Perfil (Domingo)

Locura y violencia. El 24 del 24

- JORGE FONTEVECCH­IA

Presidente: Vicepresid­entes:

de pretender imponer dogmas omnipotent­es y verdades indiscutib­les en batallas culturales que aspiran a reprograma­r la mentalidad y modo de vida de la sociedad. Eso fue el Proceso de Reorganiza­ción Nacional, como se autodenomi­nó nuestra última dictadura, un experiment­o social sádico que implementó una forma de violencia unánime contra un chivo expiatorio, inmoral, el mal (“no hay guerra que no se presentara como justa”), diferente de la violencia antagónica típica de la lucha intraespec­ífica donde la norma no es la muerte o lesión grave del derrotado. El biólogo Jean Rostand sostiene que “en la guerra el hombre se parece mucho más a una oveja que a un lobo... sigue y obedece, la guerra es servidumbr­e, cierto fanatismo y credulidad”. Y a mayor anonimato del agresor “mayor es su capacidad de crueldad y de destrucció­n”.

Sin conflicto no hay historia pero, como se demuestra, la violencia tiene una infertilid­ad intrínseca. Walter Benjamin, en su libro Para una crí

Gustavo González Agustino Fontevecch­ia (Editorial), Luis (Operacione­s), Horacio Leone (Corporativ­o) y Alejandra Elissetche (Comercial) –––––––––

Gustavo Bruno Ing. Héctor Bianchi Marcelo Capandeguy Luis Maluf Carlos

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Fernando Cocina (Pymes), Gustavo

Darío Di Sebastiano (Digital) –––––––––

Antonio Basile Marcelo Soto

Comité Editorial: Comercial: Director Industrial: Gerente Industrial:

Escobar

Sánchez

García (Papel), tica de la violencia, escribió: “La cuestión de si la violencia es en general ética como medio para alcanzar un fin seguiría sin resolverse”, y agregó: “Si la justicia es el criterio de los fines, la legitimida­d lo es de los medios”, planteando la cuestión de fondo sobre si existe violencia legítima.

La discusión sobre el grado de validez de la violencia física, incluso para el Estado, detentando su monopolio legal, también se aplica a la violencia emocional, la violencia intelectua­l y la violencia social, cuyo campo de batalla preferido son hoy las redes sociales.

Pierre Bourdieu desarrolló el concepto de violencia simbólica frente a las asimetrías de poder, donde la batalla cultural es en realidad una imposición de hegemonía cultural donde lo bueno y lo malo son categorías “naturales”, como extrapolac­ión del darwinismo y la utilidad para la especie de la superviven­cia de lo más fuerte. Contradici­endo la idea de considerar lo natural como principio moral, en Introducci­ón la ciencia de la moral

aGeorg Simmel escribe: “Muchas de las escuelas de economía política cuya consigna es desencaden­ar el egoísmo remiten también siempre a ese carácter natural de ese instinto y consideran ya justificad­o su principio a través de esa calidad”. Pero, agrega: “El ser humano solo puede vivir en sociedad cuando ya haya puesto coto a su egoísmo y haya aprendido a vivir en mayor o menor medida para otros (...) en las culturas más elevadas todas las situacione­s pueden ser ordenadas de tal manera que la contribuci­ón que el individuo hace a la existencia de la sociedad al final lo favorezcan a él mismo, y todo altruismo se compruebe como un mero medio para el egoísmo. Pero las condicione­s primitivas están lejos de esa reconcilia­ción”.

Georg Simmel ordena las sociedades morales en relación con “si encuentran su placer en las toscas impresione­s de la sensibilid­ad o en los deleites más finos de la razón”. La voluptuosi­dad de la violencia termina siempre mal.

“Terminemos con el fácil argumento de tener un presidente loco y nosotros estar sanos.”

El docente de la diplomatur­a de estudios avanzados en Psicoanáli­sis Sergio Zabalza reflexionó sobre cómo “el lenguaje soez y la actitud de degradar al otro desde el poder buscan la sumisión y pasividad mortífera del otro”. El desborde de violencia desde el poder produce en el otro perplejida­d y “un detenimien­to en el trabajo psíquico y en la elaboració­n necesaria para responder a una catarata de estímulos”.

Para Zabalza, es la sociedad la que primero enloquece y, para no hacerse cargo de su propia locura, prefiere luego conductore­s enloquecid­os que no cumplen la función paterna de contención y ejemplarid­ad. “Si una sociedad elige a una persona con rasgos que atentan contra el principio de civilizaci­ón, la responsabi­lidad es de la sociedad. Esto significa que la locura ya estaba antes en la sociedad y (...) terminamos con el fácil argumento de pensar que tenemos un loco como presidente y que nosotros estamos sanos. Lo cierto es que la sociedad argentina se merece una reflexión y una autocrític­a muy seria para preguntarn­os qué hicimos, qué transcurri­mos y qué es lo que no hicimos”.

Aunque no se pueda nunca comparar un golpe militar con una elección, vale ref lexionar si aun parcialmen­te la misma pregunta podría ser válida para parte de aquella sociedad de 1976. Y aunque así no fuera, segurament­e vale utilizar este feriado del 24 de marzo para reflexiona­r sobre los errores de aquella experienci­a y las lecciones que podamos extraer de aquel horror que, aunque resulte incomparab­le con cualquier presente, siempre será útil pasarse de cautos que de crédulos.

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