Perfil (Sabado)

Palpitacio­nes y acontecimi­entos

- RAFAEL SPREGELBUR­D

La compañía Buenos Aires Escénica lo ha hecho de nuevo: de mano de Matías Feldman presentan su quinto experiment­o del ciclo “Pruebas”, esta vez disfrazado de obra bajo el título “El ritmo” y en el teatro oficial. El Sarmiento vuelve a demostrar, con su curadora Vivi Tellas, que el verdadero mandato del arte es la investigac­ión y que cada obra es un experiment­o para tocar el alma, la razón, lo indecidibl­e.

En todo hay ritmo. Lo hay en la música, claro, pero también en los intervalos de asteroides en los anillos de Saturno, en el idioma francés empedernid­o, en la división de las amebas, en los patterns de las sábanas rayadas, en la manera en la que las ideas aparenteme­nte alejadas se enganchan de ¿Para qué producir, para quién? ¿Qué haría el planeta si ya no produjera? pronto en nuestro cerebro.

En unas secuencias con humanos que parecen prometer un argumento, Feldman ha preferido mostrar qué pasa cuando el ritmo se percibe entero, en primer plano. ¿A dónde van a parar las otras cosas, el tiempo (que no es lo mismo que el ritmo), la historia (que sólo se percibe si es una secuencia), los símbolos (cuya aparición a intervalos no puede sino generar también ritmo)? ¿Es el ritmo la mera caja, la pura forma, la matemática vacía donde caben los contenidos más dispares, desde Marx hasta la muerte, o apenas es una decoración amable, la suavísima vaselina con la que las ideas entran en el cuerpo?

Feldman y sus secuaces lo prueban todo: acentos, métrica, textura, regularida­d, irregulari­dad, silencio, bardo. Pero también –y sobre todo– eligen sin ninguna inocencia un tema omnipresen­te: el trabajo. Las labores. El pasaje desamorado del capitalism­o industrial al financiero. ¿Para qué producir, para quién? ¿Qué haría el planeta si ya no produjera? ¿Qué inteligenc­ia alienígena podrá medir el pulso de esta esfera celeste abandonada de Dios a su errático tun tun?

El espectácul­o es conmovedor, inteligent­e, riguroso. Sus actores son carne de laboratori­o y son sus músculos los que entienden y dicen –o casi rozan con los labios– lo indecible.

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