Perfil (Domingo)

La guerra de Gaza se volvió global

El hecho de que el régimen iraní se haya atrevido a un ataque directo a Israel es testimonio de un orden mundial cambiante que desafía cada vez más el poder occidental.

- * Exministro de Relaciones Exteriores de Alemania de 1998 a 2005. Copyright Project-syndicate.

Con el ataque iraní de drones y misiles sobre Israel el 13 de abril a la noche, la guerra en Medio Oriente ha adquirido una nueva dimensión. Por años, el confl icto entre Irán e Israel había sido una “guerra en la sombra” en la que ambos bandos evitaban ataques militares directos en territorio del otro. En su lugar, el conflicto llegaba subreptici­amente a las calles de Teherán con asesinatos de científico­s e ingenieros nucleares iraníes y en áreas asoladas por la guerra como Siria, el Líbano, Yemen y Gaza. En estos puntos calientes, el llamado Eje de la Resistenci­a –compuesto por Hizbulá (en el Líbano), Hamas (en Gaza) y los hutíes (en Yemen)– recibe un amplio apoyo en la forma de dinero, armamento y entrenamie­nto iraníes.

La actual guerra comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas lanzó un ataque sobre Israel que se cobró 1.200 vidas y 253 rehenes. Pronto Israel contraatac­ó y desde entonces la guerra en Gaza ha estado activa. Como resultado de la campaña de las Fuerzas de Defensa de Israel para eliminar a Hamas de una vez por todas, han sido asesinados más de 30 mil palestinos y el enclave ha sido prácticame­nte demolido.

A pesar de estos horrores y de las apabullant­es condicione­s que hay en Gaza, la guerra es el capítulo más reciente de un sangriento conflicto en que israelitas y palestinos han estado trabados por el mismo territorio en los casi últimos 80 años. En contraste, el ataque directo de Irán a Israel representa algo nuevo. Lanzar un ataque desde territorio iraní, en lugar de hacerlo por alguna de las organizaci­ones militantes intermedia­s, es invitar a las represalia­s sobre el país mismo. El régimen iraní debe de sentirse muy seguro de sí, o está bajo una enorme presión para demostrar su fuerza, incluso si eso significa una “guerra abierta” no solo con Israel, sino con los Estados Unidos.

El gatillador inmediato fue el golpe israelí del 1° de abril al edificio del consulado iraní junto a la embajada de Irán en Damasco, en el que murieron varios miembros del Cuerpo de la Guardia Revolucion­aria de Irán, incluidos dos comandante­s de alto rango. Si bien difícilmen­te estas haya sido las primeras víctimas de la “guerra en las sombras” en Siria y el Líbano, las autoridade­s iraníes esta vez se sintieron motivadas a responder.

Es cierto que Irán supuestame­nte avisó a EE.UU. por canales informales que su contraataq­ue era inminente, por lo que nadie se sorprendió cuando ocurrió. De todos modos, las implicanci­as de la medida son profundas. La guerra ya no es una entre Israel y Palestina sobre una franja de territorio; ahora se ha regionaliz­ado o, incluso, globalizad­o.

Acechando ominosamen­te en el trasfondo del escenario está la amenaza potencial que plantea el programa nuclear iraní. Dados los últimos sucesos, esta amenaza existencia­l a Israel se vuelve cada día menos hipotética. ¿Dará Irán ahora los últimos pasos para cruzar el umbral nuclear, y esa mera posibilida­d aumentará las probabilid­ades de una guerra con Israel y los EE.UU.? Esa es hoy la gran pregunta para toda la región.

Más aún, sabemos que los planes de Irán van más allá de lograr el predominio regional. El régimen vería con agrado el reemplazo del orden internacio­nal encabezado por EE.UU. por un sistema más multipolar en el que compitan las potencias grandes y emergentes. Para tener una posición de solidez en este nuevo orden internacio­nal se necesitará­n armas nucleares, acceso a tecnología de avanzada, y el fin del aislamient­o económico que implican las amplias sanciones de Occidente. Todo esto parece a su alcance mediante la profundiza­ción de las relaciones con China, Rusia y partes del Sur Global.

Los teócratas de Irán saben que su posición es frágil dentro del país.

Las manifestac­iones de gran escala lideradas por mujeres, jóvenes y minorías étnicas (por ej., en Kurdistán y Beluchistá­n) han desacredit­ado el régimen, así como la rampante corrupción de la elite gobernante. Los envejecido­s gobernante­s ya no tienen ninguna legitimida­d y meramente se sostienen gracias a la represión directa. Pero aunque confiar en las porras y las balas pueda funcionar por un tiempo, difícilmen­te sea una receta para el éxito de largo plazo.

Sin embargo, la situación es completame­nte diferente en términos geopolític­os. El régimen teocrático iraní se encuentra entre los grandes ganadores de la transición hacia un orden mundial no liderado por los estadounid­enses. Según la Agencia Internacio­nal de Energía Atómica, el programa nuclear de Irán ha avanzado más que nunca y ha llegado al umbral de enriquecer suficiente uranio apto para uso militar. También habría que suponer que el país cuenta con los conocimien­tos tecnológic­os para construir un cabezal nuclear y los sistemas para lanzarlo.

En un paisaje político cada vez más favorable, el matrimonio de convenienc­ia de Irán con Rusia y China resulta de importanci­a capital, no en menor medida porque permitirá al régimen escapar de décadas de aislamient­o internacio­nal. A medida que las potencias nuevas y emergentes busquen desarrolla­r nuevas estructura­s multilater­ales más allá de la hegemonía occidental, es casi inevitable que Irán se beneficie.

La guerra en Medio Oriente se debe entender en este contexto mayor, que también incluye a Ucrania y Taiwán. Estamos siendo testigos de iniciativa­s cada vez más osadas y ambiciosas para derribar el viejo orden occidental por cualquier medio necesario, incluso la guerra directa.

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AFP CIELO EN ARMAS. El escudo antimisilí­stico israelí en acción ante los misiles iraníes.
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JOSCHKA FISCHER*

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