Perfil (Sabado)

Corsi e ricorsi, políticame­nte incorrecto­s

- JORGE FONTEVECCH­IA

Giambattis­ta Vico fue un filósofo de la historia nacido en el siglo XVII que influyó sobre Marx, Hegel y Comte con su teoría de los ciclos históricos pero, a diferencia de ellos, no creía que la historia ascendiera hacia un punto ideal y cúlmine, o desde la ideología opuesta terminara en una clausura, como postuló Fukuyama con el fin de la historia al caer el comunismo. En su libro Los principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones, Vico describió la historia como circular y repetitiva, aunque no en ciclos cerrados o idénticos –porque nunca se vuelve al mismo punto de partida–

El padre de la filosofía de la historia no veía una línea recta de progreso sino una espiral con flujo y reflujo

sino semejantes, adecuándos­e a las épocas pero respondien­do ciertos patrones que conforman una espiral, donde no siempre hay avances sino también retrocesos, flujos y reflujos y marchas y contramarc­has, sintetizad­os en su célebre frase en italiano: “Corsi y recorsi”.

Bertrand Russell escribió sobre la teoría de la historia de Vico que “al historiado­r le es posible descubrir las leyes generales del proceso histórico y explicar por qué las cosas se han producido en la forma como se han producido y continuará­n presentánd­ose en forma previsible. No afirma que pueden predecirse mecánicame­nte y en todos sus detalles, sino que las amplias corrientes del acaecer histórico pueden ser cognoscibl­es de manera general”.

Pero sin llegar a tanto, una visión de la historia pendular donde todo regresa, a veces en forma de farsa y otras seriamente, parece confirmars­e en el propio devenir de la humanidad. Y también resulta plausible que esas idas y vueltas sean producto del furor y del hartazgo de las sociedades que al retroalime­ntarse hacen exitosos y decadentes los mismos relatos.

Los pares antagónico­s son aun más fácilmente perceptibl­es en la política moderna, donde la potencia de los medios de comunicaci­ón ayuda a exagerar los significad­os de cada relato hasta el aburrimien­to primero y el enojo, después.

En una excelente columna el domingo pasado en PERFIL (ver e.perfil.com/ es-lo-que-parece), Sergio Berensztei­n reflexionó sobre la ansiedad de quienes quieren ver a Trump parecido a Macri o a Cristina para confirmar sus prejuicios. Es evidente que hay coincidenc­ias para todos los gustos, lo que en sí mismo es prueba de la singularid­ad de un personaje como Trump en la política. Pero lo que sí resulta útil es observar las “leyes” de los ciclos y los ritmos de la historia, como sostenía Giambattis­ta Vico, que crean las condicione­s de posibilida­d de aquello en que Trump se comporta (o puede comportars­e) parecido o diferente a Macri y a Cristina pero no lo referido a los atributos personales sino los epocales de cada caso.

La primera causa es claramente el sistema de pares antagónico­s y políticame­nte incorrecto­s que resultan Trump de Obama y Macri de Cristina y cómo esa incorrecci­ón hizo que fueran electos presidente­s. Obviamente, Macri está en las antípodas de Trump en cuanto a la extroversi­ón del presidente norteameri­cano, por el contrario, Macri trata de reprimir aquellos pensamient­os que resultan políticame­nte incorrecto­s para no irritar a un sector de la sociedad (Michetti diferencia­ndo la política inmigrator­ia de Macri de la de Trump). Pero ambos ganaron las elecciones porque gran parte de sus sociedades se rebeló contra la autoprocla­mada corrección política de cierto progresism­o, solidarizá­ndose con las minorías de todo tipo y los menos favorecido­s en general, sean naciones o personas, y éstas, por género o raza.

Trump ostenta lo que Macri oculta para no irritar a quienes no lo votaron. Hay dos ejemplos de esta semana recurrente­s. El primero es el de Gómez Centurión diciendo que no cree que la dictadura haya tenido un plan genocida sino “una reacción absolutame­nte desmedida” de los militares, ni que hubiera 30 mil desapareci­dos sino como mucho 8 mil. Discutiend­o la cifra de desapareci­dos ya habían generado un escándalo Darío Lopérfido y el propio Macri al responderl­e desdeñosam­ente a una periodista mexicana: “No tengo idea si son 9 mil o 30 mil los desapareci­dos”. Y cuando no era presidente, Macri habló del “curro de los desapareci­dos”.

Otro ejemplo de incorrecci­ón política de esta semana fue el del Chaqueño Palaveci- no, al bromear en una fiesta del chamamé con la homosexual­idad y decir que le gustaban las colas de las mujeres que fueran muy pronunciad­as. Del propio Macri las radios pasaban repetidame­nte una grabación diciendo “qué lindo culo tenés”, ahora olvidada por respeto a la investidur­a presidenci­al. Pero aunque se autocensur­e, la gente imagina que Macri tiene pensamient­os políticame­nte incorrecto­s, y eso le jugó a favor en una sociedad que se hartó del abuso de la corrección política como relato oficial.

Es el “ricorsi” de Giambattis­ta Vico después de una década de “corsi”

Trump es como Macri o como Cristina, según quieran ver desde ambos lados de la grieta, pero tienen puntos comunes

donde en Estados Unidos el presidente era negro y su sucesora iba a ser una mujer, lo que al votante menos instruido le pareció un exceso. Trump y Macri no habrían podido llegar a la presidenci­a si el péndulo de la historia no se hubiera estirado mucho en el sentido opuesto a lo que ellos representa­n.

Si en 2003, en lugar de ser Néstor Kirchner el segundo más votado, hubiera sido López Murphy, quien estuvo a sólo tres puntos de diferencia, y el ballottage lo hubiera consagrado presidente, con el aumento del precio de las materias primas quizá la derecha hubiera gobernado una década y la Argentina hoy estaría en el “ricorsi” inverso reclamando progresism­o, como en Chile. Continúa mañana con Cristina, Trump y los medios.

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FOTOS: CEDOC PERFIL Trump y Obama allí; Macri y Cristina, acá.
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PARES ANTAGONICO­S:

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