Perfil (Domingo)

Paredes y revolución

- LAURA ISOLA

En su Autobiogra­fía, José Clemente Orozco escribe: “La pintura mural se encontró en 1922 la mesa puesta”. Quienes se habían encargado de tenderla desde comienzos del siglo XX fueron Justo Sierra, titular de la Secretaría de Instrucció­n Pública y Bellas Artes en la última década del gobierno de Porfirio Díaz y Gerardo Murillo, cuyo nombre no dice mucho hasta que se sabe que fue Dr. Atl.

Pero, sobre todo, fue este singular artista que había nacido en Jalisco en 1875 el que alentó a los jóvenes de esos tiempos para que rompieran con las formas tradiciona­les, se lanzaran a las paredes e hicieran la revolución, al menos en términos artísticos. Por su parte, él la hizo de las dos maneras. En 1910, organizó una exposición paralela de artistas mexicanos en repudio a la que se había convocado para celebrar el aniversari­o de la Independen­cia. Luego partió hacia Europa y a su regreso se unió al bando de Venustiano Carranza.

Escritor, pensador y gran conocedor de volcanes, Dr. Atl debe su nombre a “atl”, término nahautl para denominar agua, que se le ocurrió durante el viaje a Europa en medio de una tempestad terrible. La sugerencia de anteponerl­e el título de Dr. se la debe a Lugones: “Llegué a Roma, en la universida­d me gradué de doctor en Filosofía y me volví a París. Ahí me encontré a Lugones, el gran poeta argentino, quien me dijo ‘Eso de Atl solo está muy feo, ¿por qué no te pones algún título?’ ‘¿Título de qué, de príncipe, de rey, de qué? Soy doctor en Filosofía’. ‘¡Dr. Atl!’, exclamó Lugones”, cuenta en su última entrevista el inquieto Doc.

Murió en 1964, después de haber trepado a los grandes volcanes, haberlos pintado, admirado a Hitler, amado a la inefable Nahui Ollin, perdido una pierna y pasar a la historia como un ser revoltoso e inclasific­able.

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CEDOC PERFIL DR. ATL. Los volcanes, 1950.

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