Emociones, melodías y unas enseñanzas new age
Con numerosas similitudes con Cuento de Navidad, de Charles Dickens; El avaro, de Molière, y el musical La Parka, que Diego Corán Oria había estrenado en 2006, Lord, de Pepe Cibrián Campoy, sorprende menos por su argumento o estética, que por su música, sus actuaciones y sus referencias autobiográficas.
Luego de la ruptura de la dupla Cibrián-Angel Mahler, el joven Santiago Rosso refresca la sonoridad en los argumentos del rey de los musicales argentinos. Su aporte alivia las habituales orquestaciones sobredimensionadas, prefiere en cambio melodías sencillas y pocos y precisos instrumentos, para favorecer la introspección de los personajes y la intimidad con el público.
Cibrián, pese a cierto cansancio físico y vocal, dosifica su energía y conmueve por los ecos que su personaje, el anciano señor Lord, tiene con la operación por cáncer de próstata que Cibrián enfrentó en 2016, con el temor a morir y con la oportunidad de seguir viviendo. Su compañera, Georgina Barbarossa, es un titán escénico si de reír se trata. Encarna a dos personajes: la Muerte, convertida en una vedette tropical que declara “Morirse es como ir de spa”, y la esposa muerta de Lord, una madrileña, a puro salero, que lo visita desde el cielo. Ellos transitan por el amor, la nostalgia y hasta por un erotismo risueño –“Soy la Venus de Milo pero con brazos y un culo para 24 cubiertos”, “Estoy cachonda y me agarra un tilín tilín”–. En medio, hay diálogos con picante revisión religiosa. “Al mismo señor (Dios) le gusta que le digan “Chucho”, así de campechano”, confiesa la madrileña, y luego sale a defender a la Virgen: “La hacen mediática, cuando ella no lo es, y meta brillantes, pero ella odia los brillantes”.
Todo el elenco se luce. Se destaca Alejandro Gallo Gosende, por su expresiva presencia, al actuar, cantar, bailar y aventurarse con un acordeón y unas castañuelas. Damián Iglesias e Ignacio Monna tienen buen desarrollo vocal, y Diego Bros compone a un hilarante travesti llamado Madame Future, digno de los disparates de Alicia en el país de las maravillas.
Atractivo y funcional al relato es el vestuario; algo más caprichoso es el árbol seco de la escenografía, apenas aludido en las letras. Y todo concluye con una vocación de autoayuda, que invita a la autotransformación y a vincularnos con la vida y con el amor. La fábula va llegando a la moraleja. El protagonista, que era avaro y deja de serlo, primero se explica a sí mismo: “En realidad, mi avaricia era para que nadie me quitara todos mis recuerdos” y luego reflexiona: “Este cambio es por mí, no por ti; es posible cambiar”.