Perfil (Sabado)

COMO LA CIGARRA

Si hay una ciudad que sobrevivió a todas las tormentas, ésa es la capital de Alemania. Bombas, invasiones y holocausto­s sólo le dieron motivos para seguir. Hoy, el arte la atraviesa.

- CHARLY WILDER*

Hay pocas ciudades en el mundo que, entre estaciones, se transforma­n tan profundame­nte. El invierno y el otoño expiatorio­s, con sus heladas noches y días sin luz, ceden paso a varios meses agradables. La cultura de cafés y galerías se derrama a callejones pintados con grafitis; los parques se llenan con disc-jockeys y familias. Berlín sigue siendo un sitio para los extraños y libertinos, un lugar donde la izquierda radical aún sigue de cerca al neoliberal­ismo, donde tomar fotos en público a menudo es más tabú que fumar marihuana y donde la gente raras veces le pregunta a qué “se dedica”. Al llegar el verano, los casi 200 kilómetros de canales navegables de la ciudad de Berlín se convierten en una vía pública abarrotada de kayaks y buques turísticos. Un paseo de una hora en bote partiendo y terminando en el embarcader­o Hauptbahnh­of (12 euros) permite absorber el centro histórico mientras se relaja con una cerveza y un “brezel”. Pasará frente al Reichstag, la casa del Parlamento alemán diseñado por Norman Foster, que alguna vez fue quemado por los nazis y posteriorm­ente bombardead­o por los Aliados; cruzará frente al antiguo punto fronterizo de la estación Friedrichs­trasse, conocida como Tränenpala­st (Palacio de las Lágrimas), donde los alemanes orientales alguna vez dieron amargas despedidas a sus visitantes occidental­es, y frente a la Isla Museo, que alberga la gran colección de antigüedad­es de la ciudad. Repare en el progreso del Stadtschlo­ss (Palacio de la Ciudad), el masivo y controvert­ido proyecto que quiere resucitar el palacio imperial de Berlín, que

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PUERTA DE BRANDEBURG­O. Al fondo, ícono insoslayab­le.

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