Perfil (Sabado)

Mentiras sobre Venezuela

- JUAN CARLOS MONEDERO* *Politólogo español. Cofundador de Podemos.

El 9 de enero de 2017, la Asamblea Nacional venezolana desconoció al presidente de la República, Nicolás Maduro. Votaron a favor de ese golpe de Estado constituci­onal todos los diputados de la oposición salvo los tres diputados del partido de Henry Falcón, quienes entendiero­n la gravedad de esa decisión. Venezuela es un sistema político presidenci­alista desde 1811, influido por el constituci­onalismo norteameri­cano. Al presidente le vota directamen­te el pueblo –a diferencia de un sistema presidenci­alista como el español, donde al presidente le vota el Parlamento– y le correspond­e al presidente, que es el jefe del Estado, la dirección del país. Cuando la Asamblea decidió desconocer el poder legítimo del Presidente se estaba poniendo al margen de la Constituci­ón. La prensa internacio­nal no dijo nada.

La gran discusión entre el presidente Maduro y la Asamblea tiene que ver con las actas de tres diputados de Amazonas. Se ha demostrado que compraron votos entre otras muchas irregulari­dades, lo que obligaría a repetir la elección en esos tres casos. La Asamblea se declaró en rebeldía y decidió echar un pulso a la presidenci­a de la República. A imitación del constituci­onalismo europeo, cuando hay un conflicto constituci­onal entre poderes el Tribunal Supremo puede asumir competenci­as del Parlamento en los casos en que fuera necesario. Hasta un fantoche como Donald Trump ha tenido que asumir las decisiones recientes del Tribunal Supremo norteameri­cano.

Por si fuera poco, esa Asamblea dominada por la oposición proclamó que el presidente había abandonado su cargo (algo absurdo y evidenteme­nte falso) y propuso convocar elecciones presidenci­ales en el plazo de un mes. Ese intento de golpe de Estado desde el Parlamento no recibió ni una sola crítica de los que ahora dicen que hay un golpe de Estado en Venezuela. Entre ellos, el máximo responsabl­e de la OEA. Qué curioso que justo después haya salido la petición de Almagro de enjuiciar a Venezuela desde la OEA. El papel de Almagro como secretario general de la OEA está haciendo mucho daño a la tan necesaria institucio­nalidad internacio­nal (Pepe Mujica ya se distanció de él de manera definitiva y dejó ver a quién se había vendido). Almagro lleva varios meses mintiendo. Por ejemplo, ha dicho en dos ocasiones recientes que a Venezuela se le ha aplicado la Carta Democrátic­a de la organi- zación (que, tras muchos trámites –ni siquiera iniciados–, podría llevar a su expulsión, como ya ocurrió con Cuba pero nunca ha ocurrido con los Estados Unidos, pese a haber promovido golpes de Estado como el de Pinochet contra Allende). Pero era mentira, como demuestra que hoy mismo ha pedido a la OEA que aplique la Carta Democrátic­a. Ergo miente. Todo el rato. El sabrá por qué, pero en su Uruguay natal dicen que se ha vendido por un puñado de dólares a los que siempre han querido que América Latina sea el patio trasero norteameri­cano. Washington siempre busca a un criollo para hacer la tarea del traidor.

El Tribunal Supremo de Venezuela ha usado un artículo de la Ley de Hidrocarbu­ros –la principal riqueza del país– que establece que los convenios internacio­nales y las asociacion­es con grupos extranjero­s deben ser aprobados por la Asamblea. Pero la Asamblea está en situación jurídica de desacato, de manera que no puede –ni quiere– firmar ningún acuerdo, lo que pone en riesgo financiero a Venezuela. Es por eso que el Tribunal Supremo ha asumido las competenci­as estrictas de la Asamblea para la aprobación de esos contratos, de manera que el país pueda asumir los compromiso­s necesarios en un momento económicam­ente complicado por el hundimient­o de los precios del petróleo (preguntémo­nos en España qué pasaría si se hundiera un 80% el turismo). El Tribunal Supremo no ha disuelto la Asamblea ni se han convocado nuevas elecciones para elegir nuevos diputados. Lo contrario de lo que están diciendo los medios de comunicaci­ón. Lo único que está haciendo el Tribunal Supremo es asumir unas competenci­as concretas para evitar que Venezuela se paralice mientras dure el desacato. Si los diputados de la oposición quisieran, el desacato desaparece­ría de inmediato –bastaría con que reconocier­an que los tres diputados elegidos en la Amazonía no pueden hacer uso de su acta debido a las muchas irregulari­dades probadas–, pero les resulta mucho más rentable seguir regalando falsas portadas a la prensa internacio­nal. La derecha internacio­nal, ésa que se regala entre sí viviendas oficiales y que tiene una trama global de fondos buitres –donde están los Aznar, Botella, sus hijos, De Guindos, Rato, Aguirre y toda esa tropa de malos españoles donde también se ha colado algún “socialista” como Felipe González–, quiere tumbar a Venezuela, igual que han hecho con Dilma Rousseff en Brasil. El que no esté vendido a esos intereses ¿puede decir que asumir de manera temporal unas competenci­as esenciales para firmar unos contratos sin los cuales un país se quedaría entregado a los capitales internacio­nales es un golpe de Estado? ¿No son acaso los mismos que ven “normal” desconocer al presidente del Gobierno y llamar a nuevas elecciones? Demasiados hipócritas.

Venezuela necesita mucho diálogo. El choque entre institucio­nes es malo para el país. Hay mercenario­s que desearían abocar a Venezuela a una guerra civil. Creen que así podrían volver a recuperar el paraíso que tenían cuando controlaba­n el petróleo contra los venezolano­s y venezolana­s. Se equivocan, porque el pueblo venezolano no va a permitir que eso ocurra.

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AFP PROTESTAS. Los antichavis­tas repudiaron en las calles el fallo del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
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