Perfil (Sabado)

El día que Jimmy Carter le puso un límite a la dictadura

El presidente norteameri­cano aprovechó una visita de Jorge Videla a Washington para reclamar por primera vez con firmeza sobre la cuestión de los derechos humanos. Un pedido que siguió hasta 1983.

- DANIEL GUTMAN*

Las imágenes tomadas en la Casa Blanca en la mañana del 9 de septiembre de 1977 muestran a un Jorge Videla inusual: de gestos expresivos, sonriente y vestido de civil, con traje oscuro. También a Jimmy Carter se lo ve cómodo junto a su visitante. Hace exactament­e cuarenta años se produjo un hito en la relación del régimen militar con la comunidad internacio­nal, cuando el dictador fue recibido por el presidente de Estados Unidos.

Para los militares argenti- nos, que decían estar en lucha contra el marxismo internacio­nal, Washington era un aliado natural, en el contexto de la Guerra Fría. Sin embargo, el encuentro no se planteó como una reunión entre dos amigos, sino más bien lo contrario. Por la cuestión de los derechos humanos, el vínculo con Estados Unidos había alcanzado durante los meses previos un nivel de tensión que había desconcert­ado y enfurecido a la dictadura. Por eso, lo que puede inferirse de las fotos es que los dos jefes de Estado confiaban en que el contacto personal podía ser el punto de partida para una mejor relación.

Desde su asunción, en enero de ese año, Carter había roto con el legado de Henry Kissinger. Como secretario de Estado del gobierno republican­o que convivió con el primer año de la dictadura, Kissinger había apoyado con entusiasmo a la Junta Militar y su plan criminal de represión política. El nuevo presidente, en cambio, había anunciado el final de la época en que Estados Unidos apoyaba cualquier dictador que en el mundo combatiera al comunismo y estaba actuando en consecuenc­ia al menos en el caso de Argentina, a la que venía aplicando sanciones económicas por violacione­s a los derechos humanos.

Carter y Videla charlaron en el Salón Oval durante 65 minutos, en los que el anfitrión sólo planteó dos temas. El primero fue la necesidad de que Argentina firmara el Tratado de Tlatelolco, de no proliferac­ión nuclear en América Latina. La otra cuestión que discutimos extensamen­te –diría Carter en la conferenci­a de prensa posterior– fue la de los derechos humanos: la cantidad de personas que están detenidas, la necesidad

Terence Todman fue el diplomátic­o más cercano al gobierno militar: en sus informes minimizó el tema del terrorismo de Estado. Luego, fue embajador en nuestro país

de juicios rápidos y de que Argentina haga conocer al mundo la situación de los prisionero­s.

Condescend­iente, Videla explicó entonces que la guerra contra la acción subversiva estaba llegando a su fin y la Argentina pasaría una Navidad mucho más feliz.

Esa promesa sería, por supuesto, un fiasco. Hacia el final de 1977, no sólo no se produciría una apertura del régimen, sino todo lo contrario. El secuestro de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo y de las monjas francesas, quienes amenazaban el brutal silencio que pesaba en el país sobre los desapareci­dos, dejaría en claro la ingenuidad de los muchos que entonces veían en Videla a un moderado que contenía el deslizamie­nto de las fuerzas estatales hacia una represión más profunda.

Videla había sido invitado a Washington, junto a todos los jefes de Estado de las Américas, para la firma del Tratado Torrijos-Carter, por el cual Estados Unidos devolvería el canal de Panamá, luego de casi un siglo de colonialis­mo. Aunque compartirí­a cartel con dictadores notorios, como Pinochet y Banzer, también lo haría con importante­s líderes democrátic­os, como el venezolano Carlos Andrés Pérez y el canadiense Pierre Trudeau.

En ese septiembre de hace cuarenta años, la responsabl­e de Derechos Humanos del Departamen­to de Estado, Patricia Derian, ya había hecho dos visitas a Buenos Aires. En la primera había escuchado a familiares de desapareci­dos. En la segunda había enfrentado cara a cara a Massera y a Harguindeg­uy y les había dicho que la lucha contra el terrorismo no justificab­a que un gobierno ocultara las listas de detenidos. Derian también había logrado bloquear ventas de armas a la Argentina y había conseguido que Estados Unidos votara en contra de préstamos pedidos por Martínez de Hoz a organismos financiero­s internacio­nales.

El contrapeso de Derian lo hacía el secretario de Asuntos Interameri­canos, Terence Todman, quien durante el menemismo sería el embajador en Buenos Aires. Comprensiv­o con la dictadura, Todman sostenía que la prensa norteameri­cana, cuando informaba sobre las violacione­s a los derechos humanos en la Argentina, dramatizab­a demasiado.

Apenas un mes antes del viaje de Videla a Washington, Todman había aterrizado en Buenos Aires. Según se lee en uno de los 4.677 cables desclasifi­cados por Estados Unidos en 2002, Videla lo recibió en la Casa Rosada y se asumió como una víctima más del terrorismo de Estado. “En este punto de la guerra contra el terrorismo –le explicó–, el problema son los elementos de las fuerzas de seguridad que, francament­e, están más allá del control del gobierno. Hemos estado trabajando muy duro en esta cuestión pero hasta ahora no hemos resuelto el problema”.

Carter, sin embargo, parecía personalme­nte interesado en mostrarse duro con la dictadura argentina y, en ese contexto, la invitación a Videla generó controvers­ia al interior de la junta militar. Massera, ya en plena campaña para reforzar su poder personal, le recomendó que no fuera. Según su biógrafo, Claudio Uriarte, le advirtió a Videla: “Vas a quedar como un infeliz”. El diario masserista Convicción comparó la convocator­ia de Carter a los presidente­s del continente con el silbato que hace sonar el patrón de estancia para llamar a sus peones.

Apenas llegó a Washington, Videla dio entrevista­s a algunas agencias internacio­nales de noticias. Por Associated Press lo entrevistó un joven periodista argentino que se había exiliado en Estados Unidos, Pepe Eliaschev, quien le planteó el tema que sólo los medios argentinos silenciaba­n. “General –le dijo–, en el mundo entero se están publicando noticias de feroces violacione­s a los derechos humanos y de una cantidad desconocid­a de desapareci­dos en Argentina. ¿Qué van a hacer y qué me puede responder respecto a los desapareci­dos?”. Ya acostumbra­do a enfrentar este tipo de planteos con un extremo cinismo, Videla respondió: “Estamos tratando de recuperar el control de todas las fuerzas lanzadas a la lucha”.

Luego del encuentro personal entre Carter y Videla –el único entre ambos–, Estados Unidos se abstuvo de votar en contra de Argentina ante algún auxilio financiero pedido al Banco Mundial. Pero avanzado 1978, cuando se confirmó extraofici­almente que las Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas habían sido asesinadas por la dictadura militar, la tregua se terminó. El gobierno de Carter promovió entonces la visita a la Argentina de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, que se concretó en 1979 y despejó ante el mundo cualquier duda que todavía pudiese existir sobre la criminalid­ad de la dictadura.

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FOTOS: CEDOC PERFIL SONRIENTES. Más allá de la cordialida­d del tono, Jimmy Carter le hizo un claro pedido a Videla de cumplir el mandato de los derechos humanos en la Argentina.
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GOBIERNO. Arriba, Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, con Jimmy Carter y el secretario del Departamen­to de Estado, Cyrus Vance. Abajo, un testimonio visual de la represión.

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