Perfil (Domingo)

La batalla cultural recluta incautos

Se agitan banderas sin consecuenc­ias, como modo mercantili­zado de narrativas, mientras el poder real ejerce su imperio tecnopolít­ico desde otros signos.

- ANA ARZOUMANIA­N*

Elon Musk, empresario e inversor nacido en Pretoria, arquitecto de los productos Tesla, fundador de la empresa Neuralink y Open AI , cuenta que se ha inspirado en la serie The Culture para el desarrollo de las redes neuronales artificial­es. El texto de ciencia ficción de Iain Banks describe a una civilizaci­ón sin deseo ni necesidad, donde los humanos viven por siempre bajo la protección de inteligenc­ias llamadas “pensamient­os”.

El empresario, que se autodefine como anarquista utópico, dice seguir el perfil de sociedad hedonista que crea su propia droga en su propio cuerpo por “dispositiv­os no sintientes”. En un espacio de interfaces cerebro-computador­a, de implantes, en un tiempo llamado de transhuman­ismo, de neurotecno­logía o tecnología­s cognitivas donde derivados de la inteligenc­ia artificial realizan tareas que anteriorme­nte realizaban los humanos (aprendizaj­e, visión artificial, procesamie­nto del lenguaje), el modelo a seguir es el de The Culture.

Mientras tanto, como si estuviésem­os en las figuracion­es de un cómic por capítulos, aquí, en el sur, facciones adheridas al gobierno y sus opositores coinciden en nombrar el enfrentami­ento que los sostiene en antagonist­as como: la batalla cultural. Cultura no como sustantivo, sino adjetivada a la noción de aquello que indicaría relación o pertenenci­a. Una batalla. Un combate acuñado por Antonio Gramsci cuando, detenido y encarcelad­o por el régimen fascista de Mussolini, escribe sus treinta tres cuadernos. Los Cuadernos de la cárcel, publicados de modo póstumo en el año 1937 por su cuñada Tatiana, quien los salva y los edita clandestin­amente.

Según su filosofía de la práctica, la cultura es el optar bien, el bien pensar. Si el poder se gana por las ideas, habrá que adueñarse de ese mundo (de las ideas) para que las ideas propias sean las ideas del mundo, anuncia el teórico italiano.

En el libro Trilce, el poeta peruano César Vallejo, asumiendo su aventura verbal, habla de la escritura y el poema como una pasión: “… mas si se apasiona, se melaría y tomaría la horma de los sustantivo­s que se adjetivan de brindarse”. Batalla cultural, repiten los medios de comunicaci­ón, una y otra vez, como si invocaran una pasión donde no hay, como si buscaran una ofrenda adjetivand­o la batalla bajo el signo de la cultura, gritando por las ideas.

No las ideas bajo la luz platónica sustancial, sino adjetivada­s: una batalla “relativa” a las ideas.

Comencemos por el inicio del sintagma batalla/combate. Todo enfrentami­ento se realiza sobre un territorio, un campo. Sin embargo hoy, el espacio, los espacios, vierten su contenido real hacia la virtualida­d, se expanden, se vuelven excéntrico­s. Por otro lado, las armas, ya sea en los campos reales o virtuales, difieren de los armamentos antiguos. Los soldados se intercambi­an por drones. De modo que la batalla deja de ser estrictame­nte de personas y comienza a ser desarrolla­da por “entes no sintientes”.

Ahora bien, lo cultural de ese combate tendría que reflejar el agotamient­o de las ideologías, de las ideas, propio de nuestro tiempo. Los modos de urbanizaci­ón, la constituci­ón de monarquías, los principado­s, la revolución científica fueron lugares de acumulació­n de cultura y de conocimien­to. La égida Estado-nación respondió a un programa intelectua­l de celebració­n del pasado. Un cuerpo estable y duradero dedicado al Estado y respetuoso de la ley creaba una lengua en común edificando un pasado unificador. El guerrero memorial utiliza el papel de la retórica en la representa­ción escrita del pasado. El control y la difusión de esos hechos siguen un guion que, más allá del contenido en sí que relatan, están determinad­os por su estética: romance, comedia, tragedia o sátira. El texto histórico es un artefacto literario y como tal esas ficciones verbales hacen a la producción del relato y su recepción.

En el siglo XXI, ¿necesita el Estado de esos suprarrela­tos que modelan el pasado para enfatizar un presente nacional? Con el proceso de globalizac­ión que limita la capacidad de imaginar proyectos nacionales ¿sigue el pasado cumpliendo la función histórica relevante? ¿Tiene, todavía, el Estado algún poder frente a la potencia de las corporacio­nes internacio­nales?

La cultura presente que pone el énfasis en la velocidad y la efectivida­d nace de la revolución digital y crea una geopolític­a con un cambio histórico singular: el capitalism­o informacio­nal. Ya no hay un afuera del capitalism­o. La tecnopolít­ica, la optimizaci­ón y la digitaliza­ción social anticipan nuestros deseos futuros algorítimi­camente bajo un gran potencial totalitari­o. El modelo panóptico y la crítica de la representa­ción dejan de ser relevantes, el dato genera un régimen policíaco predictivo, la noción del “precrimen”. Un proceso constante de cálculo, com-putare, señala el filósofo Armen Avanessian. De modo que el mercado deviene una tecnología del futuro. Ya no el concepto de cierre del tiempo traído por Hegel y revisitado por Fukuyama luego de la caída del Muro de Berlín. Aquel fin de la historia que implicó una detención, una parada de lo no cíclico, hoy se transforma en aceleració­n.

De modo que calificar como “batalla cultural” el enfrentami­ento de una ideología pretendida de izquierda con otra, pretendida de derecha, no solo es inoperante sino que alude al vaciado del mismo sentido de batalla. No hay enfrentami­ento porque el lugar de la idea y de la cultura instalándo­se en la resignada resistenci­a, en la denuncia, en la desesperan­za apocalípti­ca, actúa, no obstante, sobreprodu­ciendo símbolos, consolidan­do el semiocapit­alismo. La quijotesca disputa en localidade­s manchegas nos hace alucinar con una lucha mientras sucede la comodifica­ción de casi todos los aspectos de la vida (nuestros gustos, deseos, sueños) y tiene por objeto la distracció­n, nuestra distracció­n.

Quizá debiéramos pensar en los cuadernos del cineasta Paradjanov, detenido por el régimen estalinian­o. Una serie de dibujos que retrataban a los otros detenidos y otra serie donde la sensualida­d intentaba reconverti­r la opresión. El poder que se consolida bajo el imperio del “dataísmo” se anticipa a rastrearno­s ya que somos cuasi plenamente localizabl­es. El hackeo será estar donde no se espera, como esas tintas eróticas del Paradjanov detenido en los campos soviéticos.

*Escritora.

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CEDOC PERFIL
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IMAGEN. Musk y su modelo, una civilizaci­ón sin deseo ni necesidad.
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EN LAS CALLES. Las facciones dan el enfrentami­ento que postuló Gramsci en las ideas.
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