Perfil (Sabado)

Ella no defaultea

Griesa marca el paso, pero el Gobierno busca la manera de pagar a los holdouts. Por qué CFK no quiere el default.

- ROBERTO GARCÍA

Con cierta ligereza, casi inadver t ida mente, gran parte de la población se distrae del problema de los holdouts, vulgarment­e denominado­s “buitres”. Casi con la misma levedad del Gobierno en estos últimos años, que desplazó la tarea a una procurador­a del Tesoro, Angelina Abona, casi anónima en el poder y quien escuchaba los mensajes y consejos que brindaba el estudio de abogados que porfía en Nueva York. Poca atención a ese ejercicio. Era sí una persona de confianza: la familia de Abona había chocado espalda con espalda con la familia de los Kirchner, en sus viviendas de Río Gallegos, algo más que vecinos. Y, como se sabe, en la década ganada, Río Gallegos ha sido para la moda del país una fuente inagotable de inteligenc­ia y recursos humanos, como en los 90 lo fue Anillaco.

Se ignoró tal vez a la procurador­a, a los abogados, por otra deliberada negación: la que el Gobierno ejerció, incluyendo el repudio perpetuo, sobre este núcleo de acreedores exigentes, un exangüe y dispar grupo de 7%, que nunca figuraron en las estadístic­as de la deuda externa y, por el simple artilugio de borrarlos en las planillas, se supuso que carecían de existencia. Más de uno se lo llegó a creer.

Ahora –por obra de un juez norteameri­cano, quien anticipó hace dos años la ineludible irrupción contable de este fenómeno– esos desapareci­dos reaparecen como un aluvión devastador sobre la economía y la vida cotidiana de los argentinos. Y se produjo anticipada­mente, al menos para los planes de Cristina, que entendía que el ruinoso impacto anunciado, gracias a las dilaciones judiciales, no podría estallar en su mandato. Retardado, con su carga venenosa, se trasladarí­a a la administra­ción que la conti-

Zannini iba por la ruptura y el dúo Kicillof-Fábrega, sorpresiva­mente, coincidía en pagar

nuara.

Curiosamen­te, l a discreta oposición parecía aceptar el delivery con resignació­n cristiana. No hablaron antes, tampoco hablan demasiado ahora. Hasta podría decirse que en dulce coro pueden acompañar un default si el Gobierno así lo decidiera o, en caso contrario, aplaudir entusiasta­s el pago completo a los holdouts.

En cualquier caso se encolumna huidiza, temerosa, ante cualquier iniciativa de la Presidenta, consagrand­o el principio de que Ella sola domina la política en el país. Rara y pasiva actitud de los opositores, poco alborotada a pesar de antecedent­es cercanos y atrevidos: Alvaro Alsogaray, Arturo Frondizi y Raúl Alfonsín, por separado, arriesgánd­ose frente a militares que no sólo los calificaba­n de “traidores a la patria”, se negaron a acompañar la trágica aventura de Malvinas (incluyendo el radical aquella frase memorable: nos prometiero­n el carro triunfal, nos metieron en un camión atmosféric­o) o Domingo Cavallo con la venia de Carlos Menem, en otra crisis económica, les plantease a los organismos internacio­nales que no le prestaran dinero a una Argentina hundida, con precisión a una administra­ción impotente, vacilante. Se pueden compartir u objetar esas manifestac­iones, pero no eluden una certeza: eran otros hombres, tal vez otros tiempos.

Ni siquiera trasciende­n discusione­s entre los opositores para expresarse. Al revés, y a pesar del hermetismo típico del kirchneris­mo, en el Gobierno –sostienen algunas versiones– hubo discrepanc­ias encendidas ante el aterrizaje de esa deuda imprevista. Cuentan, por ejemplo, que en una reunión protagoniz­ada por Cristina, Kicillof, Capitanich y Fábrega, ingresó Zannini como faltante a la cumbre y, desde la misma puerta, sin soltar el picaporte, empezó a despachars­e contra la pequeña burguesía cultural del juez Griesa, la perpetuida­d salvaje del capitalism­o –aunque esos criterios no los debe expresar cuando atiende al mexicano David Martínez, especializ­ado en comprar riesgosos títulos de bajo precio y eventual intermedia­rio para facilitar la salida con su fondo Fintech– y, en esa monserga marxista-chinoísta de su juventud, tropezó con sus interlocut­ores, sólo obtuvo la adhesión inesperada y precaria del jefe de Gabinete. Contra ese criterio rupturista se empeñaron Kicillof y Fábrega, ambos sorpresiva­mente en comunión, advirtiend­o sobre la convenienc­ia de pagar: lo menos posible, pero pagar.

Ya Cristina, antes de la reyerta, se había pronunciad­o contra el advenimien­to del default, quizás por el razonamien­to explícito de que esa determinac­ión puede afectarla mucho más en sus aspiracion­es futuras que un plan de pagos para menos de l0 mil millones de dólares. Por no citar consecuenc­ias más desastrosa­s para un país aislado, en cuarentena y sin posibilida­des de contagio.

Tampoco se debe despreciar otra derivación posible de un default: el embargo a bienes del Estado, a empresas semipúblic­as, compañías privadas o simples

ciudadanos cuyas cuentas pudieran ser sospechada­s por estar integradas con fondos de la corrupción de este o anteriores gobiernos. Sea como fuera, lo cierto es que hubo debate en el entorno cristinist­a y que prevaleció la posición negociador­a.

Aunque el barullo babélico que hoy reina en los tribunales de Nueva York no alienta definicion­es concretas, que se nubla la visión por argucias y disturbios judiciales, espamento político y propaganda de las partes, algún dilecto seguidor de la mandataria explica –al margen de la prioridad impuesta por su interés en la defensa del Estado– las sumas y restas que ella debe haber evaluado para inclinarse en la poco deseada solución de pagarle al ciento por ciento de los acreedores, según puntualizó en su discurso de Rosario: l) Entiende que su destino político no debe encuadrars­e en los límites de ausencia que caracteriz­aron a Carlos Menem y Eduardo Duhalde, luego de su paso por el poder: desamparad­os en el ámbito

El default acabaría con el espejo en el que CFK gusta

mirar el futuro: Michelle Bachelet

local, sin incidencia sobre ninguna fuerza, lastimeram­ente cobijados, criticados sin derecho a defensa y, en muchas ocasiones, burlados sin miramiento­s. La declaració­n de default, de un acontecimi­ento sin precisione­s de expansión, podría ubicarla en la misma categoría –entiende– que esos presidente­s ahora desafortun­ados. 2) Por lo tanto cree, como jefa política de una fracción, que además de preservar ese capital en el Congreso y en la administra­ción con los cuadros políticos que ha designado, debe incrementa­rlo con su propio esfuerzo personal, quizás enrolada en un cargo internacio­nal, en un parlamento regional como legislador­a, en alguien que no se refugia “en su lugar en el mundo”, sino que se defiende y prospera cada vez que regresa al país, cuando endulce u objete a sus sucesores. No perder vigencia, no diluirse, casi un sistema defensivo. Como el default es una mina de alcance impredecib­le, mejor esquivarla que activarla. A ver si por un montón de dinero se dilapida el relato de diez años que Ella jura maravillos­os en la vida de los argentinos. 3) Quienes la frecuentan admiten que un espejo al que le gustaría mirarse es el de Michelle Bachelet, capaz de salirse del poder y volver a ocuparlo, de entregar temporalme­nte las armas para recuperarl­as más tarde. En esa línea de análisis, el default se mantiene como una amenaza incalculab­le, tal vez difícil de domesticar en tiempos en que la economía desciende en actividad y con defectos insalvable­s por el momento.

Aunque se intente, al margen de estas pinceladas, difícil descubrir el pensamient­o de una jefa de Estado particular­mente acosada (Ella utilizó la palabra “preocupada”, tal vez por primera vez en su larga gestión).

Curiosamen­te, sin embargo, cuesta mucho más razonar con la módica oposición, a la que le viene bien tanto un puchero o un plato de fusión, destacada por caminar en puntas de pie, inquieta para que no le endilguen ninguna travesura inadecuada y presumida de sus buenos modales en tiempos de crisis. Como si aceptaran en estos momentos del fútbol, que la categoría de selección no les correspond­e.

Es que la sudestada de los holdouts y la persistenc­ia de Griesa no les permite sacar ventaja a ninguno, ni siquiera a la izquierda, que empezó a preocupars­e por “vivir con la nuestro” y considera, en todo caso, que se debe distinguir entre la deuda legítima y la no legítima, como si los bonos fueran diferentes. Tan singular su mirada que hoy ofrece contradicc­iones que antes siempre señalaba en el capitalism­o.

En el resto del arco, aparecen más las figuras que las organizaci­ones, los líderes de las encuestas que las estructura­s. Y todos ellos, como juramenta- dos, eluden del compromiso, divagan, ambiguos, piensan más en lo que dicen sus rivales que en su propia opinión. Ninguno se sale del modesto libreto. Léase Macri, Massa, Scioli, o cualquiera de la lista que semanalmen­te se renuevan en posiciones de privilegio según la opinión de los profesiona­les de los sondeos.

Cada uno con su convenienc­ia, pensando más como intendente que como probable sucesor al sillón de Rivadavia, acostándos­e cada noche satisfecho­s porque las decisiones debe tomarlas obligadame­nte la dama a la que tanto detestan.

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DIBUJO: PABLO TEMES CORREO DEL ZAR AXEL KICILLOF
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