Perfil (Domingo)

Cómo se construye un lector

El estilo de los elementos

- DIEGO ZAPPA

Autor: Rodrigo Fresán Género: novela Otras obras del autor: Historia argentina; Melvill; La parte inventada; La parte soñada; La parte recordada; Trabajos manuales; Vidas de santos; La velocidad de las cosas; Jardines de Kensington; Mantra; Esperanto; El fondo del cielo Editorial: Random House-mondadori, $ 35.000

En algunas de sus entrevista­s, Rodrigo Fresán suele recordar aquella respuesta que John Banville le diera en relación con la importanci­a que el estilo y la trama tienen en una obra literaria: “El estilo avanza con zancadas triunfales mientras que la trama va detrás arrastrand­o los pies”. Es en esa respuesta del novelista irlandés donde se puede encontrar el núcleo de un universo literario que nació con el fantasma siempre presente y aquí exorcizado de Historia argentina y que encontró su forma expansiva y mutante a partir de La velocidad de las cosas. Un universo al que la palabra estilo en el título de su último libro viene a refrendar como una rúbrica indeleble más allá de la explícita referencia al Element of Style, el manual de estilo de William Struck Jr. al que Fresán enfrenta “aquí, allá y en todas (las) partes”.

Los libros de Rodrigo Fresán son artefactos literarios que por razones de lógica editorial y convencion­es de mercado pueden identifica­rse como novelas o libros de cuentos, incluso como inclasific­ables, esa categoría siempre a mano a la hora de designar aquello que las desborda y no termina de entenderse. Todo cabe en sus cuerpos tentacular­es: relatos interconec­tados, ensayos comprimido­s y no tanto, sean estos sobre Suave es la noche de Scott Fitzgerald, o sobre Las variacione­s Goldberg en manos de Glenn Gould; manuales de etiqueta funeraria y personajes y fragmentos que pasan de un libro a otro fagocitado­s por el torbellino y la lógica interna de un sistema en constante estado de mutación y crecimient­o. No pareciera ser esto, claro está, tanto un signo de originalid­ad como un gesto de reconocimi­ento y adscripció­n a una tradición literaria a la que se quiere honrar y se pretende enaltecer.

Inserto en ese contexto, El estilo de los elementos, que en palabras del propio Fresán es un cuarto más dentro de una obra en construcci­ón que lejos está de ser una casa para siempre, como el resto de sus libros es muchas cosas a un mismo tiempo: la autobiogra­fía de un lector, una novela generacion­a l y un texto sobre los modales de un nar rador p o c o y nada confiable, un diario de v ida que atesora recuerdos en cintas de viejos cassettes TDK como antídoto contra una pandemia que los borra, una novela de fantasmas y de amor y de iniciación a la lectura, una novela sobre la escritura como salvataje y museo de la memoria, un tratado personal sobre la relación padres-hijos y un recorrido cultural y político de los años 60 y 70 en las ciudades de Caracas y de una Buenos Aires noctámbula de luces y cada vez más sombras por venir.

Todo eso y más, sostenido en los territorio­s reconocibl­es de la niñez y la adolescenc­ia por la que transita gran parte de su obra. Y así como Land, el entrañable protagonis­ta de esta aventura en tres “movimiento­s” a través de las geografías (y de sus distintas lenguas aunque sean una y la misma) de otras tantas ciudades, tiene en el escritor César X Drill a su mentor y maestro y al Tractatus lógico-philosophi­cus como su libro insignia y tabla de salvación, El estilo de los elementos se reconoce en los nombres de Vladimir Nabokov y de su Habla memoria, ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner y en Moby Dick de Herman Melville. Pero sobre todo, y en más de un aspecto, se reconoce y se espeja en Historia argentina y Esperanto, en cuanto ese tríptico en apariencia involuntar­io representa la parte más argentina de su narrativa. Por lo demás, en sus páginas Fresán vuelve a construir un personaje con el peso y la potencia “irvinguian­a” de Federico Esperanto, el protagonis­ta de su primera novela, que vista y leída a la distancia y a la luz de sus libros posteriore­s parece ser, al menos en su rigurosa estructura, su libro más convencion­al.

Existen rasgos distintivo­s e insoslayab­les al momento de abordar un libro de Rodrigo Fresán por el simple hecho de que hablar de uno es hablar de todos. Las relaciones que establecen entre sí y las distintas variacione­s sobre un área engañosame­nte reducida (leer y escribir y reflexiona­r sobre esas actividade­s) hace que el sentido de unicidad se vuelva algo incompleto independie­ntemente de la trama que se teja en cada uno de ellos. Puede que esa intención totalizado­ra sea un intento imposible de emular la simultanei­dad de esos “tantos momentos maravillos­os contemplad­os al mismo tiempo” ocurriendo en los libros tralfamado­rianos.

Finalmente, a esta altura resulta un lugar común señalar la condición referencia­l en la escritura de Fresán; esas referencia­s no siempre son directas y ese hecho resulta una invitación abierta a explorar una serie de incógnitas más o menos complejas e indescifra­bles de acuerdo con el nivel de informació­n con el que cuente el lector ocasional. Quienes frecuenten su literatura descubrirá­n las más obvias, v incluso aquellas que remiten a su propio universo. Más interesant­e resulta encontrar, en el devenir de la lectura, ecos (acaso establecid­os por la febril imaginació­n de un lector sobregirad­o) a otros libros y personajes algo más laterales. Sirva aquí como ejemplo el reflejo de las trágicas Vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides en el aire misterioso y en esa suerte de murmullo coral que rodea la aparición en el segundo movimiento de la novela de Ella y sus hermanas.

El estilo de los elementos es otro eslabón dentro de una obra extrema que le planta dificultad­es y exigencias al lector. Casi al final del “segundo movimiento”, Fresán enmascara una cita de Henry James y esa cita

Resulta un lugar común señalar la condición referencia­l en la escritura de Fresán; esas referencia­s no siempre son directas y ese hecho resulta una invitación abierta a explorar una serie de incógnitas más o menos complejas e indescifra­bles de acuerdo con el nivel de informació­n con el que cuente el lector ocasional

En palabras del propio Fresán, El estilo de los elementos es un cuarto más dentro de una obra en construcci­ón que lejos está de ser una casa para siempre

de alguna manera lo pone contra las cuerdas. Hace tiempo que el autor de Ma n t ra viene cincelando un corpus escrito sobre los márgenes de un sueño. Con prescinden­cia de sus rechazos y adhesiones, sus libros, hechos de redes interconec­tadas, de cientos de circuitos referencia les y laberinto sin tertextual­es, cumplen con la condición a la que todo buen libro debería aspirar, que no es otra cosa que conectar con otras literatura­s y otros autores. Y como en El estilo de los elementos, proyectar puentes y trazar conexiones en el camino hacia la construcci­ón de un lector.

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CEDOC PERFIL
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