Una Asamblea llena de detalles
El martes 24 tuvo lugar la apertura de la 68ª Asamblea General de las Naciones Unidas, y, como siempre, siguiendo una tradición, el primer país en hacer uso de la palabra fue Brasil, a través de su presidenta Dilma Rousseff; luego, siguió con el mismo protocolo el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Son muy pocos los discursos que suscitan gran atención, al menos dentro del recinto, que no se presta a aclamaciones como en los parlamentos o congresos nacionales. Aunque en diversas oportunidades, algunos líderes mundiales, por sus propias personalidades o por las especiales circunstancias internacionales, fueron realmente escuchados con interés. Como lo que más importa son las correctas transcripciones en la prensa, los oradores leen sus discursos porque ello facilita no sólo la labor de los periodistas, sino muy especialmente la traducción simultánea en todos los idiomas oficiales, ya que los intérpretes suelen tenerlos con anticipación en sus respectivas cabinas, evitándose de ese modo eventuales errores, aunque aún así pueden darse y con derivaciones, a veces, diplomáticamente complicadas.
Es bien sabido que la Organización comenzó a sesionar el 24 de octubre de 1945 y nuestro país fue admitido como país miembro en esa fecha, junto a otros quince países latinoamericanos, número importante entonces, ya que el total de los miembros era de 51 países y en la actualidad casi se ha cuadruplicado dicho número.
Pero hoy solamente quisiera recordar que, si bien asistí a muchas de sus Asambleas Generales, como diplomático o como periodista, no puedo dejar de tener muy presente en mi memoria la 13ª, en 1958, es decir hace 55 años, por haber sido la primera vez que lo hacía y en calidad de integrante de la delegación de nuestro país, que además de una delegación extremadamente juvenil porque su promedio de edad no pasaba de los treinta, ya que el propio canciller Carlos Alberto Florit tenía 28 años, y porque la Delegación Permanente estaba presidida por un embajador de lujo, que era el doctor Mario Amadeo, y sus consejeros de embajada, nada menos que Carlos Ortiz de Rozas, Raúl Quijano y Leopoldo Tettamanti, que luego desarrollaron extraordinarias carreras diplomáticas y con todos los cuales tuve oportunidad de trabajar en la propia Delegación Permanente a partir de 1959. Tampoco puedo olvidar que el Secretario General de la Organización era un notable diplomático y economista sueco, Dag Hammarskjöld, que ocupó dicho lugar entre 1953 y 1961, cuando murió en un oscuro accidente de aviación durante una misión oficial. Y lo recuerdo especialmente porque sus conferencias de prensa eran realmente excepcionales por la inteligencia de sus respuestas y por no eludir tema alguno por el cual fuese interrogado. Tuve oportunidad años más tarde de entrevistar a otros, pero nadie alcanzó su tan alto nivel, salvo el egipcio Boutros Boutros-Gali, pero que sólo pudo cumplir un mandato de cinco años: no era una figura grata para los Estados Unidos. Otro recuerdo de ese tiempo fue tomar conciencia del excelente recuerdo que había dejado en ese ámbito internacional el ex embajador doctor José Arce por sus extraordinarios debates en el recinto con el diplomático soviético Andrei Vishinsky y por sus denodados esfuerzos y capacidad de negociación para que España fuera admitida como país miembro, hecho que recién se dio en diciembre de 1955. También dejó una fuerte huella en la Organización el brillante desempeño diplomático del embajador Mario Amadeo, y muy especialmente en todo el periodismo acreditado, por su capacidad de reducir sus discursos, de quince o veinte minutos en algunas de las Comisiones de trabajo, a cinco minutos o menos para la radio o la televisión. Cosa que por supuesto podía hacer no sólo en español, sino también en inglés o en francés, idiomas que hablaba con total fluidez. Eran otros tiempos.