Nostalgias de las cosas que han pasado
Siempre anunciada pero nunca concretada, finalmente llegó la secuela de la mítica Trainspotting (1996). Si en los 90 el film representó el antiestablishment, con una juventud en rebeldía y adicta a la heroína, hoy la película es una pintura algo resentida e impregnada de insistente melancolía que intenta explicar ciertos por qué del constante fracaso de sus personajes principales.
La actual ya no sólo recrea la novela original Trainspotting, también elige elementos de la siguiente novela de Irvine Welsh, Porno, que le otorga algunos condimentos nuevos a una trama en la que se lucen con notables interpretaciones, Ewan McGregor, Ewen Bremner, Robert Carlyle y Jonny Lee Miller. Si en la primera Renton había traicionado a sus compañeros de ruta y se fugó, acá regresa veinte años después a una Edimburgo algo cambiada. ¿Qué busca esta vez? Tal vez amparo, o una redención. Quizás en esto último se encuentren todos, para los que la vida más ha empeorado. Lo cierto es que uno de ellos heredó un bar, en cuyo sótano se filman cortos porno, otro sigue con su afán suicida, y el siempre violento Begbie recién salido de la cárcel parece ser el más temible. Frente a este cuadro de situaciones, se suceden escenas que por instantes no parecen tener una lógica, pero sí la tienen si se las observa desde el más puro retrato de un vacío existencial reflejado en estos personajes, que al llegar a los 40 se convierte en una pesada carga, que cada uno trata de sortear, con actos que adhieren a una constante inmadurez y le posibilitan al director Danny Boyle recordarnos que su estilo narrativo sigue intacto. Hay escenas como la del baile, o la del baño, que describen su estilo tan absurdo como inverosímil.
Es, en suma, el devenir de un cuarteto de cuarenta años, dispuestos a seguir en una juventud tardía.