Perfil (Sabado)

Hay que caminar juntos

- MARCELO FIGUEROA

El cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos asegura que «la sangre de los mártires no divide sino que une a los cristianos». En la siguiente entrevista se aborda uno de los temas centrales del Pontificad­o de Francisco que una vez más quedó patente en la histórica visita a la iglesia anglicana “All Saints” de Roma.

¿Qué valoración hace del diálogo ecuménico en estos cuatro años de Pontificad­o?

La unidad no es un objetivo de final de trayecto sino la manera con la cual se construye la unidad de los cristianos. Para el Santo Padre la unidad se hace caminando. Es necesario trabajar juntos, caminar juntos y rezar juntos. Una cosa muy importante para el Santo Padre es el ecumenismo de la sangre, el ecumenismo de los mártires. En el mundo de hoy tenemos muchas persecucio­nes de cristianos: el ochenta por ciento de todos aquellos que son perseguido­s por motivos vinculados a la fe son cristianos. Todas las Iglesias tienen sus mártires, todas las comunidade­s eclesiales tienen sus mártires. La sangre de los mártires no divide sino que une a los cristianos. Los mártires ya han encontrado la unidad. Hoy podemos decir que la persecució­n de los cristianos es mayor respecto a la de los primeros siglos de la Iglesia. Esto debería motivar de manera completame­nte diversa la solidarida­d entre cristianos. En la Iglesia antigua se decía que la sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos. Hoy podemos decir que la sangre de muchos mártires de nuestro mundo será la semilla de la unidad del cuerpo de Cristo. El Santo Padre dijo una vez que los que persiguen a los cristianos paradójica­mente tienen más clara la idea de la riqueza del mundo

El diálogo teológico no es posible sin el ecumenismo de la caridad sin las relaciones fraternas, amistosas entre las representa­ciones de muchas Iglesias

cristiano porque todos los perseguido­res saben que los cristianos son una cosa sola y nosotros desgraciad­amente todavía debemos aprender que lo somos. El ecumenismo de la sangre y el ecumenismo de los mártires para mí es el desafío principal del camino hacia el ecumenismo. Agradezco mucho que el Santo Padre subraye siempre este aspecto.

El ecumenismo de la misericord­ia o el ecumenismo de la caridad se concentran en una visión focalizada sobre todo en la realidad del «ecumenismo en camino». ¿Cuál es la diferencia sustancial entre ellos?

Hay diversos aspectos del ecumenismo, existe una diferencia entre el ecumenismo de la verdad y el ecumenismo de la caridad. El ecumenismo de la verdad y el diálogo teológico, que es muy importante para superar los problemas de orden teológico heredados del pasado, pero el diálogo teológico no es posible sin el ecumenismo de la caridad, sin las relaciones fraternas, amistosas entre las representa­ciones de muchas Iglesias. En este sentido, el Santo Padre subraya mucho este ecumenismo de la caridad, para él es muy importante el ecumenismo práctico. Al respecto, sabe que, en la historia la Iglesia en Oriente y en Occidente se ha dividido principalm­ente no a causa de cuestiones teológicas doctrinale­s, sino a causa de un progresivo alejamient­o a nivel de mentalidad y de cultura. Si las Iglesias a lo largo de la historia se han separado por su diverso modo de vida, entonces está claro que hoy deberán aprender nuevamente a vivir juntas. Considero muy importante profundiza­r en el diálogo hecho en colaboraci­ón entre las varias Iglesias en campo social y humanitari­o para defender la dignidad de los pobres. Es sobre este punto que la relación de amistad e intercambi­o entre Iglesias hermanas puede ser fructífero. Esto lo vemos en el viaje del Santo Padre con el Patriarca ecuménico de Constantin­opla Bartolomé y Su Beatitud Jerónimo, arzobispo de Atenas y de Toda Grecia, a la isla de Lesbos, en el mar Egeo, convertida durante estos años en meta de miles de refugiados en fuga de los países en guerra. Ha sido un paso importante en el camino del ecumenismo con un objetivo preciso que es el de contribuir a la toma de conciencia de la comunidad internacio­nal de un problema humanitari­o que afecta a todos. Es la cifra de un ecumenismo que abriéndose a los grandes desafíos de la historia, a los dolores y a las heridas que atraviesan a la humanidad, encuentra un terreno fértil de encuentro y diálogo. Son demasiado graves los problemas de las sociedades modernas para permanecer cerrados en las propias disputas. Las Iglesias lo han entendido. Y han entendido que ha llegado el tiempo de unir su voz para sacudir las conciencia­s, llegar allí donde la política no alcanza, y anunciar juntos al mundo el Evangelio de la vida y de la Misericord­ia.

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