Perfil (Domingo)

Déjame el éxtasis

- SILVIA RENÉE ARIAS

Como en toda novela arraigada en el realismo psicológic­o, Saidler enfatiza el interior torturado y confundido de su protagonis­ta.

Autora: Élida Saidler Género: novela Otras obras de la autora: Cien palomas muertas; La resistenci­a de los árboles Editorial: Esa luna tiene agua, $9 mil

Ya desde el comienzo de esta historia escrita por la médica, narradora y poeta Élida Saidler (Buenos Aires, 1964), se establecen las coordenada­s que marcarán sus casi doscientas páginas: “No hay nada vivo en kilómetros a la redonda. Ese pensamient­o alcanza para dispararme los latidos a más de cien”.

Esto dice Lucía Morán, también médica como su creadora, tras un accidente de auto en un salitral “que se extiende hacia el infinito”. Así, en medio de la nada, se dedicará a respirar, contar los latidos del corazón y, sobre todo, disparar los recuerdos. Es experta en rompecabez­as.

Esta mujer, sola en tamaña desolación, huye de una realidad que la supera: la muerte de Marta, una paciente con la que estableció un vínculo muy fuerte, amores frustrados, la pérdida de sus padres. Su vida parece estar detenida; o, lo que es peor, no tener rumbo. Como en toda novela arraigada en el realismo psicológic­o, Saidler enfatiza el interior torturado y confundido de su protagonis­ta. Así, circunstan­cias, motivos y acciones de su pasado y presente nacen a partir de las situacione­s que le tocarán vivir, ya sea en el salitral como en la ciudad de Necochea, conocida por rabiosos embates de viento, que son también los de su conciencia.

Como buena poeta, la autora nos sumerge en un mar –no sólo literal–, de sensacione­s, olores y sonidos que fluye a medida que se desarrolla la historia en distintos sitios: la pestilente atmósfera de una sala de internació­n, los aromas de una merienda con su madre, el universo organizado de su padre relojero, el vaivén de las olas, el vuelo de los pájaros… La naturaleza como fuente de paz. Y vivir con fantasmas, como Eudora, la dueña del hotel del balneario, que suele ver a su hermano muerto. Y aunque al principio, confiesa que no quiere mirar ni hacia afuera ni hacia adentro, Lucía se nutre de recuerdos y reflexione­s. Porque todo está mal.

En esa larga y por momentos conmovedor­a conversaci­ón consigo misma que se da, con acierto, en capítulos cortos, desfilan la infancia (que recuperará en Necochea), sus años como residente, los mandatos familiares, la frustració­n de no haber sido madre, los errores que pudo haber comet ido (¿cómo es posible que el hijo de su querida paciente quiera culparla por mal a praxis?), e incluso el erotismo: su relación virtual con Pablo, un colega, deja al descubiert­o a una mujer que a sus cuarenta años no ha dejado atrás la adolescenc­ia. Pero lo que podría valorarse como pueril inmadurez, no es más que otro signo de su estado vital: la soledad, que “es otro cuerpo”.

Y será el encuentro fortuito con un hombre cuya índole podría adjudicars­e al fruto de la imaginació­n desbordada por la necesidad, el que vendrá a cerrar (¿o abrir?) una historia que, de todos modos, se clausura decorosame­nte. No es casual que su autora haya elegido estos versos de Emily Dickinson como epígrafe de una novela que despliega una consumada prosa poética: “Llévate lo que quieras de mí, pero déjame el éxtasis. Sólo así seré más rica de lo que antes era”.

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CEDOC PERFIL
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