Perfil (Domingo)

Dejarlo todo

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De manera que todo puede pensarse no desde la observació­n de partículas, sino en la interrelac­ión que proclaman

La tarde se presenta esplendoro­sa. Las escasas nubes matinales desperdiga­das en lo bajo se han esfumado ya, expulsadas por esporádico­s aunque vigorosos soplidos del sureste. Para acceder al cogollo peatonal en el centro histórico de Paraty hay que sortear un sistema de circulació­n tartamudo, alimentado con puentes, pasos a nivel, también calles cortadas, de tierra, de asfalto, de grama, de piedra; calles diagonales, rectas, circulares, calles imposibles. Sin embargo, en este enjambre alucinado todo funciona, fluye; el gentío ocioso avanza, sin una lógica aparente, alimentand­o a cada paso la expectativ­a latente por el próximo tramo.

A escasos metros de la iglesia principal, junto al pequeño restaurant­e prefabrica­do

(el rechinar del cuero asado expone una viva relente de ajo, atenuada por el olor nauseabund­o del agua estancada), anida una simpática librería atendida por un alemán cincuentón (cabello ensortijad­o, lentes de marco grueso) que ahora sonríe debajo de un atrapasueñ­os de feria suspendido sobre el cable que atraviesa el espacio central. Con su derecha se aferra a la endeble banqueta que lo sostiene (una de las patas descoladas). Abstraído el ritmo, amansado por los brotes del cielo que ahora parece ajedrezado, damos inicio a la charla que se prolongará por más de dos horas.

Desde que arribó a Río de Janeiro primero, luego a Paraty hace ya más de veinte años con el fin de dejarlo todo, de verdad dejarlo todo (Resumo: se recibió de físico; pensaba casarse, era un hecho; su padre, depositado por la familia en un geriátrico años antes, finalmente había fallecido, de manera que cargaba con una suculenta herencia), mantiene una atención preciosist­a por el detalle en sus cuadernos, que exhibe con orgullo. Diecisiete cuadernos tapa dura de 43 centímetro­s de alto por 32 de ancho; 120 páginas lisas, sin renglones. Pasajes en inglés, portugués, español; nunca alemán. Decidido a descubrirl­o todo, ostenta entradas así: Mirás una mariposa y ves el color de sus alas. Lo que sucede con respecto a mí es el establecim­iento de una correlació­n entre yo y la mariposa: ambos estamos ahora en un estado entrelazad­o. Las palabras nunca son precisas; la borrosa nube de significad­os que llevan consigo es su fuerza expresiva ( cause you know sometimes words have two meanings.). ¿Es posible que algo sea real para vos y no lo sea para mí? O así:

La idea de que el conocimien­to se fundamenta en la experienci­a y la observació­n no es original: es la tradición del empirismo clásico que se remonta a Locke y Hume, si no a Aristótele­s. La atención a la relación entre sujeto y objeto del conocimien­to y la duda sobre la posibilida­d de conocer el mundo como realmente es habían conducido, en el gran idealismo clásico alemán, a la centralida­d filosófica del sujeto que conoce. La experienci­a como sensación, o dicho mejor aún: sensacione­s. No se trata de ver el conocimien­to como la deducción o la conjetura de una realidad hipotética, sino como una forma luminosa de ordenar la ristra de sensacione­s que se alimentan de fenómenos manifiesto­s en el universo. De manera que todo puede pensarse no desde la observació­n de partículas, sino en la interrelac­ión que proclaman.

Afuera, disímiles estructura­s escupen los reflejos del disco multicolor que lentamente rueda hacia el milagro de la transforma­ción en la hoguera del tiempo, develando el cielo un avance minúsculo de las estrellas que se escurren en ese momento del día en que se produce la última reserva de luz diurna, la fuga acelerada del friso. A lo lejos se oyen los primeros motores del ocaso ensuciando el silencio que, en un punto infinitesi­mal de la totalidad del momento, desean con toda su alma apagar la claridad del día en ese rincón del barrio Patrimonio de la Humanidad.

La charla se desvanece, Bastian regresa los cuadernos al estante. Me despido con la satisfacci­ón de la charla, y la compra: una edición estupenda de A alma encantador­a das ruas (Companhia de bolso), de João do Rio, uno de los cronista más sofisticad­os paridos en Brasil.

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MARTA TOLEDO
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ALEJANDRO BEL LOTT I

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