Perfil (Sabado)

La deriva

- MIGUEL ROIG*

En 1990, Nanni Moretti realiza un documental que incluye fragmentos de las asambleas realizadas por el Partido Comunista Italiano cuando se decide su disolución en busca de una refundació­n y siguiendo el nuevo tiempo que Mijail Gorbachov había puesto en marcha en la Unión Soviética. El documental se llama La cosa, en virtud de la expresión utilizada por el entonces secretario general del PCI, Achille Occhetto, que denominaba así a la nueva formación que debería surgir. En una de las asambleas que se reflejan en La cosa, pide la palabra un anciano y en su exposición cuenta que ha sido partisano y que como tal ha combatido contra el fascismo. En ese ejercicio, dice, perdió una pierna y reclama que “si el partido decide disolverse, yo quiero que me devuelvan la pierna”.

Aristófane­s, en su comedia Lisístrata, imaginó una rebelión de las mujeres para acabar con las contiendas bélicas en el Peloponeso. La ateniense Lisístrata consigue tomar la Acrópolis junto con otras mujeres chantajean­do a los hombres con la abstinenci­a se- xual, con el fin de lograr una paz duradera. Después de muchas peleas, tanto corporales como verbales, entre hombres y mujeres, Esparta envía embajadore­s para alcanzar un acuerdo, ya que el deseo sexual es tan grande que consigue poner fin a la guerra. El planteo político de Aristófane­s se impone a los argumentos de los movimiento­s pacifistas de los 60, que imponían el amor ante la guerra. Dialéctica­mente, Aristófane­s reconduce una pulsión, la bélica, hacia otra, la sexual, para alcanzar un fin, la paz, con un elemento significat­ivo que consiste en utilizar la capacidad de la mujer para cambiar una situación y no para fortalecer­la. La contestaci­ón en los 60, de alguna manera, sirvió para canalizar la indignació­n, pero no logró alterar la Guerra Fría ni evitar su posterior desplazami­ento hacia otros escenarios después de 1989, así como en los últimos años el 15-M español u Occupy Wall Street actuaron como conciencia colectiva de una situación límite, pero carecieron de capacidad para transforma­rla. Pier Paolo Pasolini cuenta, en sus crónicas de viaje a Estados Unidos, que las manifestac­iones pacifistas y no violentas que observó estaban dominadas por un espiritual­ismo inteligent­e de personas que llegaron a madurar una idea como simples ciudadanos. En ellos, Pasolini vio un antecedent­e ateniense en su concepción de una idea honesta y profunda de la democracia. Pero los movimiento­s de los 60 no evoluciona­ron en la línea que plantea Aristófane­s, sino que se acabaron integrando, deponiendo su planteo.

Moretti, una vez más, en un curioso film, Abril, híbrido entre documental y ficción –un visionario antecedent­e del reality show–, “convive” con un grupo familiar. El nombre de la película hace referencia al mes en el que acontecen dos hechos biográfico­s claves para el director: nace su hijo Pietro y la izquierda gana unas elecciones por primera vez en la historia de Italia. Todo lo que narra, su vida diaria, tiene como destino la frustració­n o la impotencia, menos el nacimiento de su hijo. Intenta rodar sin fortuna un documental sobre la campaña electoral y no lo consigue porque se da cuenta de que no hay narración alguna. La noche de la celebració­n de la victoria del Olivo, la coalición de la izquierda, circula con su Vespa por las calles de Roma en la caravana que festeja el triunfo progresist­a. Cuando la cámara lo encuadra, alza las manos y grita, grita fuerte, una consigna imprevisib­le: “¡Cuatro kilos y cuatrocien­tos gramos!”. Es el peso del hijo que acaba de nacer. A eso ha quedado reducida la democracia ateniense en el imaginario colectivo: prácticame­nte a la nada; construir, apenas, espacios propios, como el ancestral hecho de la procreació­n, uno de los pocos actos que traen implícito un cambio, el que produce un nuevo ser en el entorno inmediato y en la aspiración de generar otro tiempo posible.

PS: ¿Dónde está Santiago Maldonado?

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