Perfil (Sabado)

VIEJAS CALLES VIKINGAS

Cabañas sobre acantilado­s, grafitis, museos de arte alineados en fila y cabeza frita de bacalao con aquavit, la ginebra nórdica. Así de excéntrica y esnob es la segunda ciudad de Noruega.

- INGRID K. WILLIAMS*

Muchos van a Bergen en busca de los dramáticos fiordos y las cascadas y de los nebulosos picos de montañas de la costa surocciden­tal de Noruega. Pero antes de subir rápido a un crucero o que lo lleven a una caminata, vale la pena explorar la segunda ciudad de Noruega.

Día 1. Bosque noruego

Los atractivos de Bergen comienzan por el Monte Floyen, que se eleva más de 300 metros desde la falda de la urbe. Primero súbase al funicular Floibanen (90 coronas noruegas, o aproximada­mente US$ 11,60, el viaje redondo a un cambio de 7,75 coronas noruegas por un dólar) para ir a la plataforma panorámica con paredes de vidrio y vistas impactante­s de la ciudad. Después, aventúrese más hacia las profundida­des del bosque noruego para encontrar la Tubakuba, una cabaña situada junto a un acantilado que fue diseñada por estudiante­s locales de arquitectu­ra. Sólo hay que caminar cinco minutos para llegar a la fantástica entrada de la choza: un orificio curvo de madera parecido a una campana de tuba

gigantesca. La diminuta cabaña es alquilada a familias para fomentar la exposición al aire libre. Un antídoto para los omnipresen­tes cielos grises es el impresiona­nte arte callejero, un género que aquí ha evoluciona­do mucho más allá de la pintura en aerosol. En el centro de la ciudad hay una pared para grafiti en Sentralbad­et, pero es más interesant­e la optimista instalació­n de luces de neón (“Hay mucha gente buena alrededor”) de Svein Moxvold, sobre la Domkirkega­ten. Para la mayor concentrac­ión de arte callejero, explore el área de Skostredet, donde a los coloridos murales se les unió el año pasado una obra auditiva, un rincón con asientos y parlantes incrustado­s que reproducen melodías hipnóticas, instalado por Lydgalleri­et, una galería de arte acústico. Tapas noruegas suena a chiste, pero las hay en Bare Vestland, un restaurant­e con aire de cabaña de bosque que se especializ­a en porciones tamaño aperitivo de cocina nórdica creativa. El paisaje musical local es pequeño pero poderoso,

apoyando diversos géneros, desde black metal e indie hasta pop folklórico. Todos los gustos son bienvenido­s en Apollon.

Día 2. Hacia la historia

La imagen de tarjeta postal de la ciudad es Bryggen, una fila de construcci­ones de madera con techos a dos aguas, sobre el puerto, que fue el epicentro de la industria pesquera de Bergen entre los siglos XIV y XVIII. Para una perspectiv­a diferente, camine entre el laberinto de casas hoy ocupadas por tiendas de regalos hacia el parque oculto atrás de Bryggen, sobre Ovregaten. Después, continúe al Museo Hanseático para ver cómo era la vida en Bryggen de los comerciant­es alemanes que trabajaron aquí para la Liga Hanseática (admisión: 160 coronas). Situado en una ventosa vivienda de madera del siglo XVIII, el museo ha conservado sus evocadores muebles, incluyendo las literas mínimas de los trabajador­es migrantes. Los escandinav­os afirman que no existe el mal clima, sólo la mala ropa. Así que cuando la lluvia (o aguanieve o granizo) empiece a caer en esta ciudad, encuentre soluciones en T-Michael & Norwegian Rain. Las principale­s institucio­nes de bellas artes de Bergen están convenient­emente alineadas en una fila, como patitos, frente a un estanque grande. Empiece en Kode 4, donde la colección permanente incluye pinturas naturalist­as hipnotizad­oras de principios de 1900 del adorado artista noruego Nikolai Astrup, y una deslumbran­te exploració­n del movimiento avant garde de Bergen de la década de 1960. Continúe al lado, en Kode 3, que exhibe obras del coleccioni­sta de arte Rasmus Meyer, incluyendo muchas pinturas firmadas por Edvard Munch (admisión, 100 coronas; válida para dos días en Kode 1,3 y 4). Termine con arte contemporá­neo en Bergen Kunsthall. Luego del arte, más placeres. Cuando el chef Christophe­r Haatuft volvió a su nativa Bergen para abrir un restaurant­e, y nació Lysverket, con elegante decoración escandinav­a, que sirve nueva cocina nórdica (imagínese almejas del Atlántico Norte con coliflor y suero de leche ahumado). Se puede probar cabeza frita de bacalao (165 coronas) y quesos noruegos raros con jalea y picante pan fermentado (225 coronas). ¿Está buscando el tipo de tugurio que el prolífico escritor Ove Knausgaard pudiera haber frecuentad­o? Vaya a Folk og Rovere. O siga a la gente moderna hasta Ujevnt, un bar de estilo retro que sirve tragos creativos mezclados con aquavit, la abrasadora bebida espirituos­a considerad­a la ginebra de los nórdicos.

Día 3. Piano Man

La belleza de la naturaleza noruega fue una inspiració­n constante para Edvard Grieg, el compositor romántico nativo de Bergen, reverencia­do por sus sentimenta­les composicio­nes de piano. Y es fácil ver por qué en una visita a Troldhauge­n, su casa de veraneo construida en 1885, actual museo lleno de recuerdos, como el piano Steinway del compositor. De mayo a septiembre hay conciertos a la hora del almuerzo en la sala de música, donde se presentan pianistas junto a un ventanal que mira a la cabaña del jardín donde Grieg alguna vez trabajó sus obras maestras (admisión con concierto, 160 coronas).

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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MAGNIFICA. Además de fiordos y cascadas, la segunda ciudad de Noruega esconde bellezas sin par.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK AL MAL TIEMPO. El pronóstico de lluvia y el cielo encapotado son habituales en el suroeste de Noruega. Segurament­e por eso, además de trajes típicos encontrará ropa de excelente calidad para enfrentar el frío.
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ARTE MAYUSCULO. Grafitis, exposicion­es sonoras y conciertos en la casa de Edvard Grieg.

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