La diferencia entre hambre y voracidad
HAMBRE DE PODER Título original: The Founder Dirección: John Lee Hancock Guión: Robert Siegel Intérpretes: Michael Keaton, Nick Offerman, John Carroll Lynch, Laura Dern Origen: Estados Unidos (2016) Duración: 116’
Hambre de poder –horrible título que eligieron en la Argentina para The Founder (El fundador)– es una rara avis, en el buen sentido, por donde se la mire.
Es inusual para su director, John Lee Hancock, de una trayectoria apenas correcta –viene de hacer El sueño de Walt para la Disney–, que en este film parece por primera vez adquirir voz propia, como si se hubiera sacado ejecutivos de encima. Y, sorpresa, es una voz que vale la pena.
Es inusual, también, por provenir de Hollywood y, al mismo tiempo, plantear la imposibilidad de convivir civilizadamente en el capitalismo.
Pero retomemos: Hambre de poder cuenta la historia de cómo se masificó la hamburguesería McDonald’s de la mano de Ray Croc –un estupendo Michael Keaton, que se entrega a componer con maestría a un ser desagradable, aun sabiendo que los Oscar pueden ir a villanos, pero jamás a personajes miserables–, un “emprendedor” –por así decirlo– que mientras vende productos que nadie compra descubre la McDonald’s ori- ginal –propiedad de dos hermanos, uno bonachón y otro obsesivo–, en San Bernardino, California, y de inmediato se propone para reproducirla en distintos puntos de Estados Unidos. Lo que Croc busca, y se lo dice a su mujer, es dar con algo que le permita dejar un legado. Lo que la película de Hancock muestra es que ese legado es poco menos que un fraude ominoso, y no sólo porque las hamburguesas nunca sean, como sabemos, las que se promocionan en las fotos.
Hambre de poder muestra, por medio de McDonald’s, la imposibilidad de convivencia en el capitalismo entre los pequeños empresarios que buscan producir tomando en cuenta la responsabilidad social que les compete, y aquellos con voracidad por multiplicar el ingreso monetario. En esa contienda ganan siempre los segundos, porque el sistema –político, judicial, lo mismo da– ha sido hecho a su imagen y semejanza: despiadado, angurriento y voraz.