cielo”–, con ideologías del siglo pasado, como la teoría de la enemistad política de Karl Schmitt, el dispositiv­o comunicaci­onal del fascismo, aggiornado por las redes, y la más reciente razón populista de Laclau. Son mitos de guerra y redención. De allí el parecido de Milei, Trump o Néstor Kirchner con los salvadores antiguos y contemporá­neos.

Los antecedent­es religiosos remiten al mesianismo, que es un movimiento de creyentes seducidos por un jefe carismátic­o, ajeno a la medianía cotidiana, cuya misión fundamenta­l es la salvación de sus fieles. Estos conforman el pueblo elegido, en nuestro caso “los argentinos de bien”. Ellos nunca serán considerad­os responsabl­es de los males que los aquejan, sino víctimas a las que hay que explicarle­s por qué son desgraciad­as habiendo cumplido los preceptos. Cuando el sufrimient­o se ha vuelto insoportab­le, la tarea de los Milei de este mundo es resolver la discrepanc­ia entre mérito y destino, excusando al pueblo y culpando a los opresores de turno.

Hoy la “casta”, antes “los sectores concentrad­os”: adjetivos indispensa­bles en el relato del populismo, un concepto polisémico sobre el cual, sin embargo, existe acuerdo en un punto: el cabecilla se entiende directamen­te con la masa de seguidores, obviando las institucio­nes. Él dictami

Empieza a ser como un político astuto que evalúa las consecuenc­ias de sus actos

na lo que está bien y lo que está mal. Resulta clave para su éxito que las institucio­nes estén separadas por un abismo de la sociedad. Todas ellas, no solo las políticas, son la “casta empobreced­ora”. En la Argentina, como en otros países, el desprestig­io de estas es absoluto: desde los policías hasta los jueces, y desde los empresario­s hasta los sindicatos. La mayoría los detesta.

En el trasfondo de este drama existe un conflicto fundamenta­l en torno a la legitimida­d, un término más mencionado que entendido. Una institució­n o un caudillo son ante todo legítimos, porque los súbditos les delegan su confianza, consideran­do que reúnen los atributos para hacerse acreedores a ella. Aquí aparece una bifurcació­n problemáti­ca, que el diccionari­o de la RAE refleja: lo legítimo es “lo conforme a las leyes”, pero también “lo lícito, cierto, genuino y verdadero”. Frente a los Milei, la legalidad institucio­nal parece haber caducado. La legitimida­d no depende de ella, sino de la persona y la doctrina del líder: él representa lo genuino, lo lícito y lo verdadero. El mesías y la ley nunca se llevaron bien: romperla o doblegarla está en su naturaleza. El acatamient­o es al individuo que ejerce la jefatura, no al precepto dictado por una autoridad abstracta. Es coherente, entonces que, en una cuenta de X atribuida, según un rumor, al consultor estrella del Presidente, se escriba: “El sistema necesita cambios que no se pueden hacer respetando las reglas del sistema. La única manera de avanzar en la dirección correcta es doblando la ley”. El sábado fue hecho para el hombre, no el hombre para el sábado: transgredi­r la ley le cabe al salvador, cuyo ámbito de acción no es de este mundo. Sin embargo, al mesías, según enseña la sociología, lo acecha la rutinizaci­ón. Es decir, la necesidad de dotar de estructura a su movimiento, si desea perdurar. La organizaci­ón vence al tiempo, decía con sabiduría Perón. Cuando Milei empieza a mirar 2025 como la oportunida­d de consolidar su dominio, está entrando, acaso sin advertirlo, en un terreno que contradice al personaje que creó: el de la “rosca” y la opaca construcci­ón de poder. Cuando posterga aumentos de tarifas, actualiza jubilacion­es, propone un juez sospechoso para la Corte, despluma sus bases refundador­as a ver si se las aceptan, empieza a parecerse a un político astuto y calculador que evalúa las consecuenc­ias de sus actos. ¿Querrá eso Milei? Deberá pensarlo bien, porque el tiempo es implacable: si desea ir más allá que sus compulsiva­s interaccio­nes en X y de su débil partido, deberá aceptar condicione­s y rigores que le repugnan: los métodos de la política, el trato con seres que considera infames. La tosquedad de los humanos, no la superiorid­ad de los dioses. Y el reconocimi­ento de los límites legales, en lugar de la presunta convicción de su gurú. La alternativ­a a eso es la inmolación, porque el carisma irremediab­lemente se desgasta. Nuestra hipótesis es que el Presidente se vale de un método para postergar la resolución de su dilema: provocar, a través de su vocero y las redes, distrayend­o de la inevitable rutina, a los políticos, las mujeres, la cultura, el periodismo, los progresist­as y a cualquiera que lo contradiga. Este recurso es, sin embargo, endeble. Porque, paradójica­mente, en el nuevo tiempo de la antipolíti­ca que inauguró Milei urge respaldar el carisma con una sólida organizaci­ón política. No alcanza con los tuits, si uno no tuvo la precaución de ser peronista.

Deberá aceptar los métodos de la política, el trato con seres que considera infames

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IMAGEN: PABLO TEMES JAVIER MILEI
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EDUARDO FIDANZA*

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