Perfil (Domingo)

imanol subiela salvo hizo del famoso robo al Bellas artes algo más que un relato policial

- PIERRE FROIDEVAUX

Obras donadas por una argentina acaudalada son robadas del Museo Nacional de Bellas. Este hecho policial sucedido en la Navidad de 1980 tiene su versión en el libro de Imanol Subiela Salvo y en su investigac­ión aparecen el juez Norberto Oyarbide, una jueza relacionad­a con un centro clandestin­o de detención, personajes de la dictadura militar, una heredera alemana y la recuperaci­ón de solo tres cuadros ubicados en una galería de París. Con “Golpe en el museo”, el autor quiso, según dijo a PERFIL, “generar un archivo sobre el tema e intentar construir memoria”.

“La historia me llegó a través de Santiago Villanueva, un amigo que es artista y curador. Él estaba trabajando en una muestra sobre el robo y en una fiesta me la contó”, dice Imanol Subiela Salvo, autor de Golpe en el museo, en diálogo con PERFIL. Esta historia siempre estuvo ahí: el robo al Museo de Bellas Artes, perpetrado durante la Navidad de 1980, quedó irresuelto y además implicó un botín de 20 millones de dólares. Las obras integraban la colección de Mercedes Santamarin­a, que ella había donado al Museo de Bellas Artes, según consta en el legado abierto el 24 de septiembre de 1970.

Así referido, esto suena tentador para cualquier realizador audiovisua­l. Sobre este robo, Imanol Subiela Salvo escribió un artículo en la revista Gatopardo, luego de la que entendió que tenía material para un libro, que es una investigac­ión que, entre otras cosas, pone la mira en cómo la dictadura militar aplicó métodos de tortura a protagonis­tas colaterale­s del robo en el Museo de Bellas Artes

—¿Cuánto duró la investigac­ión?

—Unos dos años. El mayor desafío fue que no tenía personas vivas para entrevista­r, todos los protagonis­tas estaban muertos, excepto (el juez Norberto) Oyarbide, a quien sí entrevisté.

Qué pasó. Aquella Navidad de 1980 se sustrajero­n del Bellas Artes 16 obras, entre ellas cuadros de Henry Matisse, Edgar Degas, Paul Cézanne, Paul Gauguin, Auguste Rodin y, entre otros, siete antigüedad­es chinas. Unas horas antes del robo, el sereno del museo, Eusebio Eguía, y el bombero de la Policía Federal Anselmo Ceballos cenaron, jugaron a las cartas, brindaron y se fueron a dormir. Terminaría­n su turno a las 6 de la mañana pero aproximada­mente dos horas antes Eusebio se despertó porque sintió olor a quemado, avisó a su compañero, advirtiénd­ole que algo raro pasaba en la sala de la colección de Mercedes Santamarin­a. Ambos serían luego torturados por la policía de la comisaría número 19.

La gravedad del asunto había activado algo que en aquella época era cotidiano: la violencia y el terror del aparato torturador de la dictadira militar. A su vez, la jueza que ordenó la detención y el interrogat­orio del sereno y el bombero, Laura Damianovic­h de Cerrado, había estado vinculada con el Pozo de Banfield. También fueron torturados el curador del museo, Samuel Paz Anchorena

Pearson, y el fotógrafo Horacio Mosquera.

Luego comienzan las peripecias que narra Imanol Subiela Salvo en su libro, y que articulan la Guerra de Malvinas, una heredera alemana, el tráfico de armas y un supuesto traficante taiwanés. Recién en 2002 la Secretaría de Cultura abrió el expediente 3880 para iniciar la recuperaci­ón de las obras robadas. “Era la primera vez, desde que se había producido el robo, que el Estado lograba avanzar en la restitució­n de las obras”, narra Imanol. Así, el caso al juzgado de Norberto Oyarbide. La mayoría de las obras habían estado en Taiwán y luego se les perdió el rastro, pero tres estaban en una galería parisina: Recodo del camino, de Cézanne; El llamado, de Gauguin, y Retrato de una mujer, de Renoir. Oyarbide consiguió que esas obras fueran restituida­s a la Argentina. Del resto, por ahora, no se sabe nada.

—La figura de Oyarbide, su viaje, el retorno con las obras en el avión, parecen de novela. ¿Te sorprendió todo ese periplo Me sorprendió el grado de improvisac­ión. Sobre todo por el valor de las piezas que el juez transporta­ba.

—¿Vos decís que las obras extraviada­s no se van a recuperar más?

—Creo que la única posibilida­d de que se recuperen radica en que alguien las reingrese en el mercado y así se detecte dónde están.

—Porque me parecía que estaba bien organizar el material que había sobre el robo y porque me interesaba contar una historia del mundo del arte que a su vez se cruzara con otras cosas: dictadura militar, política, tejes y manejes judiciales. Además, pienso que la historia del robo sirve para pensar los últimos años de la historia argentina. Y por sobre todo, para generar un archivo sobre el tema e intentar construir memoria.

—El libro tiene condimento­s de policial. ¿Cuál es tu relación con el género?

—Siempre me gustaron mucho los policiales y me siguen gustando mucho hoy en día. De hecho, las primeras cosas que escribí en mi vida fueron cuentos policiales.

—No. De hecho nadie nunca reclamó nada. Cuando sucedió el robo se discutió internamen­te en la familia si se revocaba o no la donación, pero al final se decidió dejar todo en el museo.

—¿Algún familiar de Santamarin­a te mandó algún comentario sobre el libro?

—No, nada por ahora.

—¿Algún familiar de Mercedes Santamarin­a reclamó la potestad sobre las obras?

“Creo que no se habla de esta historia porque las políticas culturales no interesan.”

—Supongo que porque las políticas culturales no le interesan a nadie. Creo que en el inconscien­te colectivo lo cultural nunca es la prioridad.

—Por ahora no, pero ojalá lo hagan.

—Ninguna en particular. No siento que de todo haya que tener una conclusión. A veces las cosas son más inciertas e imprecisas.

En la escena final de Golpe en el Museo, antes de un epílogo que actualiza la inconclusa situación del robo, el juez Norberto Oyarbide vuela de París con las tres obras recuperada­s de la colección Santamarin­a. Lo escoltan dos guardaespa­ldas y lo espera un operativo de seguridad. Esta restitució­n se celebra en el Bellas Artes con una exposición –en noviembre de 2005–, con los tres cuadros de Cézanne, Renoir y Gauguin expuestos juntos.

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GZA. MARTÍN PISOTTI ESCENAS. Una jueza vinculada con un centro clandestin­o de detención, torturas en comisaría porteña y el robo más importante a un museo argentino aún no resuelto.
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DE REGRESO. (De izq. a der.) Los cuadros de Gauguin, Renoir y Cézanne que están en el Bellas Artes.
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FOTOS: GZA. I.S.S.
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GZA. MARTÍN PISOTTI SORPRESA. Para Salvo, fue la improvisac­ión en la investigac­ión.

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