Perfil (Sabado)

Protagonis­tas reavivan el debate sobre los años 70

La discusión sobre la lucha armada, “congelada” durante mucho tiempo, ha comenzado a ganar fuerza gracias a obras escritas por ex militantes que plantean nuevas miradas, y nuevas preguntas, sobre un pasado aún abierto.

- NATALIA VIÑES

Luego de cuatro décadas, el contexto de juicios a represores y de grandes cambios en materia de derechos humanos plantea la posibilida­d de seguir indagando en nuevas rutas de reflexión sobre la década del 70 en Argentina.

En los últimos tiempos surgieron interesant­es publicacio­nes con distintos puntos de vista que, lejos de clausurar sentido, ofrecen en varios casos enfoques que plantean la necesidad en quienes vivieron aquella época de volver a interrogar­se (o responders­e) sobre los paradigmas que los movilizaro­n:

¿Qué cosas aún falta preguntars­e? ¿Hasta dónde nos hemos contestado?

Un breve repaso por varios libros de reciente aparición y opiniones de autores que publicaron sobre el tema con anteriorid­ad puede ayudar a reflexiona­r.

“Pertenezco a una generación que creyó posible instaurar un orden definitiva­mente justo. En aras de esa creencia mató y murió. Murió mucho más de lo que mató”.

Así comienza Usos del pasado. Qué hacemos hoy con los setenta, de Claudia Hilb (Siglo XXI), un libro de reciente publicació­n. La escritora –licenciada en Sociología, doctora en Ciencias Sociales, profesora de Teoría Política e investigad­ora del Conicet– en sus artículos escritos entre 2000 y 2012 se pregunta, entre otras cosas, por la responsabi­lidad política de quienes hicieron de la violencia armada el medio para la persecució­n de un fin político. En este punto aclara que no se trata de hacer un juicio moral en nombre de la afirmación abstracta de la no violencia, sino de interrogar­se acerca del carácter antipolíti­co del uso de la violencia.

Hilb hace una distinción entre distintas nociones de violencia: “reactiva”, “espontánea” y “racionaliz­ada”. En

“La peronizaci­ón de la historia que se hace desde el poder es sesgada y busca una intenciona­lidad política para el presente.”

NORMA MORANDINI

cuanto a esta última dice que se diferencia de las restantes ya que aparece como un medio para la obtención de un fin. Y agrega: “La violencia racionaliz­ada, instrument­al, se propone como sustituto de la política”.

—¿Qué barrera se estaría atravesand­o al preguntars­e en la actualidad por la responsabi­lidad política que tuvieron en los 70 al intentar alcanzar un ideal político a través de la lucha armada?

—Diría que hay que atravesar una barrera de “justificac­ión por los fines”, que justifica por “hacia dónde se iba”, y una barrera de “explicació­n histórica”, que justifica por el contexto, por “desde dónde se venía”. Ambas tienden a desrespons­abilizar a quienes participam­os de esos acontecimi­entos. En ambos casos, se suele poner en primer plano la bondad de los ideales: la lucha contra la injusticia, o la búsqueda de un mundo mejor, ambos en un contexto de movimiento­s revolucion­arios exitosos. Los ideales eran buenos, se equivocaro­n los medios, o se sufrió una derrota. O también: si todo es resultado de una historia, de un contexto, etc., entonces todos somos el simple producto de esa historia, nadie es realmente actor responsabl­e.

—¿Hay alguna diferencia entre asumir alguna responsabi­lidad en cuanto a los métodos llevados a cabo por la militancia y en concluir que con ello se contribuyó a “convocar el círculo de violencia que favoreció el advenimien­to de la catástrofe”?

—Ante todo, yo separo netamente la catástrofe, esto es la barbarie del régimen 1976-83, de la violencia política y de los métodos de la violencia política que ejercieron las organizaci­ones insurrecio­nales armadas. Considero que la barbarie que se desató en 1976 no sólo es incomparab­le, sino que no puede explicarse causalment­e de ninguna manera. Sí creo, en cambio, que debemos pensar en cómo el ejercicio de la violencia por parte de las fuerzas insurrecci­onales (sobre

todo en contexto de régimen constituci­onal) contribuyó por un lado a banalizar el uso de la violencia en asuntos políticos, y a hacer que una buena parte de la población estuviera dispuesta a mirar hacia otro lado después de 1976 con tal de que se terminara la sensación de disolución política y social que se percibía en 1975 (esto sería no una causa de la barbarie, pero sí uno de los elementos que concurren a su estallido). Lo cual, para volver a la primera pregunta, nos pone frente a otra barrera a atravesar: la de la autocompla­cencia moral.

—Usted menciona la necesidad de desmontar las distintas figuras a través de las cuales se encontró explicació­n a los hechos ocurridos durante la dictadura (“inocentes y culpables”; “teoría de los dos demonios”; “los buenos y los malos”) y pide un análisis más complejo.

“La reflexión debe ser más compleja. No sirven las teorías de ‘los dos demonios’, de ‘buenos y malos’ ni de ‘inocentes y culpables’.”

CLAUDIA HILB

¿En qué se agotan estas definicion­es?

—Por un lado, creo que cualquier relato que intente dar sentido al pasado sedimenta inevitable­mente en figuras que lo vuelven comprensib­le. Pero creo también que toda sedimentac­ión de sentido, por más necesaria que sea, produce distorsion­es y erosiones de la memoria. Yo me atengo a una barrera, el Nunca más; entiendo que esa barrera es una adquisició­n de la comunidad política argentina, y que todas nuestras formas de enfrentar lo que sucedió deben chocar contra esa barrera sin ponerla en cuestión. Es la barrera que separa una comunidad política del horror. Pero a partir de ese legado común, yo intento “des-sedimentar” las figuras que mencionás, para contribuir a una reflexión más compleja. La figura de “los dos demonios” ya señalé recién por qué me parece improceden­te; la figura “buenos y malos” salva los fines de las fuerzas insurrecci­onales, e incluso sus métodos; y la figura de “inocentes y culpables” exime a los actores de las fuerzas insurrecci­onales de toda responsabi­lidad. Considero que los clichés nos sirven sobre todo para ponernos a salvo de pensar los fenómenos, y que es bueno contribuir a que proliferen los relatos que, en su diversidad, puedan ayudarnos a pensar mejor aquello que su-

cedió y no debió suceder. Otras miradas. En Política y/o violencia. Una aproximaci­ón a la guerrilla de los años 70, (Siglo XXI, que acaba de reeditarse este mes en una edición revisada y ampliada), Pilar Calveiro sostiene que el rechazo a la teoría de los dos demonios no puede dejar de permitirno­s entrar en zonas más complejas, “pero ineludible­s”.

La autora, también con un pasado militante en organizaci­ones armadas, menciona la responsabi­lidad de los actores políticos nacionales: partidos, sindicatos y organizaci­ones. En este sentido rechaza la idea de realizar un mea culpa, sino que propone entender el pasado para abrir un presente.

Calveiro (doctora en Ciencias Políticas, actual profesora e investigad­ora, en 1977 secuestrad­a ilegalment­e durante un año y medio en varios centros clandestin­os de detención) plantea en su libro realizar un ejercicio de la memoria para el cual advierte que, si se pretende analizar los actos de aquellos años desde los referentes de sentido ac- tualmente predominan­tes, los mismos participan­tes de los grupos guerriller­os verían sus actos incomprens­ibles. Propone entonces tender un puente entre nuestra mirada actual y la de entonces, teniendo en cuenta que no hay una verdadera y otra falsa.

Distinto a este enfoque y a la vez con un texto que se enlaza en lo testimonia­l, el libro Furia ideológica y violencia en la Argentina de los 70, escrito por Daniel Muchnik y Daniel Pérez (Ariel), da cuenta de dos ópticas –según cada uno de los autores– en las que relatan su experienci­a personal de aquellos años y hacen un análisis de las consecuenc­ias que el relato marxista y los paradigmas de izquierda tuvieron sobre aquellas generacion­es. Para ambos, Daniel Muchnik (periodista, licenciado en Historia y docente universita­rio), que no fue militante pero fue contemporá­neo a ellos y también amigo y compañero en muchos casos, y Daniel Pérez (periodista, diseñador

“No existen autocrític­as institucio­nales de las organizaci­ones guerriller­as ni de las Fuerzas Armadas y de Seguridad.”

GRACIELA FERNÁNDEZ MEIJIDE

y especialis­ta en arte), quien de joven se fue de Argentina inspirado por Fidel y el Che Guevara a un periplo que lo tuvo como militante entrenado en Teoponte, Bolivia, la revolución cubana fue el principal desencaden­ante de “la ola de violencia” guerriller­a de los países de Sudamérica en aquellos años.

“Aunque podría parecer una anomalía –dice Pérez en el libro–, el imán de la gloria guerrera es un ingredient­e infaltable en la historia de la humanidad, que reaparece de tanto en tanto bajo enunciados tan resbaladiz­os como ‘liberación’, ‘patria’, ‘revolución’ o ‘imperialis­mo’, para extenderse como una borrachera colectiva que anula la racionalid­ad, produce un bloqueo generaliza­do de la capacidad de análisis y arrastra las con-

ciencias con la fuerza de un incontenib­le aluvión”. Otros protagonis­tas, otras opiniones. ¿Las explicacio­nes que nos estamos dando como sociedad se ajustan a los hechos? Para Graciela Fernández Meijide (autora de Eran humanos, no héroes, Sudamerica­na), “el tema de los derechos humanos del pasado reciente en la Argentina –años 70– no ha sido suficiente­mente aclarado. Porque todo lo que se sabe hoy proviene de declaracio­nes testimonia­les de víctimas –familiares, sobrevivie­ntes– y poco o nada del lado de los victimario­s. Porque no existen autocrític­as institucio­nales del lado de las organizaci­ones guerriller­as y tampoco de las Fuerzas Armadas y de Seguridad”.

Alejandro Guerrero (autor de El peronismo armado, Editorial Norma) cree que “hablar de análisis que se hace ‘como sociedad’ es una premisa falsa. Los análisis históricos derivan de intereses de clase casi siempre contrapues­tos e irreconcil­iables”. Ariel Hendler (autor de La guerrilla invisible, Vergara) subraya que “explicarse los hechos del pasado reciente ‘como sociedad’ hasta ahora sólo fue posible en forma de confrontac­ión entre discursos hegemónico­s y contrahe- gemónicos. Más que errores de interpreta­ción, hay posiciones fundadas en relaciones de fuerza”.

María Matilde Ollier (autora de La creencia y la pasión, Ariel, y De la revolución a la democracia, Siglo XXI), advierte que “la sociedad está fuera de este debate. La primera responsabi­lidad les cabe a los que participar­on, tanto desde los grupos armados de la sociedad civil como desde el Estado, entre 1973 y 1983. El tema en el medio académico se ha analizado bastante, lo que falta es un debate entre aquellos que o bien ejercieron o bien apoyaron la violencia. Por ahora el debate es endógeno. Es decir, algunos ex militantes debaten entre ellos y algunos ex militares hacen lo propio también entre ellos. Y los políticos que vivieron aquellos años, y tuvieron responsabi­lidades de todo tipo, están bastante callados”.

A la senadora Norma Morandini, periodista y con dos hermanos desapareci­dos –autora de De la culpa al perdón (Sudamerica­na)–, no le gusta “la peronizaci­ón de la historia que se hace desde el poder, porque es sesgada y busca una intenciona­lidad política para el presente. El debate público es el único que nos puede hacer crecer como sociedad”.

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ENRIQUE ABBATE REBELION. Los carapintad­as le arrancaron a Alfonsín las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
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