Locura y violencia. El 24 del 24
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de pretender imponer dogmas omnipotentes y verdades indiscutibles en batallas culturales que aspiran a reprogramar la mentalidad y modo de vida de la sociedad. Eso fue el Proceso de Reorganización Nacional, como se autodenominó nuestra última dictadura, un experimento social sádico que implementó una forma de violencia unánime contra un chivo expiatorio, inmoral, el mal (“no hay guerra que no se presentara como justa”), diferente de la violencia antagónica típica de la lucha intraespecífica donde la norma no es la muerte o lesión grave del derrotado. El biólogo Jean Rostand sostiene que “en la guerra el hombre se parece mucho más a una oveja que a un lobo... sigue y obedece, la guerra es servidumbre, cierto fanatismo y credulidad”. Y a mayor anonimato del agresor “mayor es su capacidad de crueldad y de destrucción”.
Sin conflicto no hay historia pero, como se demuestra, la violencia tiene una infertilidad intrínseca. Walter Benjamin, en su libro Para una crí
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García (Papel), tica de la violencia, escribió: “La cuestión de si la violencia es en general ética como medio para alcanzar un fin seguiría sin resolverse”, y agregó: “Si la justicia es el criterio de los fines, la legitimidad lo es de los medios”, planteando la cuestión de fondo sobre si existe violencia legítima.
La discusión sobre el grado de validez de la violencia física, incluso para el Estado, detentando su monopolio legal, también se aplica a la violencia emocional, la violencia intelectual y la violencia social, cuyo campo de batalla preferido son hoy las redes sociales.
Pierre Bourdieu desarrolló el concepto de violencia simbólica frente a las asimetrías de poder, donde la batalla cultural es en realidad una imposición de hegemonía cultural donde lo bueno y lo malo son categorías “naturales”, como extrapolación del darwinismo y la utilidad para la especie de la supervivencia de lo más fuerte. Contradiciendo la idea de considerar lo natural como principio moral, en Introducción la ciencia de la moral
aGeorg Simmel escribe: “Muchas de las escuelas de economía política cuya consigna es desencadenar el egoísmo remiten también siempre a ese carácter natural de ese instinto y consideran ya justificado su principio a través de esa calidad”. Pero, agrega: “El ser humano solo puede vivir en sociedad cuando ya haya puesto coto a su egoísmo y haya aprendido a vivir en mayor o menor medida para otros (...) en las culturas más elevadas todas las situaciones pueden ser ordenadas de tal manera que la contribución que el individuo hace a la existencia de la sociedad al final lo favorezcan a él mismo, y todo altruismo se compruebe como un mero medio para el egoísmo. Pero las condiciones primitivas están lejos de esa reconciliación”.
Georg Simmel ordena las sociedades morales en relación con “si encuentran su placer en las toscas impresiones de la sensibilidad o en los deleites más finos de la razón”. La voluptuosidad de la violencia termina siempre mal.
“Terminemos con el fácil argumento de tener un presidente loco y nosotros estar sanos.”
El docente de la diplomatura de estudios avanzados en Psicoanálisis Sergio Zabalza reflexionó sobre cómo “el lenguaje soez y la actitud de degradar al otro desde el poder buscan la sumisión y pasividad mortífera del otro”. El desborde de violencia desde el poder produce en el otro perplejidad y “un detenimiento en el trabajo psíquico y en la elaboración necesaria para responder a una catarata de estímulos”.
Para Zabalza, es la sociedad la que primero enloquece y, para no hacerse cargo de su propia locura, prefiere luego conductores enloquecidos que no cumplen la función paterna de contención y ejemplaridad. “Si una sociedad elige a una persona con rasgos que atentan contra el principio de civilización, la responsabilidad es de la sociedad. Esto significa que la locura ya estaba antes en la sociedad y (...) terminamos con el fácil argumento de pensar que tenemos un loco como presidente y que nosotros estamos sanos. Lo cierto es que la sociedad argentina se merece una reflexión y una autocrítica muy seria para preguntarnos qué hicimos, qué transcurrimos y qué es lo que no hicimos”.
Aunque no se pueda nunca comparar un golpe militar con una elección, vale ref lexionar si aun parcialmente la misma pregunta podría ser válida para parte de aquella sociedad de 1976. Y aunque así no fuera, seguramente vale utilizar este feriado del 24 de marzo para reflexionar sobre los errores de aquella experiencia y las lecciones que podamos extraer de aquel horror que, aunque resulte incomparable con cualquier presente, siempre será útil pasarse de cautos que de crédulos.