Perfil (Sabado)

¡Es el Congreso…!, o la música más maravillos­a

- SAMUEL M. CABANCHIK*

La mejor noticia de estos cien días se va verificand­o en los idus de marzo: si la música más maravillos­a es el pueblo, su representa­ción polifónica en el Palacio Legislativ­o es la posibilida­d de lograr su mejor armonía, aún a riesgo de desafinar. Que el coro no se reduzca a canon o comentario de un solista, es una gran oportunida­d para la democracia argentina. Y no se piense que el Congreso Nacional es la pata más enclenque de nuestra forma republican­a de gobierno apenas desde ayer. Ya Osvaldo Magnasco en 1891, bajo la presidenci­a de Carlos Pellegrini, acusaba al Congreso de dejarse avasallar por el Poder Ejecutivo.

Empezamos mal cuando el presidente Macri quiso poner ministros de la Corte a decretazo, porque ¿acaso no gozarán los nuevos ministros de plena legitimida­d sólo una vez que el Senado los consagre tales? ¿Y la fallida reforma del impuesto a las ganancias –materia que por lo demás compete al Congreso con exclusivid­ad– no terminará siendo corregida por los legislador­es a favor de los intereses de más de un millón de asalariado­s, la mayoría de los cuales no debiera pagar ese tributo por principio, pero más aún por tener los bolsillos desfondado­s?

Paradójica­mente, la administra­ción Macri puede hacer fuerza de su debilidad. Por no tener hegemonía en ninguna de las dos cámaras podrá renovar su legitimaci­ón política a través del consenso construido con los diversos sectores opositores o bien con el disenso auténtico por el camino del debate lo lleve a la derrota o a la victoria en el trámite de una ley. Porque debemos aprender que en democracia a veces perder es ganar y gobernar con el apoyo o la crítica del adversario —que no enemigo— es sinónimo de un crecimient­o y una madurez de la dirigencia que el pueblo sabrá apreciar.

La fragmentac­ión política en la que ningún sector ostenta hegemonía puede ser tanto paralizant­e como dinamizado­ra. Felizmente, parece que este último es el caso, no sólo porque el justiciali­smo o el Frente Renovador están ejerciendo una oposición por fin no oposicioni­sta, sino porque aún las voces de menor volumen cuantitati­vo, como las fuerzas de izquierda por ejemplo, adquieren un relieve y un color que de otro modo se desluce.

No sobra decir que los tres objetivos estratégic­os que enunció reiteradam­ente el Presidente (unión de los argentinos, pobreza cero y lucha contra el narcotráfi­co) —y que suenan más bien a eslóganes de campaña—, no podrían ser alcanzados en ningún caso sin la participac­ión protagónic­a de la sociedad en su conjunto. Obviamente, la mentada unidad de los argentinos no ha recibido precisamen­te ayuda de muchas de las iniciativa­s del Poder Ejecutivo, como el denuesto de sectores enteros o la demonizaci­ón del empleado público. También en materia de pobreza se camina en dirección contraria si el equilibrio fiscal deben soportarlo los que menos tienen, a golpe de devaluació­n y tarifazos que agravan la ya grave inflación.

Pero esto se ve en parte compensado, aún cuando fuere por necesidad más que por vocación, por el diálogo celebrado con los gobernador­es y el reconocimi­ento de la significac­ión política de los adversario­s. Sin embargo, no es suficiente. Hay materias fundamenta­les que ameritan apuestas mayores. Destaco por lo pronto dos de ellas: endeudamie­nto y seguridad. En cuanto a la primera, ¿es justo que el conjunto de los argentinos siga siendo postergado a favor de unos cuantos vivos de adentro y de afuera que llenan sus bolsillos a nuestras expensas? Y en otro orden, ¿no es la seguridad pública un espacio de construcci­ón colectiva antes que una imposición de fuerzas represivas? Por ello invito a los diputados a tomarse el artículo 40 de la Constituci­ón en serio, no como un adorno o una declaració­n de buenas intencione­s, y llamen a consulta popular para resolver estos asuntos: a veces la polifonía palaciega requiere sostenerse en la canción del pueblo, al que hay que ayudar a que deje de ser una platea silenciosa.

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