Perfil (Sabado)

Mi abuela Lolita

- LAURA JOZAMI*

La procesión va por dentro. Eso podría decirse de ella, de mi abuela, Lolita Torres. Fue una mujer firme en su paso, con una sonrisa complacien­te aunque el mundo se estuviera desmoronan­do en su interior. Compartimo­s grandes momentos en mi adolescenc­ia, antes había sido imposible, porque yo había sido una niña muy inquieta y mi abuela, una mujer demasiado estricta, dos combinacio­nes que no se llevaban bien.

Fui una de las primeras nietas y pude disfrutar de una abuela jovial, activa. Pude acompañarl­a en los últimos años de su carrera artística y verla vibrar sobre los escenarios. Recuerdo que mi abuela fue una gran lectora. Ese es un legado que siempre se transmitió en la familia. En su departamen­to tenía una pequeña biblioteca incrustada en la pared. A medida que fui creciendo, me animé y se la revisé entera, de un lado a otro. Tenía once años, más o menos, y ya me encontraba fascinada con las poesías de Paul Géraldy y de Gustavo Adolfo Bécquer.

Una mañana, yo tendría unos doce años, nos quedamos solas con mi abuela y ella me llevó a su habitación. Nos sentamos sobre su cama y me dio una carpeta negra repleta de hojas desordenad­as, de recortes, de poesías escritas a máquina de escribir. Se trataba de una mezcla de textos de sus autores favoritos y también estaban sus propios escritos. Le gustaba leer y escribir poesía. Y también escribía algunas reflexione­s sobre su vida. Me dijo que hacía largo tiempo venía pensando en quién sería la persona indicada para dejarle aquella carpeta que guardaba con mucho amor y cuidado. Hasta que supo que iba a dejármela a mí. En esas hojas se descubría a la mujer atravesada por la vida, la mujer que perdió a su madre a los catorce años, que perdió a su primer marido, de quien estaba profundame­nte enamorada, que tuvo que sobreponer­se a las pérdidas, a los dolores, a la enfermedad. Hace poco estuve leyendo un diario personal que escribió en su gira por la Unión Soviética, en 1978. Contaba todo lo que hacía en el día, enumeraba los recitales, los nombres de las ciudades que visitaba, el recibimien­to de la gente. Escribía incluso estando cansada, confesándo­le al papel que quería volver a su casa, que extrañaba demasiado a su marido y a sus hijos.

Y en este momento, en que estamos estrenando una obra de teatro que tantas satisfacci­ones nos da, tengo la certeza de que mi abuela está presente en cada acto. No sólo la historia tiene algunas coincidenc­ias con su propia historia, sino que además, en la escenograf­ía, aporté algunos objetos que eran de ella. Agridulce también lleva la canción Río y mar, de León Gieco. Esta canción se la escuché cantar por primera vez a mi abuela junto a León, cuando yo era chica, y marcó en mí una época muy importante.

Pero por sobre todas las cosas, vale decir que mi abuela era una mujer espiritual, de mucha fe. Eso quedó plasmado en mí. Esa manera infinita de creer. Simplement­e creer. La recuerdo siempre, con su valiente serenidad, con el duende que escondía en su habitación, con su espontánea manera de reír, con su compasión despreveni­da de toda maldad. La recuerdo porque está cerca, porque ella también creía, como yo lo hago ahora, que esto que hacemos y que llamamos arte también significa eternidad.

*Autora de la obra de teatro Agridulce. Miércoles a las 20.30 en el Teatro El Cubo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina