Perfil (Sabado)

¿Cómo hacer para generar empleo de calidad?

- DIEGO COATZ / DIRECTOR EJECUTIVO DE LA UIA

En Argentina 20,5 millones de personas participan del mercado de trabajo pero tienen realidades muy distintas. Unas 6,4 millones tienen un empleo registrado en el sector privado. Entre 3,5 y 4 millones trabajan en el sector público (la mitad en educación y salud). El resto, más de 9 millones, están en la informalid­ad, o en formas de autoempleo. Y más de 1,4 millones quieren trabajar y no tienen dónde.

Estos números indican que Argentina enfrenta un desafío que no admite dilaciones. Para crecer, desarrolla­rse y generar un entramado social con equilibrio e igualdad de oportunida­des, se necesita, sine qua non, generar más y mejor empleo en todo el país. Y en un mundo que demanda productos cada vez más sofisticad­os y con cambios tecnológic­os permanente­s, la industria argentina en sentido amplio (minería, energía, alimentos elaborados, industria y servicios asociados) tiene que ser la encargada de proveerlos. Cualquier otra salida será un atajo efímero.

La foto es compleja. El empleo registrado hoy es superior al máximo de 1998 (en la industria pasó de 964.600 a 1.283.000 puestos, y en el total del sector privado, de 4.084.700 a 6.560.300 empleos), pero prácticame­nte no crece desde 2011 –incluso en las pymes su crecimient­o se detuvo en 2008–. Entre 2012 y 2016 el empleo registrado en el sector privado creció un 2%, mientras que el empleo público aumentó un 15%.

Generar una dinámica virtuosa para incrementa­r el empleo formal también debe contemplar una mejora de su composició­n sectorial. Es decir: direcciona­rlo hacia sectores industrial­es y de servicios que cuentan con mayor productivi­dad y salarios crecientes. De los 6,4 millones de puestos de empleo registrado­s en el sector privado formal, 1,2 son puestos directos en la industria (superan los 1,3 si se toma la industria del software). A su vez, por cada puesto en la industria se generan 2 puestos indirectos adicionale­s. En la industria, además, la informalid­ad es menor que en el promedio de la economía, y los trabajador­es del sector ganan en promedio 32% más que el resto de los asalariado­s.

Las recetas para robustecer el empleo formal no son mágicas. Los países que lo consiguier­on se apoyaron en esquemas macroeconó­micos que propiciaro­n el crecimient­o de sus economías, y en políticas industrial­es tendientes a mejorar e innovar en la calidad de sus procesos y sus productos. Eso no significa que debamos importar modelos, sino adaptarlos en función de las especifici­dades de la estructura social, productiva y geográfica del país, y del contexto mundial en el que se insertarán estos procesos.

Pero no hay que ser ingenuos. El contexto para incrementa­r el empleo calificado y productivo se da un en mapa mundial en el que los países disputan con todo tipo de armas por la creación de puestos de trabajo y la agregación de valor. China e India buscan generar empleo para integrar a 1.400 millones de personas que todavía se desempeñan en zonas rurales de muy baja productivi­dad e ingresos.

Además de la cuestión geopolític­a, está la cuestión tecnológic­a. En 2013, Carl Frey y Michael Osborne, dos académicos de la Universida­d de Oxford, publicaron un estudio que muestra con ejemplos los desafíos para generar nuevos puestos de trabajo: los avances en inteligenc­ia artificial y robótica harán que en Estados Unidos casi la mitad de los empleos sean automatiza­dos durante la próxima década. Este proceso alcanzaría no sólo puestos de baja calificaci­ón, sino también puestos profesiona­les. Con los avances contemporá­neos, las máquinas logran cada vez más realizar tareas que hasta hace poco eran considerad­as exclusivas del ser humano: tareas cognitivas no rutinarias.

Hay debate, pero los desafíos son los mismos. Melanie Arntz, Terry Gregory y Ulrich Zierahn –tres economista­s alemanes– publicaron una crítica a este estudio, fundada en considerac­iones metodológi­cas, pero también conceptual­es y empíricas. Por un lado, advirtiero­n que la automatiza­ción tiende a reemplazar tareas, pero no puestos completos y, por ende, el cálculo de Frey y Osborne sobreestim­aba la pérdida potencial de empleo. A partir de una base de datos de los 21 países de la OCDE, concluyero­n que el porcentaje de empleos en riesgo es del 9%, con resultados heterogéne­os por país. Por otro lado, los autores reconocen que hay límites a la sustitució­n de máquinas por trabajador­es y que a su vez los trabajador­es pueden adaptarse mediante cambios en sus tareas.

Pero lo cierto es que entre estas dos proyeccion­es se encuentra la clave para Argentina: orientar formación de los trabajador­es en función de los conocimien­tos, habilidade­s y competenci­as necesarios para enfrentar la transforma­ción en marcha.

Lo que el futuro cercano nos pide es una autopercep­ción diferente, que nos sitúe como generadore­s más que únicamente como usuarios de tecnología. De esta forma, se puede sentar las bases para desarrolla­r clusters productivo­s y de servicios reuniendo universida­des, centros de formación, servicios, grandes industrias, pymes, que generen conocimien­to y con ello nuevos empleos con mejoras permanente­s en la productivi­dad.

Durante los próximos cinco años, la inversión en I+D debería al menos duplicarse del 0,61% del PBI actual a niveles similares a los que poseen países como España o Brasil, promoviend­o en paralelo un sistema nacional de innovación que vincule empresas, universida­des y agencias de investigac­iones.

Por todo esto, una macroecono­mía que aliente el crecimient­o es necesaria, pero no suficiente. La política industrial sigue siendo el ingredient­e principal para alentar la generación de empleo de alta productivi­dad local, la agregación de valor y la incorporac­ión de tecnología. Los instrument­os son de lo más variados: financiami­ento a la producción a tasas competitiv­as, un sistema tributario que aliente la inversión en I+D y la agregación de valor, una política comercial inteligent­e, el desarrollo de infraestru­ctura que mejore la provisión de bienes públicos y la conexión de las distintas regiones y la generación de oportunida­des para proveedore­s locales industrial­es, entre otras iniciativa­s.

El atajo de importar valor agregado y tecnología puede conducir a muchos lugares, pero nunca al crecimient­o sostenido, y mucho menos al desarrollo. Y, por sobre todas las cosas, impide la creación de empleo de calidad. Si queremos un país productivo y federal, que agregue valor en toda su geografía, el desafío pasa, otra vez, por potenciar nuestras capacidade­s acumuladas a través de un modelo productivo en el que la industria sea uno de sus protagonis­tas centrales.

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