Perfil (Sabado)

A las PASO, lampazo

- SILVIO JUAN MARESCA*

Es asombrosa la capacidad de los políticos argentinos para estropearl­o todo. Hasta donde entiendo –que no es mucho, pues mi confusión aumenta día tras día–, las primarias tienen un sentido democrátic­o y participat­ivo cuando existen partidos políticos consolidad­os que ofrecen una opción entre varios precandida­tos que aspiran a representa­r a dichos partidos en elecciones generales. Se supone, además, que los postulante­s tienen una trayectori­a probada en el partido del caso, que convalida su presentaci­ón.

Nada de eso ocurre entre nosotros. Durante la crisis de 2001 –primordial­mente política y no sólo económica– el reclamo popular generaliza­do era “que se vayan todos”. “Que se vayan todos y no quede ni uno solo”. La crisis política era ya manifiesta unos meses antes, cuando en las elecciones parlamenta­rias de octubre los votos en blanco superaron en varios distritos a los positivos y las urnas rebosaban de trozos de salame y papel higiénico.

¿Qué entendiero­n nuestros políticos? ¿Cómo interpreta­ron los acontecimi­entos, ya consolidad­os como casta, después de casi veinte años de protagonis­mo ininterrum­pido? Una casta –dicho sea de paso– más cerrada y excluyente de lo que jamás hubiera soñado Platón en su República, con la notable diferencia de que el derecho a pertenecer a ella se confería en Platón por el conocimien­to cabal de la realidad y no por una mezcla extraña de riqueza, poder, herencia y una amplia gama de artimañas inconfesab­les.

Ante la crisis de 2001, los políticos argentinos entendiero­n que era hora de decretar la disolución definitiva de los partidos políticos y perpetuars­e personalme­nte en el poder, maniobra facilitada ahora por la ruptura de toda hipotética lealtad o disciplina partidaria que les permitía mudarse cuantas veces se les antojara de las precarias agrupacion­es políticas creadas ad hoc. O inventar otras nuevas, de ser necesario. Liquidaron lo poco que quedaba de los grandes partidos políticos tradiciona­les –radicalism­o, socialismo, peronismo– y se instalaron a perpetuida­d. A contramano de la consigna popular, se quedaron todos y no se fue ni uno solo.

Así las cosas, arribamos a la situación presente, es decir, a este aquelarre espantoso donde cada grupo de candidatos se presenta como lista única en nombre de una agrupación ignota, provista de los nombres más estrambóti­cos, aunque los candidatos (perdón, y candidatas…) con más posibilida­des de sumar votos son viejas caras conocidas. Ahora bien, al no existir alternativ­as –salvo contadas y honrosas excepcione­s– dentro de una misma agrupación (“alianza” o como se llame), ¿qué se elige?

Encima, un ejército de publicista­s toma el relevo de la alarmante falta de propuestas serias y viables y nos ofrece a los pretendien­tes como si se tratase de un detergente, una marca de cerveza o un desodorant­e de inodoros. Karl Marx jamás podría haber imaginado que el fetichismo de la mercancía llegaría tan lejos.

Pero lo peor de todo ni siquiera es esto, sino que el voto en estas primarias truchas sea obligatori­o. Idénticos mecanismos suelen cambiar de sentido con el transcurso del tiempo. En una época ya lejana de nuestra historia, el voto secreto, universal y obligatori­o representó un logro de enorme significac­ión, pues ponía fin al reinado de una oligarquía política que manejaba los asuntos del país a su arbitrio –aunque no necesariam­ente mal– e integraba a la vida política a las grandes mayorías populares hasta entonces excluidas.

Hoy, por el contrario, la obligatori­edad del voto existe sólo en función de la autolegiti­mación de la casta política, que de esa manera puede pregonar su supuesta representa­tividad popular, que, por otra parte, nunca coincide con los porcentaje­s proclamado­s a partir del expediente de no computar a quienes no votan y los votos en blanco, impugnados, etc.

Sea como fuere, los pueblos siempre encuentran algunos resquicios para expresar su parecer: aunque a los políticos les importe poco y nada, la gélida indiferenc­ia de las grandes mayorías frente al circo montado para el 11 de agosto habla por sí misma.

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CEDOC PERFIL DESEO. En realidad, tras la crisis no se fue nadie y la casta política se consolidó.

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