La hora del adiós
Escribir; Días enteros en las ramas; Un dique contra el Pacífico; El amante; El dolor; La lluvia de verano; La vida tranquila; La amante inglesa; El arrebato de Lol V. Stein
Se exhuma un escrito póstumo de una escritora de la trascendencia de Marguerite Duras, y es cuando curiosamente fulgura en el pozo de mi memoria más que la reminiscencia algo similar al remordimiento. Luego me es imposible contenerme al impulso de rastrear en qué novela o ensayo, en qué texto –medio escondido entre ejemplares que se alinean sin orden alguno en mi biblioteca– la autora dejó por escrito el más leve signo de lo que ahora, en el límite de su existencia, dicta a Yann Andréa, el compañero de sus últimos años.
El tono de las palabras de Duras es testamentario, amorosa, desesperadamente testamentario. Su reticencia en el uso de la palabra. Remite a su madre, a su infancia ( Un dique contra el Pacífico, es el libro que declara preferir). Dicta en el curso de su agonía frases que trasuntan el dolor por la inminencia de la muerte. En esa instancia, los amantes, Marguerite y Yann, ponen distancia, no se tratan de “tú” sino de “usted”, como si de ese modo se aligeraran de la pena.
Marguerite Donnadieu, hija de un profesor de matemáticas, disfruta de niña de los privilegios de hija de un docente en las colonias (para el caso Indochina), al punto de que, junto a su familia –como relata Frédérique Lebelley en la biografía de Duras: único que, para Duras, Dios no dejó inexplicado. En este libro se lee, asimismo, el desvarío, la alucinación de una mente febril que se consume, la fragilidad de un cuerpo corroído por la enfermedad, sumido en sí mismo.
Se dice que una de sus obsesiones fue el martirio judío cuando, en realidad, tiene que haber sido el lager, el campo de concentración y exterminio, como instrumento de ese martirio. Un dique contra el Pacífico, probablemente en su dedicatoria, lo corrobora. Dedica ese libro a Robert Antelme, miembro de la resistencia francesa, prisionero en Buchenwald y Dachau. Una gran escritora, una secreta taumaturga, una poderosa mujer que, en este, su texto de despedida, interpela a su compañero en esa instancia crucial y desde allí, asimismo, nos interpela: “Adéntrate en esta hoja en blanco”.