Sobre fanatismos
La única verdad es la realidad”. Una burda y actual utilización política se olvida de adjudicar este sabio concepto a Aristóteles, supuestamente su verdadero creador, 300 años antes de Cristo. Así lo aclara la historia. Pero esta transgresión, trivial y mezquina, no alcanza a empalidecer la clara contundencia del clásico concepto. Sí, señores: “La única verdad es la realidad”. Y la realidad de hoy vuelve a mostrarnos la evidencia de esta pequeña historia nuestra, enlodada, como casi siempre, por ciegos y muchas veces interesados fanatismos que nublan la mirada y no dejan ver el rostro de la auténtica realidad.
Nuestra pequeña historia se repite. Muchos estudiosos comienzan recordando la aparente enemistad entre Moreno y Saavedra, continúan sus recuerdos observando a lo largo de la patria las interminables luchas intestinas, los enfrentamientos de la época rosista, las oposiciones entre radicales y conservadores y, últimamente, entre defensores de una democracia populista y una institucional. Y así llegamos hasta hoy, olvidando, debido a fanatismos, el elemental principio que rige la convivencia humana: el equilibrio. El camino de hoy no es parecido al de hace siglos ni lo será al de los siglos futuros. Pero podemos suponer que la necesidad de mantener el equilibrio no se modificará. El camino de hoy, si convenimos con Zygmunt Bauman, es un camino líquido. Pero creo que el camino de hoy se está modificando, convirtiéndose, con velocidad aun mayor que la liquidez de Bauman, en un camino pegajoso. Y se está haciendo difícil caminar en un camino así, sobre todo cuando la tozudez de algunos hombres se empecina con fanatismo en utilizar sólo una de sus piernas.
Hace más de treinta años, en plena vigencia de la dictadura, cuando nuestros hombres de armas se empecinaban en hacernos caminar con una sola pierna (la derecha), escribí Los hermanos queridos, una modesta pieza teatral con la que pretendía demostrar lo absurdo de las diferencias fraternales. Por supuesto, la contextura conceptual de mi obra –así como la de La nona, de Roberto Cossa, o la de El ex alumno, de Carlos Somigliana–, no fue del agrado de la dictadura, y nuestra atrevida temporada, realizada en pleno 1977 en el Teatro Lasalle, fue entorpecida constantemente hasta que lograron ponerle fin. Pero el equilibrio es imprescindible no sólo para mantener el paso del hombre, sino también de la sociedad y de su desarrollo. Dos o tres años después, en parte por inspiración de aquella temporada trunca, los mismos integrantes creamos, gracias a la imaginación sin barreras de Osvaldo Dragún, lo que denominamos Teatro Abierto. La bomba que una semana después del estreno incendió la sala del Teatro del Picadero, no logró aniquilar el movimiento. Al contrario. Pocos días después, Teatro Abierto, apoyado por toda la familia artística y por la sociedad porteña libre en su conjunto, reanudó su temporada en el Teatro Tabarís. Allí estuvimos durante todo el año festejando algo más que un hecho artístico. Porque Teatro Abierto ya era más que un hecho teatral. Era un hecho social, un hecho político. Todos, en el escenario y en las plateas, demostramos nuestro alegre caminar utilizando las dos piernas. En equilibrio. *Autor de Los hermanos queridos. La obra se presenta los sábados a las
20.30 en el Teatro La Máscara de la calle Piedras 736.