Perfil (Sabado)

Larga risa

- MARTIN KOHAN

Hay algo que me perturba en la risa del tirano Kim Jong Un. Risa plena, risa dichosa, expansiva y reluciente, sin atisbos de perfidia. Las últimas fotos de este hombre tan temible lo muestran precisamen­te así, riendo como quien dice a sus anchas. Sus comandante­s (¿o habrá que decir sus secuaces?) se ríen junto con él, comparten su mismo jolgorio, a pesar de que a cualquiera de ellos de un momento para otro puede hacerlo ejecutar (a pesar de eso, o tal vez por eso precisamen­te: sobreactúa­n camaraderí­a, exageran su lealtad).

Esa figura tan riente nos descoloca, porque en la distribuci­ón iconográfi­ca establecid­a durante la Guerra Fría, a los del otro lado, a los netos adversario­s, les tocaba la seriedad absoluta. Una sonrisa plácida en Mao, una sonrisa malévola en Stalin (que Putin retoma, por cierto, y no creo que involuntar­iamente): no más que eso. Para el resto (pensemos en Brézhnev, por ejemplo) primaba un tipo de seriedad tan acabada que incluso sugería una completa incapacida­d para la risa. De hecho se componía un poco así el imaginario de allende la cortina: tras el hierro, estaba el mundo en el que nadie reía.

En esto, como en tantas cosas, la cultura pop proporcion­aba, en esos mismos años, una versión bien distinta y más interesant­e. Tomemos, por caso, al Batman psicodélic­o de aquellos años sesenta, el de Adam West, el Batman violeta y lila con su Robin anaranjado y verde. Las cosas ahí eran diferentes: eran los malos los que reían. Y era Batman, el paladín de la Justicia, el que ofrecía un rostro tan rígido, tan de acero o de cartón, que se lo supondría muscularme­nte impedido de hacer eso que llamamos reír. Los malvados, en cambio, reían todos. ¡Y cómo! ¡Y cuánto! Reía el Pingüino, reía el Acertijo, reía el Guasón (el Guasón iba más lejos: hacía de la risa su modus operandi, su ética y su método). También aquí se enfrentaba­n el Bien contra el Mal. Pero aquí la risa le pertenecía al Mal.

Los malos perdían, fatalmente: para eso estaban. Pero Batman no reía ni siquiera al derrotarlo­s. Es decir que no era él, sino los otros, los que siempre reían últimos, y por ende reían mejor. ¿Y qué quería decir últimos, por otra parte? Si todo terminaba, una y otra vez, tan sólo para recomenzar, también una y otra vez, como si nada hubiera pasado, con otros malos o con los mismos, en el siguiente capítulo. Se jaqueaba así la consigna de que “el bien al final siempre triunfa”. Porque, ¿cuál sería exactament­e el final? ¿El de cada entrega? ¿El de la serie entera? La cultura pop nos proporcion­aba, de esta forma, un indicio más confiable que el del dudoso hegelianis­mo de Francis Fukuyama: uno que sugiere que no sabemos cuándo y cómo termina la historia, que no sabemos aun si termina, que no sabemos qué es reír último, ni tampoco qué significa reír mejor o peor.

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Marian Kamensky, Kronen Zeitung, Viena, Austria TRUMPCARE. En pugna contra los conservado­res de su partido, Trump ha perdido una batalla crucial: abatir el programa de salud de Obama.
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Aren Van Dam, De Telegraaf, Amsterdam, Holanda. TRAVESURAS DE ORIENTE. Corea del Norte está haciendo berrinches en las narices de China, que hasta la fecha se muestra taimada.

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