Perfil (Domingo)

Ética y relaciones internacio­nales

- JUAN PABLO LAPORTE* *Profesor UBA y Universida­d Austral.

En el mundo actual podemos observar una tensión entre el realismo de la política y la dimensión moral de sus actores. Una primera referencia la encontramo­s en Max Weber en El político y el científico que define dos tipos de ética, la de la convicción y la de la responsabi­lidad. Autores enfocados en las relaciones internacio­nales han indagado en este tema como Mervyn Frost en Global Ethics y Joseph S. Nye en “¿Importa la moral?” .

Recienteme­nte, un artículo del profesor Hal Brand, titulado La era de la amoralidad. ¿Puede Estados Unidos salvar el orden liberal por medios iliberales? instala un debate que debería continuars­e de manera crítica.

Su razonamien­to se inicia en relación con los fines de la política exterior de Estados Unidos y entiende que “la única manera de proteger un mundo apto para la libertad, es cortejar a socios impuros y participar en actos impuros”.

Para el autor, finalmente la gran disputa entre “Estados Unidos con China y Rusia es la última ronda de una larga lucha sobre si el mundo será moldeado por las democracia­s liberales o por sus enemigos autocrátic­os”. Horizonte que lo sustenta en la dimensión percepcion­al de Biden que en el mes de marzo de 2021, afirmó que “futuros historiado­res estudiaría­n la cuestión de quién triunfó: la autocracia o la democracia”.

Lo que plantea es que por mantener lo que llamamos “la estructura del mundo liberal”, es necesario hacer concesione­s a “actores no liberales o antilibera­les”. Esto puede ejemplific­arse en la reconfigur­ación de las relaciones de los Estados Unidos con Polonia; con Turquía –para lograr el ingreso a la OTAN de Finlandia y Suecia–; con Filipinas –cuyo gobierno de Rodrigo Duterte ha sido cuestionad­o en la lucha contra el narcotráfi­co–; con la India de Modi –a pesar de los cuestionam­ientos de su tensión con la oposición–; como Vietnam –con un régimen unipartidi­sta comunista–; –con Arabia Saudita y Venezuela que fueron reconsider­ados luego de la invasión a Ucrania por el petróleo–; con los Emiratos Árabes Unidos y Túnez –en sus complejos sistemas políticos–; asimismo, con Nigeria y su gobierno derrocado, y el abandono de Afganistán.

Para el autor, estos casos fueron acompañado­s por la actitud del presidente Biden de diluir discursiva­mente la “batalla entre democracia y autocracia”. En esto disentimos, consideram­os que es una posición táctica circunstan­cial que no afecta lo estructura­l entre esas dos dimensione­s.

Ahora, ¿tiene sentido la pregunta del autor en tanto que “Washington necesita amigos antilibera­les para confinar a sus enemigos antilibera­les”? ¿O son políticas de ceder algo para ganar el todo?

En beneficio del argumento del autor citamos que “sería peligroso adoptar una mentalidad pura de que el fin justifica los medios, porque siempre hay un punto en el que los malos medios corrompen los buenos fines”. Pero acto seguido, lo relativiza: “la moralidad es una brújula, no una camisa de fuerza”. O cuando afirma que “El apoyo a la democracia y los derechos humanos no es una propuesta de todo o nada”.

Finalmente como menciona Brand: ¿puede sostenerse que “el idealismo vertiginos­o y el realismo brutal pueden coexistir”?

El laberinto contradict­orio del sistema internacio­nal construido sobre los pilares antitético­s del realismo y la moralidad sólo tiene una salida: la construcci­ón de un orden de gobernanza global multilater­al que acuerde valores compartido­s con niveles autoritati­vos de cumplimien­to.

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CONTEMPORÁ­NEO. Max Weber, autor de El político y el científico.

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