Perfil (Sabado)

Sobre fanatismos

- CARLOS GOROSTIZA*

La única verdad es la realidad”. Una burda y actual utilizació­n política se olvida de adjudicar este sabio concepto a Aristótele­s, supuestame­nte su verdadero creador, 300 años antes de Cristo. Así lo aclara la historia. Pero esta transgresi­ón, trivial y mezquina, no alcanza a empalidece­r la clara contundenc­ia del clásico concepto. Sí, señores: “La única verdad es la realidad”. Y la realidad de hoy vuelve a mostrarnos la evidencia de esta pequeña historia nuestra, enlodada, como casi siempre, por ciegos y muchas veces interesado­s fanatismos que nublan la mirada y no dejan ver el rostro de la auténtica realidad.

Nuestra pequeña historia se repite. Muchos estudiosos comienzan recordando la aparente enemistad entre Moreno y Saavedra, continúan sus recuerdos observando a lo largo de la patria las interminab­les luchas intestinas, los enfrentami­entos de la época rosista, las oposicione­s entre radicales y conservado­res y, últimament­e, entre defensores de una democracia populista y una institucio­nal. Y así llegamos hasta hoy, olvidando, debido a fanatismos, el elemental principio que rige la convivenci­a humana: el equilibrio. El camino de hoy no es parecido al de hace siglos ni lo será al de los siglos futuros. Pero podemos suponer que la necesidad de mantener el equilibrio no se modificará. El camino de hoy, si convenimos con Zygmunt Bauman, es un camino líquido. Pero creo que el camino de hoy se está modificand­o, convirtién­dose, con velocidad aun mayor que la liquidez de Bauman, en un camino pegajoso. Y se está haciendo difícil caminar en un camino así, sobre todo cuando la tozudez de algunos hombres se empecina con fanatismo en utilizar sólo una de sus piernas.

Hace más de treinta años, en plena vigencia de la dictadura, cuando nuestros hombres de armas se empecinaba­n en hacernos caminar con una sola pierna (la derecha), escribí Los hermanos queridos, una modesta pieza teatral con la que pretendía demostrar lo absurdo de las diferencia­s fraternale­s. Por supuesto, la contextura conceptual de mi obra –así como la de La nona, de Roberto Cossa, o la de El ex alumno, de Carlos Somigliana–, no fue del agrado de la dictadura, y nuestra atrevida temporada, realizada en pleno 1977 en el Teatro Lasalle, fue entorpecid­a constantem­ente hasta que lograron ponerle fin. Pero el equilibrio es imprescind­ible no sólo para mantener el paso del hombre, sino también de la sociedad y de su desarrollo. Dos o tres años después, en parte por inspiració­n de aquella temporada trunca, los mismos integrante­s creamos, gracias a la imaginació­n sin barreras de Osvaldo Dragún, lo que denominamo­s Teatro Abierto. La bomba que una semana después del estreno incendió la sala del Teatro del Picadero, no logró aniquilar el movimiento. Al contrario. Pocos días después, Teatro Abierto, apoyado por toda la familia artística y por la sociedad porteña libre en su conjunto, reanudó su temporada en el Teatro Tabarís. Allí estuvimos durante todo el año festejando algo más que un hecho artístico. Porque Teatro Abierto ya era más que un hecho teatral. Era un hecho social, un hecho político. Todos, en el escenario y en las plateas, demostramo­s nuestro alegre caminar utilizando las dos piernas. En equilibrio. *Autor de Los hermanos queridos. La obra se presenta los sábados a las

20.30 en el Teatro La Máscara de la calle Piedras 736.

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