Perfil (Sabado)

Dos mundiales, dos países

- DORA SALAS* *Periodista.

Mmis dos hijos los secuestrar­on en el ’76 y en el ’77, y en el ’78 fui a un partido en River, no a la final, a dejar volantes que decían ‘¿Dónde están los desapareci­dos?’”, contó. “También ponía obleas en los colectivos, con miedo pero lo hacía como parte de la resistenci­a de mi organismo” de derechos humanos. En su relato aparece otra palabra clave: “miedo”. Miedo que llevó a muchos al silencio, la negación o la remoción de lo vivido. Y a otros, como a mí, al exilio.

A inicios del ’79 llegué a Italia, donde gli anni di piombo estaban siendo superados y donde ya habían sido acogidos chilenos, argentinos y uruguayos que huían de los regímenes dictatoria­les y del Plan Cóndor de coordinaci­ón represiva en la región.

El Mundial ’82 lo viví en Roma. La diferencia de contexto era fuerte. El pre- undial de fútbol” y “fiesta” se asocian siempre en artículos periodísti­cos y comentario­s radiales y televisivo­s. A veces se agrega “fiesta popular”. Casi nunca la palabra “dolor”. Menos aún “impotencia” y “resistenci­a”.

Sin embargo, hace 36 años, el 25 de junio de 1978, dolor, impotencia y desesperac­ión eran los sentimient­os de muchísimas familias argentinas mientras Videla, Massera y Agosti, máximos exponentes del régimen militar, exultaban en la cancha de River y en las calles se coreaba “Argentina campeón”.

A pocas cuadras del estadio, en la Escuela de Mecánica de la Armada, jóvenes secuestrad­os por la dictadura eran torturados o esperaban el “traslado” en un avión que los arrojaría vivos al Río de la Plata. Y las embarazada­s daban a luz bebés que los militares les robaban antes de asesinarla­s.

En tanto, un grupo de Madres, Familiares y Abuelas había iniciado su pacífica, constante y prolongada resistenci­a, que aún continúa.

Diez mil presos políticos, 30 mil desapareci­dos, al menos 500 niños arrancados a sus familias y la economía en manos de José Alfredo Martínez de Hoz enmarcaron aquel mundial de fútbol y retratan la realidad en que se jugó. En ese marco seguí en Buenos Aires la final Argentina-Holanda y asocié dolor e impotencia con los festejos y la euforia colectiva. Ahora agrego “esperpento”.

“Fui por primera vez a una cancha de fútbol en ese Mundial”, recordó hace unos días Angela “Lita” Boitano, presidenta de Familiares de Desapareci­dos y Detenidos por Razones Políticas. “A sidente Sandro Pertini, socialista, ex partigiano durante la Segunda Guerra Mundial, que padeció cárcel y exilio, no vaciló en abrir las puertas de la Presidenci­a (Il Quirinale) a Madres y Familiares de las víctimas argentinas.

Una tarde esperó en la puerta de su despacho a argentinas que llegaban acompañada­s por un grupo de políticas italianas. Le molestaba ese acompañami­ento y lo hizo notar al preguntar a cada una: “¿Italiana o argentina?”. Si la respuesta era “italiana”, decía escuetamen­te “avanti”. Si era “argentina”, besaba en la mejilla a la recién llegada. Luego, cuando una correligio­naria suya comenzó una presentaci­ón que hablaba más de ella y de su partido que de las visitantes, Pertini la interrumpi­ó: “Las argentinas no necesitan portavoces”.

La solidarida­d de la sociedad civil era amplia. Una directora de escuela, ante la llegada de chicos indocument­ados hijos de exiliados, los admitió y aclaró: “Los problemas de los adultos no interesan, son niños que necesitan estar con otros de su edad”. Era la Italia de Enrico Berlinguer, líder de un PC alejado de Moscú y que en 1973 impulsó el compromess­o storico con los democristi­anos en busca de estabilida­d política. Un país con un importante movimiento de mujeres, divorcio, aborto y una ley de abolición de manicomios.

La Nazionale tenía a Marco Tardelli y a Dino Zoff, íconos de la final contra Alemania, presenciad­a por Pertini. Su celebració­n marcó mi reconcilia­ción con la alegría del deporte y su relación con la política: el grito de gol de un presidente democrátic­o la resignific­aba.

El de Brasil es el décimo Mundial desde el ’78. Italia no pasó la primera ronda y Argentina tiene esperanzas. Los cambios no son sólo futbolísti­cos. Miles de personas llegan en barcazas desde Africa a la isla siciliana de Lampedusa, donde enfrentan la deportació­n. Paralelame­nte, numerosos jóvenes italianos desocupado­s buscan en América Latina la posibilida­d de trabajar, alejarse de la abrumadora burocracia y de la mediocrida­d cultural y moral que dejaron los gobiernos de Silvio Berlusconi.

En el “fin del mundo” donde nació el papa Francisco hay democracia­s –criticable­s y perfectibl­es, sin duda–, pero vibra el “Nunca más” a la internacio­nal del terror de los 70 y Messi se suma a la campaña de Abuelas para recuperar a sus nietos.

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CEDOC PERFIL FESTEJOS. Sandro Pertini, en el centro, con la Copa que Italia conquistó en 1982.

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