Personajes tan humanos que son imperfectos en sus emociones
Si hay algo que Marcelo Piñeyro siempre ha hecho con su cine, es saber a quién le habla: es un director popular, en el sentido más sensato, realista y también quirúrgico del término. Por eso, a diferencia del resto de su obra, Ismael se siente más íntima y, quizá por perder ese marco que sue- le dar una realidad externa, a veces queda, saludablemente, en evidencia la pasión y cierta melancolía del director.
Ismael narra la fuga del niño Ismael, que escapa a conocer a papá, que sólo ha descubierto por una carta que mamá guarda lejos del otro papá. Desde esa fuga, todo llevará a un día y una noche que marcarán a quienes funcionan (o no) satelitalmente en esa historia. Piñeyro decide poner toda su potencia en esos vínculos. En instantes íntimos, que siempre terminan siendo reactivos de cosas no dichas. Piñeyro quiere encerrarse en esa casa en la playa, en ese pueblo costero, y quiere exponer a sus personajes a situaciones de resonancia universal.
Ese alejarse le juega un poco en contra: en algunos instantes, Piñeyro quiere dejar en claro determinados valores de los personajes (que son buenos a su pesar) y crea situaciones demasiado indicativas del resultado que se busca. Ese modo indicativo a veces se contagia a la lectura que debe hacerse de tal escena: no hay fluidez de sentimientos, sino declamaciones. Pero en otros instantes, Piñeyro sabe capturar la asfixia y la expansión que genera Ismael y esa vida con vista al mar y de espaldas a todo lo otro, sabe procesar la desidia o la decisión (que generalmente tiene que ver con la seducción) y ahí es donde Ismael muestra que no necesitaba tanto un sistema de valores sino, como sabe hacerlo a veces, confiar en la humanidad de sus personajes y sus imperfecciones.