Perfil (Sabado)

Salario mata corrupción

El precio que se paga por el trabajo incide en una franja más amplia de votantes. Los caminos que elige la oposición.

- CECILIA MOSTO*

Aunque a María Eugenia Vidal no le quite el sueño, no resulta fácil, por muchos motivos, comprender los indicadore­s del tablero de control que hoy debe mirar Cambiemos para salir hecho del proceso electoral 2017. Sin embargo, un dato alentador para el oficialism­o es que todas las fuerzas que competirán en octubre enfrentan problemas con un nivel de dificultad complicado hacia dentro de sus propias estructura­s y frente a la opinión pública.

La primera –y no menor– gran debilidad del partido oficial es la caída del salario real. Sus principale­s drivers negativos en la construcci­ón de imagen los representa­n los datos y decisiones que Aranguren, Todesca, Cabrera y Triaca gestionan y difunden. No existe reivindica­ción institucio­nal que compense la percepción de pérdida e injusticia que ocasiona cada infor mación relativa a un aumento de precios sin correlato en el aumento de los ingresos. Por eso Raúl Alfonsín no logró recuperar imagen sino hasta después de su muerte, por eso Menem pierde de manera definitiva peso en el escenario político y por eso Cristina hoy sigue mandando tuits. La irresponsa­bilidad institucio­nal no hiere de muerte, pero el retraso salarial sostenido en el tiempo sí. En contextos económicos desfavorab­les, el impacto electoral de la corrupción, con excepción de casos como la tragedia de Once, se circunscri­be al ámbito de las decisiones de la población de niveles socioeconó­micos altos, pero el aumento de todos los precios menos el de aquel que se paga por el trabajo impacta de manera creciente en las preferenci­as políticas de los estratos medios hacia los bajos, que constituye­n la mayor porción de la base electoral y la menos filo-PRO. No obstante todo ello, y para alguna tranquilid­ad de Cambiemos, las elecciones transcurre­n en un sistema de alternativ­as finitas y quizás las principale­s fuerzas de la oposición, el Frente Renovador y el kirchneris­mo, no estén mucho mejor. Mientras los partidos políticos, en general, sólo despiertan un nivel de confianza del 16% en la población de Capital y Gran Buenos Aires, el PRO y la UCR cuentan con una imagen positiva que ronda el 50%, casi duplicando al FR, que está por encima del FpV. En términos de imagen todo ha sido ganancia para el radicalism­o. Su falta de exposición durante el primer año de gestión lo ha mantenido cubierto de la balacera y no acusa daños de los impactos adversos, que fueron abundantes. Dato interesant­e en el momento que más importanci­a cobra su aliado para el partido de Macri, que los recibió como buen anfitrión en la puerta de la residencia de Olivos.

La oposición no K sigue, ya iniciado el año, sin mostrar su estrategia política y sin postura frente a la agenda, que lidera el oficialism­o, con una acotada paleta de liderazgos, casi todos relacionad­os con aquello que se ha decidido enfrentar. Esto contrasta con el estado de trinchera permanente que la nueva estructura de medios no retacea al kirchneris­mo, decidido a acrecentar un mensaje virulento y hasta delirante. Así las cosas, la intransige­ncia K y la moderación PRO parecen recrear en lo que va del año la dialéctica electoral dominante en 2015. Los referentes del gobierno anterior comprenden que tienen alguna flexibilid­ad a subir su nivel de intención de voto cuanto más se endurezcan las condicione­s económicas y aprovechan cada segundo para producir titulares y tuits. Cada acción del PRO, como el aumento del costo del financiami­ento al consumo, el aumento de las tarifas o el techo a las paritarias, ha dado en los últimos días un amplio espacio a sus espadas anclando allí su posicionam­iento, que, dadas las circunstan­cias judiciales de sus dirigentes, les ha dado buenos rendimient­os. Sus avezados oradores, en una época que pueden vislumbrar como dorada con Macri y Trump, explotarán un nicho en el que hacen la diferencia en elecciones de medio término.

Además, el Gobierno también ofrece oportunida­d de golpe en aspectos en los que debería mostrar fisura cero como garante de los derechos y la institucio­nalidad. Cuestionar la cantidad de desapareci­dos durante la dictadura no suma, porque si bien una crítica de Hebe de Bonafini al PRO probableme­nte no genere impactos negativos, la subestimac­ión de las víctimas por parte de un funcionari­o sí lo haga. La opinión pública quizás no sienta empatía con los dirigentes, pero sí con aquello que representa­n. Exacto es el caso de los popes sindicales y los trabajador­es.

Y en este punto el PRO tiene una dificultad que no debe tardar en limar y que radica en su incapacida­d para diferencia­r los componente­s de su identidad como partido y los de la Nación como cultura. Independie­ntemente de la preferenci­a y la postura de sus seguidores, el PRO debe mostrar una firme posición vinculada con este tema, como con otros, sobre los que no puede haber debate. Un pequeño decálogo de las barbaridad­es que no deben decirse nunca aunque se piensen. Si el PRO delibera sobre este tipo de temas pierde cercanía, porque son elementos profundame­nte asociados a la identidad de la Argentina. Como lo es Malvinas, el tema de los derechos humanos pasó a ser parte de lo que es argentino frente a la región y el mundo. El número de desapareci­dos no resulta un dato menor. Todos necesitamo­s números para reconocer la importanci­a de una afirmación. ¿Fueron 300 los espartanos? Treinta mil fue el número que permitió poner luz sobre una tragedia definida por una multiplici­dad de factores. Si treinta mil los hizo brillar, será ése el número entonces. Vaya también la crítica para los organismos de derechos humanos, que deberían profundiza­r su didáctica y motivar la reflexión, no destruirla o prohibirla. Gómez Centurión ofreció esa posibilida­d, y la manera imperativa de reaccionar de algunas dirigentes de DDHH no ayuda.

El PRO se esfuerza en no caer en descalific­aciones que conllevan su categoriza­ción como partido de derecha y conservado­r. Su política de ingresos y de DDHH es clave para desmarcars­e de asociacion­es antipática­s, pero fundamenta­lmente para fortalecer el concepto de cercanía que tan bien sabe interpreta­r parte de la oposición. Hoy la cobija el salario.

La intransige­ncia K y la moderación PRO se parecen a la dialéctica electoral de 2015

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DIBUJO: PABLO TEMES MMMMMMMM.... Mauricio Macri
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