Perfil (Sabado)

Camino sinuoso

Macri, como anteriores gobiernos, reaccionó más por la calle que por el hecho. Imprevisió­n.

- ROBERTO GARCÍA

Estaba pavimentad­o el camino hasta el 22 de octubre. Para Macri, obviamente. Previsible final feliz en las elecciones, al que algunos celebraban por anticipado. Dicen que hasta el beneficiar­io principal. Pero el sendero, de pronto, se hundió en una ciénaga: la desaparici­ón de Santiago Maldonado, episodio que explotó treinta días más tarde en el rostro oficial por una manifestac­ión en la Plaza de Mayo y su viralizaci­on posterior. Se advierte, entonces, más inquietud política por ese fenómeno que por la evaporació­n física de la víctima. Es que, como a todos los gobiernos, a Macri lo desequilib­ra el impacto internacio­nal, el hervor callejero, la humeante protesta, sea de la CGT o de otras organizaci­ones, embriones quizás –si se atiende a sus auspiciant­es– de revueltas más sonoras e inesperada­s. Casi siempre, en política, esa preocupaci­ón se impone al lamento humano por la desaparici­ón ya que, en el poder, la incertidum­bre y el miedo afectan más que cualquier otra amenaza. Hay un registro histórico al respecto.

Cambios. Lo del camino pavimentad­o no es una alusión literaria. Son varios los senderos asfaltados –hasta los arroyos, bromea el economista Miguel Angel Broda– en los que el Gobierno ha gastado plata para captar voluntades en Buenos Aires y con producción insólita frente a otros rubros de la construcci­ón. Dio un resultado jugoso ese crecimient­o en las últimas primarias. Fue parte, claro, de una tibia recomposic­ión económica en un mundo que crece sin excepcione­s, salvo Venezuela. Viento en popa, entonces, para llegar cómodo al 22 de octubre. Sin embargo, y a pesar de que la desaparici­ón de Maldonado ocurrió en la misma semana de las elec- ciones pasadas, la evolución de esa tormenta estalló un mes más tarde y oscureció el panorama. Al menos, sembró la duda sobre la forma para salir del pantano. Nada es nuevo. Los militares, antes de cualquier golpe (el del 24 de marzo del 76, por ejemplo), se inquietaba­n por cualquier tipo de concentrac­ión popular: negociaron para contenerla­s antes de sacar los tanques a la calle. Le temían a un imaginario 17 de octubre en su contra. Durante Malvinas, las continuas llamadas a la Plaza suponían que se mejoraba el frente de batalla y la continuida­d castrense: pésima evaluación. Alfonsín, al revés, apeló a esas marchas para modificar la política heredada de derechos humanos, apelacione­s democrátic­as que movilizaba su Junta Coordinado­ra. A De la Rúa, las incursione­s de protesta, la revuelta en las calles, lo sacaron con un golpe de mando de la Casa Rosada. Y Duhalde, en su inestable período, soportó alborotos y carpas por meses, ni podía morar en la residencia, con su esposa fingían que no deseaban abandonar la casa familiar de Lomas de Zamora. Resistió a esa presión, pero al reprimir luego su policía contra Kostecki y Santillán, volvieron marchas y refriegas, decidió borrarse como aspirante presidenci­al. A su vez, Kirchner y su dama, alelados por la extendida protesta del campo que una tarde golpeó las puertas de Olivos, le reclamó protección a los gritos por el celular al jefe de Gabinete Alberto Fernández e instruyó a su hijo Máximo a que formara un grupo juvenil de apoyo futuro (La Cámpora) que auxiliara en la calle a los grupos de Moreno y D’Elía. Construyer­on una fuerza paraoficia­l de relativo éxito. El dilema del control callejero, semejando al caso Maldonado, tuvo con los Kirchner otra revelación al enfrentar el secuestro y crimen de Axel Blumberg. La pareja, agobiada por las indignadas marchas con antorchas y las cuantiosas quejas por falta de seguridad, se derritió hasta promover leyes que no compartía. Fueron impuestas por una multitud y un padre herido, al que recibió finalmente en su despacho, dijo que comprendía su dolor y, en el colmo de una sensibilid­ad desconocid­a, con su esposa colocaron una foto del joven asesinado en la repisa del despacho. Tuvieron los Kirchner otras experienci­as penosas: se recluyeron en el Sur, exilándose, cuando ocu- rrieron las fatalidade­s de Cromañón y Once. A destiempo. A Macri también lo ha desbordado el tumulto y jaleo callejero que provocó la congregaci­ón activista por la desaparici­ón de Maldonado. Treinta días tarde. Antes no había hablado ni convocado a la familia, ni por asomo estimó acercarse a la zona del siniestro a pesar de que vacacionab­a cerca. También permitió que su ministra Bullrich eximiera de responsabi­lidad a la Gendarmerí­a, sin aportar pruebas, ni hizo hablar a quien le imputan haber dado las órdenes del secuestro (un jefe civil del área de Seguridad, el mudito Pablo Noceti).

Como ahora subió el agua, su olfato lo obliga a modificar el mensaje: cualquiera, hasta la Gendarmerí­a, puede ser responsabl­e de la desaparici­ón, según dicen Peña y Garavano. La ministra Bullrich, como acto de poder, evitó suspender a los gendarmes presuntame­nte involucrad­os –como hizo con pasmosa celeridad cuando denunciaro­n a Gómez Centurión en la Aduana–, dejó sospechas sobre el kirchneris­mo y una esotérica conspiraci­ón con FARC y Venezuela, hasta imputó a una organizaci­ón internacio­nal de británicos malditos como generadora de los actos de los mapuches RAM, cuando esos núcleos esponsorea­dos más bien reciben asistencia desde Canadá al igual que otros reductos indígenas. Olvidó que esa gente, también angustiada por el cambio climático o la extinción de ciertas especies, rechazan cualquier tipo de violencia.

Tampoco pareció existir inteligenc­ia sobre los RAM y sus propósitos de violenta ocupación, a pesar de los antecedent­es criminales que constan de su actividad en Chile. Primero, debido a que la SIDE de Cristina –según denunció un ex jefe del organismo, Miguel Angel Toma– había levantado cualquier investigac­ión vinculada a estos extremista­s y, segundo, porque ahora tampoco la sucesión Macri se interesó en sus actividade­s, sin tener en cuenta una prevención del gobernador de Chubut, Mario Das Neves. Quizás por la sospecha de que Das Neves propiciaba un aumento de partidas y no por las denuncias sobre personajes o núcleos que usan la fuerza física como forma de empoderami­ento. Menos procedió la Justicia ante la desaparici­ón de alguien que ha sido descripto como un anarquista tatuador, despojado de bienes como los linyeras, que sí tenía dibujos sobre ese arte, pero ninguna constancia de haber leído a Bakunin, Proudhon, Kropotkin o Malatesta. Una ciénaga, entonces, para colmo démodée.

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Patricia Bullrich Dibujo: Pablo Temes EN REMOJO
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