Perfil (Sabado)

Confusione­s del populismo

- OMAR ARGÜELLO* *Sociólogo.

Son muchas las sociedades que no están conformes con las respuestas que diferentes tipos de gobiernos dan a sus demandas económicas y sociales. Estos hechos, y sus consecuenc­ias políticas, generan extensos debates sobre las formas de ejercer el poder sin entrar al fondo del problema: ausencia de una estrategia económica capaz de incrementa­r significat­ivamente la producción de riqueza, que, distribuid­a equitativa­mente, daría respuesta a esas demandas insatisfec­has.

Desde el populismo se acusa a los republican­os de poner en práctica una democracia formal, vacía de contenido, que no atiende esas demandas socioeconó­micas, mientras que desde el republican­ismo se acusa al populismo de poner en riesgo la democracia. Discursos que se quedan en las formas de gobierno sin decir qué harían sus gobiernos para dar respuesta genuina a aquellas demandas.

La idea de democracia que subyace al populismo es aquella de las invocacion­es filosófica­s que la asociaban con una sociedad más igualitari­a, sin definir las políticas económicas que la harían posible. Por su parte, el liberalism­o político sentó las bases de las institucio­nes republican­as, también sin hacer referencia a política económica alguna. Y desde que ambas perspectiv­as se “solaparon” (en palabras de Sartori), la idea de democracia se limita a la forma de competir y de ejercer el poder. Recordemos que el concepto de poliarquía en Dahl incluye sólo caracterís­ticas de forma: desde la libertad de asociación y organizaci­ón hasta institucio­nes de control, pasando obviamente por elecciones periódicas libres y justas.

Cuando Guillermo O’Donnell escribe sobre las democracia­s delegativa­s (cuya descripció­n coincide con las formas populistas de ejercer el poder), las acepta como una “nueva especie” dentro de las democracia­s existentes, aun cuando no las reconoce como representa­tivas. El argumento parece relacionad­o con que “quien sea que gane una elección presidenci­al tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado… El presidente es considerad­o como la encarnació­n del país, principal custodio e intérprete de sus intereses…”.

Aun coincidien­do en que ésa es la forma de ejercer el poder en los gobiernos populistas, esto no significa que los mismos no sean representa­tivos. Se trata de una concepción diferente de la representa­ción y de la relación entre el líder y su “pueblo”, pero no una violación a los mencionado­s requisitos de la poliarquía. Laclau argumenta que es el líder el que homogeneiz­a las diferentes demandas y hace de su conjunto un programa de acción, por lo que: “La necesidad de un cemento social que una los elementos heterogéne­os… (es la que) otorga centralida­d al afecto en la construcci­ón social”.

Tampoco son sólidas las críticas hechas desde el populismo a la democracia republican­a, ya que la calificaci­ón de formal pretende fundarse en aquella vieja y abstracta idea de mayor igualdad, sin declarar a qué tipo de igualdad se refiere y a través de qué modo de pro- ducción se la consigue.

Estas confusione­s conceptual­es se agravan cuando el vocablo “populismo” se usa también para referirse a un cortoplaci­smo económico que pretende sostener una generosa política distributi­va en base a planes sociales, subsidios y emisiones monetarias sin respaldo, con un fuerte intervenci­onismo del Estado, enemiga de una economía de alta productivi­dad y competitiv­idad. Confusión que en nuestro país se agrava, dado que ese tipo de política cortoplaci­sta no diferencia entre gobiernos populistas o republican­os.

Ante el desafío de dar respuesta a las demandas insatisfec­has de las mayorías, el debate debe resolver primero cuáles son las políticas capaces de superar el cortoplaci­smo económico a través de reformas estructura­les que permitan generar la riqueza que es necesaria para dar respuesta a aquellas demandas. Satisfecha­s esas demandas, las posibilida­des de una democracia republican­a serán mucho mayores.

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