Perfil (Domingo)

Un enemigo del pueblo

- POR QUINTÍN

El diputado Alberto Benegas Lynch afirmó hace unos días que está en contra de la educación obligatori­a y que es perfectame­nte lógico que un padre necesite que su hijo trabaje en el taller en lugar de ir a la escuela. No es la primera declaració­n urticante de un funcionari­o mileísta, pero esta provocó un repudio tan generaliza­do que el propio presidente tuvo que salir a contradeci­r a su amigo. Dado que fue un liberal Julio A. Roca quien promulgó la ley 1420 que establece la enseñanza laica, gratuita y obligatori­a, me sorprendió que un liberal la atacara.

Pero este no es un gobierno liberal sino libertario, y los libertario­s (al menos los más radicales) solo aceptan la voluntad del mercado, aun cuando esté controlado por oligopolio­s y corporacio­nes. Así, al menos, lo ha expresado el propio Milei, quien ahora propone a regañadien­tes que se generalice el impuesto a las ganancias aunque no crea en él.

Debo confesar que la declaració­n de Benegas Lynch me sorprendió. Cuando la polémica (si se puede llamar polémica una discusión de todos contra uno) estaba en su auge (segurament­e hoy ya hay otro motivo de escándalo entre los opositores) leí un tuit que me orientó un poco. Remitía a unas considerac­iones de Murray Rothbart (1926-1995), en la que el ideólogo libertario concluía: “Si abolimos las leyes de escolarida­d compulsiva y les devolvemos a los niños su libertad intelectua­l, volveremos a ser una nación de gente mucho más interesada, productiva y feliz”. Curiosamen­te, este teórico de la nueva derecha comenzaba citando a Paul Goodman, un referente de la nueva izquierda de los sesenta, quien abogaba porque se permitiera a los niños trabajar desde una edad temprana. Rothbart y Benegas podrían citar también a Ivan Illich, el teólogo, filósofo y sacerdote católico que publicó en 1971 La sociedad desescolar­izada, un libro que tuvo su momento de gloria y en el que argumentab­a (cito a la Wikipedia) que “la estructura opresiva del sistema escolar no podía reformarse y debía ser desmantela­da para liberar a la humanidad de los efectos mutiladore­s de la institucio­nalización de la vida en su totalidad”.

Si se considera que los efectos de la educación (en particular la Argentina) no solo uniformiza­n sino que ni siquiera cumplen con sus propósitos (por ejemplo, se aprende a leer y a calcular mucho después de lo razonable), y que la escuela es muchas veces una pérdida de tiempo cuando no un puente hacia la mendicidad o el delito, las ideas de Illich, Goodman, Rothbart e incluso de alguien que me parece un papanatas como Benegas Lynch deberían merecer algo más que un rechazo automático en nombre de valores cuya práctica ha desvirtuad­o o permite poner en cuestión. Pero lo peor de todo esto es que muchos de nosotros (me incluyo) actuamos como el perro de Pavlov y hacemos tronar nuestra indignació­n automática. En otro texto de Rothbart señalado por la misma cuenta de X, Educación: libre y obligarori­a, se defiende la primera mostrando que la segunda tiene una historia que parte de las ideas religiosas más fanáticas y de los Estados más autoritari­os. Es algo parecido a lo que Foucault hizo con la locura y la sexualidad, señalar que los conceptos vienen de alguna parte, que fueron construido­s por la sociedad y que, por lo tanto, pueden ser deconstrui­dos. Quedan notificado­s.

Es algo parecido a lo que Michel Foucault hizo con la locura y la sexualidad

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CEDOC PERFIL murray rothbart

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