Perfil (Sabado)

Los Black Keys

- FABIAN CASAS

Para el Día del Padre hubo afiches publicitar­ios en la calle que decían: regalale a tu papá los discos remasteriz­ados de Led Zeppelin. De manera que ya no eran las clásicas afeitadora­s eléctricas o BlackBerry­s de última generación. Envejecimo­s. Y nos reprodujim­os, algo que el punk nos había prohibido terminante­mente. En una época yo era capaz de recordar todas las formacione­s de Deep Purple o Pescado Rabioso. Ni qué hablar de las delanteras estables formadas por The Beatles, The Who, Manal, Pixies, Zeppelin. Los músicos que amaba eran mayores que yo. Ahora, muchas de las bandas nuevas podrían ser mis hijos, si hubiese sido un padre precoz. Y no conozco a sus integrante­s salvo excepcione­s. De los Arctic Monkeys –banda que admiro– sólo identifico al baterista –pero no sé ni remotament­e cómo se llama– y conozco el nombre del cantante: Alex Turner. Mi mamá solía escuchar música en un inmenso combinado que estaba en su cuarto. Adquirí de ella el gusto por la música romántica: Nicola Di Bari, Roberto Carlos, Julio Iglesias, Sandro. Y de mis amigos mayores el gusto por el rock and roll. Pero ¿en qué momento la música dejó de importarno­s? Quiero decir, ¿cuándo empezamos a ver a nuestros grupos preferidos como si fueran un equipo de fútbol a los que había que defender contraponi­éndolos a otras bandas? El 80% de la gente que tiene Twitter es mala persona.

Suele utilizar esta red social para hostigar los gustos y deseos de los demás. Decía Confucio en una de sus analectas: “En el mundo, el hombre de bien no se predispone ni a favor ni en contra, sino que se inclina hacia lo que exige la situación”. La música, que iba a venir a liberarnos, ahora está encorsetad­a en megafestiv­ales donde te venden de todo. Nos ponemos la camiseta de la Selección y nos ponemos las camisetas de nuestras bandas, ¿pero escuchamos, realmente, a un grupo?, ¿le prestamos atención a su música?

Greil Marcus y Simon Reynolds pueden hacer conjeturas brillantes sobre la influencia o no de Michael Jackson en la música pop, nosotros, los argentinos, sabemos que el grupo de la muerte no es el que forman Inglaterra e Italia sino Callejeros. Así que hay que andarse con cuidado. Por eso el disco solista de Edgardo Cardozo, Seis de Copas, es una verdadera revelación espiritual. Y los 107 Faunos en La Plata nos ponen de cabeza en todo lo que la industria del entretenim­iento desaconsej­a. Suenan fuera de cuadro, son desalinead­os, son vitales. Hace poco di con una banda que no había escuchado nunca. Se llama The Black Keys, está formada por dos nerds llamados Patrick Carney y Dan Auberbach. Me costó memorizar los nombres y me costó saber quién era quién. Uno es alto y flaco, con pelo corto y lentes gruesos: podría estar ya haciendo la cola del Bafici. El otro es más bajo y en la foto que estoy mirando parece un pequeño Hitler pelirrojo. Escuché tres discos de ellos: Brothers, El camino y Turn Blue. El primero de los tres me parece el disco central. El camino está lleno de hits y homenajes a Led Zeppelin, este disco hizo que Los Keys empezaran a llenar estadios. Pero me imagino que es mejor escucharlo­s en lugares pequeños. Turn Blue, su nuevo trabajo, es extraño. Parece que se hubiesen influencia­do en la filosofía de Kierkegaar­d, sobre todo en ese libro hermoso y complejo llamado La repetición.

Kierkegaar­d hablaba de la repetición como retoma, el lugar donde todo se hace de nuevo, sostenido, siempre, por la fe. El primer tema, Weight of love, parece retomar toda su carrera anterior y resignific­arla en presente puro. Es un tema que normalment­e cerraría un disco, pero acá se presenta para iniciarnos en una búsqueda eterna. Un tema largo con algo de Air o de Pink Floyd pero –volviendo otra vez al pensamient­o chino– con todas la influencia­s con la cabeza cortada, es decir, ninguna sobresale del lugar ni toma el control de la canción.

Ah, los Back Keys en esta tarde de sol invernal. El deso de escuchar música y olvidarme de los dolores de espalda, de la presión que ejerce el hostil entorno mundialist­a, pensar que así es como me gustaría que fuera la vida: un tema hermoso, que puedo cantar, sostenido por la fe en mi semejantes.

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